Si escarbamos en la antigua mitología griega, podemos encontrar orígenes y significados referidos a cultos y rituales asentados en su religión, en sus deidades y héroes. Uno de esos mitos habla de Pandora, a quien los dioses habían otorgado el don de la curiosidad. Ésta se casó con Epimeteo y recibió de Zeus, como regalo de bodas, una caja –en realidad, un phitos o tinaja- con una única instrucción: no abrirla bajo ningún concepto. Y, como no podía ser de otra manera, la joven quiso saber qué contenía y desobedeció. ¿Quién podría imaginar que en su interior se depositaban todos los males del mundo? Enfermedades, fatiga, locura, vicios, pasiones, tristeza, decrepitud, guerras y crímenes fueron liberados sin intención, ni premeditación. Y, aunque resulte del todo inconveniente, podríamos decir que lo mismo sucedió el día en que Truman Capote (1924-1984) decidió publicar, como adelanto y estrategia publicitaria, uno de los capítulos de lo que sería su próximo libro, de lo que él describió como un equivalente contemporáneo de “En busca del tiempo perdido”, de Proust. En realidad, un análisis mordaz y provocador del pequeño universo de la sociedad acaudalada de Europa y la Costa Este de E.E.U.U.
“¿Qué se esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo”[1]CAPOTE, Truman. 2024. Plegarias atendidas. Barcelona: Anagrama, página 12 fue la respuesta del autor de “Desayuno en Tiffany’s” y “A sangre fría”, ante la irritación y el alboroto que este hecho suscitó. La mayoría de los amigos citados en él –que fueron muchos, aunque con algunos hubiera tenido la delicadeza de reemplazar sus nombres y apellidos reales por otros ficticios- no volvieron a dirigirle la palabra o, en el mejor de los casos, lo condenaron al ostracismo. Sin embargo, puede que le afectara más de lo que estaba dispuesto a aceptar, ya que dejó de trabajar en esa obra de arte a la que le estaba dedicando tanto tiempo. Según él, el parón no se produjo por estas reacciones, sino por una crisis creativa y personal que estaba atravesando. De hecho, “Plegarias atendidas” se convirtió en una novela inconclusa y póstuma, editada por primera vez en 1986, en Inglaterra. Un año más tarde, vería la luz en Estados Unidos.
A través de P.B. Jones, el protagonista de esta historia, Capote destripa las apariencias de la jet set, exhibe sus excrementos y vómitos sin escrúpulos, con un estilo muy directo, grosero y sensacionalista. El muchacho, un masajista ingenioso y absolutamente amoral, consigue codearse con ricos y famosos que lo mantienen y reclaman, yendo de aquí para allá, eludiendo yugos y compromisos vitalicios. Su objetivo último, aparte de vivir bien y obtener caprichos caros, es llegar a ser un novelista reconocido, a pesar de que él mismo se equipare intelectualmente a “un autoestopista que va acumulando saber en las carreteras y bajo los puentes”[2]Ibíd., página 58. Entretanto, sobrevive con servicios de prostitución de lujo y gracias al favor de amantes efímeros, a los que abandona cuando alguien le ofrece un billete de avión a París o una temporada de vacaciones en algún lugar exótico. Es consciente de su vileza, pero se perdona a sí mismo. No conoce el remordimiento, ni el arrepentimiento. “Yo era una especie de puta barata”[3]Ibíd., página 23, convencido de que, antes o después, un editor avispado sabría distinguir su valía como narrador y le proporcionaría la oportunidad de su vida.
Son multitud de hombres y mujeres los que se ven expuestos en este reportaje que alterna ficción y realidad. La mayoría de ellos se presentan como blancos fáciles; bien por sus actitudes o personalidades, o por sus comentarios afilados y exentos de decoro hacia otros con los que comparten mesa y mantel. Una larga lista de millonarios, artistas, periodistas o críticos lucen desnudos, desvelando marcas de nacimiento y heridas de batallas horribles; descubriendo sus patas de palo, sus dentaduras postizas y esa doble moral que nunca pasa de moda. Una imagen grotesca, ciertamente, de un realismo poco común entre camaradas de juegos e infamias. Greta Garbo, Tennessee Williams, Jean Cocteau, Colette, Katherine Anne Porter, Stavros Niarchos, las hermanas Jacqueline Kennedy y Lee Radziwill son solo algunos de los elegidos en el ataque inmisericorde que perpetra uno de los escritores y personajes estadounidenses más polémicos del siglo XX, cuyos cuentos, novelas y obras de teatro son vistos como clásicos literarios.
“Plegarias atendidas” puede interpretarse de muchas maneras; entre ellas, como una lapidación pública e insensible o como la pira donde reducir a cenizas los oropeles de ciertos dioses de barro. No obstante, el lector puede extraer la parte más constructiva, obviando si su autor concibió así este proyecto tan controvertido o si, por el contrario, su auténtico interés no era otro que llamar la atención y rasgar la opulencia de arriba abajo. En sus páginas encontramos seres vulnerables y materialistas, cuyo perfume destila el aroma de lo efímero. Ellos lo intuyen, pero no quieren creerlo. Chismes, divorcios, escándalos sexuales y otras vulgaridades se destapan como armas arrojadizas que, en cualquier momento, pueden constituir el veneno corrosivo de la caída y del olvido inevitable. Mientras la clase media desea aquello que admira en portadas de revistas y la clase baja sólo puede soñar con resignación y tristeza, ellos caminan en la cuerda floja; eso sí, bebiendo champán y veraneando en Saint-Tropez o Acapulco. Sus cadenas no hacen tanto ruido, pero son muy pesadas. Prescindir de ellas significa la invisibilidad.
El 5 de enero de 1966 Truman Capote firmó un contrato, por el que recibió un adelanto de veinticinco mil dólares, donde se estableció como fecha de entrega del manuscrito el 1 de enero de 1968. El plazo se pospuso en varias ocasiones, durante años consecutivos. Joseph M. Fox, su editor americano, llegó a pensar que no existía, que todo era un invento, a pesar de que Capote era capaz de recitar de memoria pasajes de supuestos capítulos.
Al parecer, Pandora cerró la caja tarde, pero la esperanza quedó en el fondo. Quizás, el chico rebelde nacido en Nueva Orleans, en medio del caos y del sufrimiento, halló en su escritura el modo de hacer frente a las adversidades y recuperar el ánimo, aunque fuera a costa del flagelo y de la humillación a los demás.
| Título: Plegarias atendidas |
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