Las pegatinas. ¿Dónde diablos dejé las pegatinas? ¿Cuántos años hace que las guardé? ¿Doce? ¿Quince? ¿Veinte? Sabía que no debía tirarlas porque antes o después volverían a ser necesarias. Y me temo que ahora lo son. Los sombríos redobles de tambor ya suenan, con el eco todavía lejano pero acercándose, y una vez que se ponen en movimiento…
Tal vez las depositara en el fondo del segundo cajón de la mesita de noche, bajo los pares de calcetines que lo abarrotan. Es un lugar inusual para guardar algo así, lo sé, pero habría sido una manera inconsciente de apartar del día a día lo que, sin duda, sabía que estaba por venir; un autoengaño: mientras no me tropezara con esas pegatinas viviría la ilusión de que todo iba a seguir bien.
¿Dónde metería las dichosas pegatinas? Mi memoria siempre ha sido un desastre para recordar dónde dejo las cosas. Quizá las escondiera en el armarito bajo del estudio, tras la caja acristalada que acoge ese magro tesoro de mis plumas baratas.
Guardarlas también fue como un conjuro, elevarlas a la categoría de amuleto, de elemento dotado de poderes mágicos. Conservarlas quizá evitaran tener que volver a pegarlas en el pecho. Pero esa magia es pura fantasía, ficción para desertores de la realidad. Taparse la cara para que no te vean. A través de la ventana del salón observo a la gente que cruza la plaza. Muchos de ellos son ajenos a lo que ya se barrunta. Confío en que algunos conserven también aquellos adhesivos con el grito impreso. Nos harán falta.
Guardo en el ordenador el diseño de aquellas esperanzadoras pegatinas, sin embargo, no quiero imprimir nuevas, quiero las de los días en que todo fue posible, porque millones así lo exigimos. No sé si aquellas cuatro palabras rojas sobre el fondo negro en los rectángulos de papel adhesivo sirvieron de mucho, eso es lo de menos; había que hacerlo. Como ahora habrá que volver a hacerlo, a prenderlas del pecho y salir a la calle. Y cuando todo acabe, si no han ardido en el fragor del disparate, volveré a guardarlas en algún lugar inusual, que pronto caerá en mi olvido. Hasta la próxima guerra.
¿Dónde diablos guardaría yo aquellas pegatinas?