
No existe un «grupo natural» de mujeres, porque ninguna continuidad biológica u ontológica permite que demos entidad a una ficción reguladora. Ficción que, por otra parte, ha servido para las oscuras omisiones, para las más siniestras opresiones y violencias. Como tal, lo femenino es un lugar de enunciación, una posición semántica, un mito normativo a través del cual determinados cuerpos son interpretados y resituados en un mapa conceptual y político. La mujer es una «formación imaginaria», nos dice Wittig. Dicha formación ha permitido ser reconocidas en tanto que sujetos feminizados. Y esta posición de la feminización ha estado vinculada de manera directa con procesos complejos, diversos según la época histórica, políticos, sociales, económicos, conscientes e inconscientes de absoluta subalternación, de radical interperie en tanto que sujeto. Situarse en el espacio destinado a lo femenino, acuerparse en ese constructo pandónico, performa la red de afectos y deseos que le son asignados, supone habitar al pie de un abismo. Asumirse «mujer», independientemente del sustrato material y biológico que puede haber por detrás de este tropo cambiante (sustrato que, como sabemos, nada tiene de continuo y posee una complejidad y una diversidad que traspasa toda dicotomía), conlleva asumir una relación intrínseca de explotación.
Carolina Meloni – La instancia subversiva decir lo femenino, ¿es posible?