Una mujer llora en una habitación del barrio de Lavapiés. Está sentada con la espalda apoyada al cabecero de su cama. Se seca los mocos que caen de su nariz con un pañuelo mientras inhala aire limpio para llenar los pulmones. Acaba de pelearse de nuevo con F., su folla amigo, su amigo con derecho a roce, su colega, –su… pongamos cualquier eufemismo aquí para negar una evidencia que se nos presenta como agua transparente ante nuestros ojos, porque es mejor negar una relación que asumirla, porque la moda dicta no comprometerse, amor libre sin libre, amor líquido cargado de lo mismo que el amor romántico–. Llora desconsolada porque ha vuelto a pasar y esta vez se le antoja la última vez que estarán juntos, a pesar de que volverán a existir una decena (o quizá más) de ultimas veces.
[Quién bien te quiere te hará llorar]
La pelea ha sido por un simple mensaje en el teléfono móvil que le ha enviado otro chico con el que alguna que otra vez ha tenido un revolcón. Pero el motivo es lo de menos, el motivo aparente es solo una escusa para alargar algo que seguramente murió hace tiempo. Puede que antes incluso de empezar. Aunque ciertamente tuvo un principio y tendrá un final que se manifestará en los actos. Aún así la pelea ha sido, como en otras ocasiones, descomunal. Nada de puñetazos, pero ya sabéis, no solo duelen los golpes.
[El amor verdadero es eterno]
La mujer coge su caja de cigarrillos y la abre, saca uno, se lo posa en los labios y lo enciende. Piensa en los gritos y en el hombre diciéndole con los ojos encendidos e iracundo “Déjame de una maldita vez puta”; piensa en ella misma gritando aún más fuerte, diciéndole al hombre cosas duras e hirientes. Siente la culpa carcomiéndole por dentro. Siente sus manos temblar y decide llamar por teléfono a M., su mejor amiga, a sabiendas de que no llegará a aliviar todo el dolor que hay dentro de sí.
-M. ha vuelto a pasar, no puedo soportarlo más. Me siento un trozo de mierda. No sé qué hacer, pero me siento vacía por dentro. Siento que me estoy defraudando a mí misma. Soy consciente de todo pero no sé manejar esto que siento ahora dentro. Le quiero y esto me desgarra. M. siento que todo lo que hago en las asambleas es mentira cuando luego en mi vida no sé ponerlo en práctica, me cuesta tanto…
-Te entiendo A., a mí también me ha pasado. El feminismo no salva de nada, el feminismo nos da conciencia de todas las mierdas que nos hacen y que hacemos, las opresiones, los miedos, el condicionamiento social,… el feminismo puede que nos haga aún más daño, porque nos muestra nuestra propia herida y nos hace coger el alcohol para desinfectarla. Y eso duele. Pero también sana. Porque el feminismo nos enseña eso que han hecho de nosotras y que nunca elegimos…
-Siento que me engaño a sabiendas de que me estoy engañando… ay… me siento tan triste, siento tanta culpa….
[Crujido]
Las dos mujeres hablan durante un largo rato, pasa una hora al menos y se reconocen en los mismos sentimientos, en los mismos patrones, en la misma culpa, en el mismo dolor, como si hubieran pasado miles de años de laceración en nuestros propios cuerpos, como si un chips nos hubiera programado para el miedo, la culpa, el dolor, la resignación, el amor… como si… pero sin el como. Dos mujeres fuertes e independientes, dos mujeres feministas, que militan, que han leído algún que otro libro, que son luchadoras. Ahora le ha tocado a M. cuidar de A., quizá mañana sea a la inversa. Porque eso también es el feminismo. Cuidar(nos) y esperar a que la última vez llegue definitivamente. Esperar a que la herida cure del todo, y si no cura estar ahí para que cada vez que supure haya una mano amiga que limpie con gasas, que abrace.
No, el feminismo per se no nos salva, ni de los celos, ni del amor romántico, ni de la cosificación, ni de la opresión… el feminismo es una selva frondosa que hay que atravesar. No basta decir soy feminista para dar por hecho que has atravesado ese camino tenebroso por la propia esencia de una misma y de tu entorno, incluso atravesando ese camino no te asegura que llegues a liberarte de prejuicios, dolores, miedos, actitudes… porque el feminismo no es sinónimo de igualdad en este sistema perverso como muchas personas creen, el feminismo supone deconstruir este sistema perverso para volver a construir uno que merezca la pena ser vivido y en ese camino reside la fuerza del mismo.
Me viene a la cabeza la mujer nueva de la que hablaba Kollontai. Sé que esa mujer nueva empieza por luchar para que haya un día en que nazca una generación de mujeres que amen libremente, que decidan libremente, sin prejuicios, sin miedos, sin sumisión. Me vienen a la cabeza mujeres que han amado y han sufrido a las cuales admiro: Violeta Parra, Frida Kahlo, Teresa Wilms Montt, Amy Winehouse…, mujeres independientes y luchadoras a las que el amor romántico las atravesó por completo, sus vidas nos han enseñado, su dolor, que también es el nuestro, nos hace reconocer(nos) el sufrimiento
De lo que estoy segura es de que las semillas de la mujer nueva hace tiempo se sembraron en la tierra y como dice Coral Herrera: “Cada vez que una de nosotras deja a un hombre que no la quiere, es un triunfo para el feminismo. Cada paso que damos para liberarnos del romanticismo patriarcal es un logro a la vez individual y colectivo. Cada vez que una mujer deja una relación en la que no es feliz, en la que no es correspondida, o en la que no es bien tratada, nos liberamos un poco todas.”
Mientras tanto, detrás del teléfono o donde haga falta siempre,
tu amiga feminista.