El bolso rojo era siempre su favorito, el de ahora y los de antes, que al final eran el mismo. Siempre tuvo un bolso rojo, donde cabían todas sus pertenencias. Ese color daba lugar y juego a la combinación de todo lo que se podía poseer en la vida, pensaba ella, lo bueno y lo malo, al menos lo que a ella le hacía feliz.
Un día cuando ya ese bolso estaba lleno, repleto y que no había manera de liberar su interior, intentó cambiarlo a uno transparente y con otro formato. Le habían dicho que en ese modelo y color, todo se veía de inmediato y lo que no gustaba se podía sacar.
Además era algo particular su bolso rojo siempre tenía la misma forma y tamaño, solo variaba en ocasiones cuando abusaba de él: le usaba mucho o ponía demasiado en él.
Pero para ella el rojo era su personalidad, aunque ya fuera la fuerza de la costumbre, era incapaz de cambiar de color, de cambiar de cualquier cosa, el rojo pasional es lo que daba sentido a todo y ahí es donde estaba el enganche. Aunque se iba dando cuenta que cada día pesaba más, estaba desgastado y que en cierta forma iba siendo un lastre. Sabía que su pensamiento tenía que cambiar y buscar más lo práctico que lo emocional, pero no era fácil.
Un solo vistazo frente al espejo le hizo ver que ese bolso ya no merecía la pena llenarlo más, sus ojos apagados lo dijeron todo, que el rojo ya no le daba luz. Solo tenía que tener un bolso, pero no ese, debía abandonar sus hábitos y cambiar lo imprescindible al trasparente, y cuando ya no fuera útil o meramente estorbase había que deshacerse de ello.