En los viernes microrrelatistas de Amanece Metrópolis, hoy recibimos a Mónica Brasca, que nació en Rafaela, Santa Fe, Argentina. Actualmente reside en la ciudad de Santa Fe.
Es traductora de inglés. Escribe cuentos y microficción. Publicó el libro de microrrelatos Lugares vedados (Kintsugi Editora, Buenos Aires, 2018). También es editora de microficción hispanoamericana en la revista literaria digital Abisinia Review, e integra el equipo del taller internacional de ficción breve Marina de Editorial Ficticia, México.
Sus trabajos han obtenido premios y han sido publicados en numerosas antologías y revistas literarias nacionales e internacionales. Entre las ediciones impresas, se cuentan: revista Quimera (Barcelona, mayo 2020); antología Resonancias (Fomento Editorial BUAP, México, 2019); Antología de Ficticia (Editorial Micrópolis, Perú, 2018); Palabras en el agua (Cátedra UNESCO y UNLitoral, 2016); antología trinacional Borrando fronteras (Chile, Argentina, Perú, 2014); antologías de los concursos I, II, IV y V de La Microbiblioteca (Biblioteca Esteve Paluzie, Barberà del Vallés, Barcelona); II Certamen de la Fundación FIART (España, 2013); Relatos ilustrados Opticks (España, 2012); Latin Heritage Foundation (EE.UU., 2011). Asimismo, ha colaborado en numerosas publicaciones digitales de Argentina, España, Chile, Colombia, México y Perú.
Agradecemos infinitamente a Mónica que haya querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis los siguientes microrrelatos:
LA GRIETA
Cuando el alcalde de Barrancas del Pescador salió a la puerta de su casa aquella mañana, tuvo que asirse a un farol para no caer en la flamante hendidura de unos ochenta metros de profundidad que atravesaba su jardín y partía el municipio en dos. Llamó a los gritos a su chofer y a su secretaria, pero habían quedado del otro lado del pueblo. Acudieron enseguida dos maestras, un periodista y el almacenero de la esquina. «¡¿Qué hacemos?! ¡¿Qué hacemos?!» gritaban, consternados. «Resistir», contestó él, a cara de piedra. Enseguida declaró inconstitucional la falla geológica e instó a los habitantes a permanecer en sus sitios. Desoyéndolo, los vecinos de una y otra orilla improvisaron la evacuación. Subido a la tarima de los actos patrios, el funcionario vociferaba: «¡Vuelvan, cobardes! ¿Tienen miedo de que les falte la tierra debajo de los pies?». Con el éxodo del último contribuyente, vio desmoronarse su ambición de ser gobernador y el anhelado bastón presidencial. Desde el abismo de su carrera, sólo piensa en cómo echarle la culpa al partido opositor.
ALEPH
En silencio, inmune a los reproches de la mujer, él colocaba sus cosas dentro de una valija. Ella pedía explicaciones y le recordaba a los gritos que esa noche tenían un compromiso. Por un momento el hombre levantó la vista y la miró de frente. En el destello de sus ojos grises, ella percibió el desprecio. A continuación, como en un caleidoscopio vertiginoso, vio proyectarse en sus pupilas las imágenes de su vida juntos. Se vio a sí misma vestida de encaje blanco y a él abrazándola, enamorado. Un poema cursi, el primer café, aquel crucero, los hijos negados, los baños de mar, las llegadas tarde, los viajes por el mundo, los congresos para él solo, la falta de caricias, el olvido de fechas y regalos, la indiferencia de los últimos años. Vio, en ese acto mecánico tantas veces repetido, que él no elegía qué llevarse: en su equipaje reunía todo el universo posible. Entonces comprendió que, si bien seguía allí, ya se había ido para siempre.
CARTAS DE UN JOVEN POETA
Tras el portazo y varios meses de angustia, una tarde de lluvia desparramó sus recuerdos sobre la alfombra y se recostó a mirarlos. Comenzó por la foto en la que su amor llevaba aquel horrible saco a cuadros con olor a guardado, símbolo del «torpe aliño indumentario» que se jactaba de compartir con Machado. Acarició su rostro pálido. Los ojos celestes que la desvelaban, ¿siempre habían sido tan prominentes, casi saltones? Qué ternura descubrir que la pipa que le daba un aire circunspecto ni siquiera tenía tabaco. La conmovió el esmero de su ex por querer sumarse años e importancia con esa barba rala que parecía de utilería. Repasó sus poemas, tantas veces leídos. Esta vez detectó adjetivos un poco empalagosos, casi cursis. Siguió adelante. Podría habérselo perdonado todo, menos las «incoerensias» y las «falasias» que recién ahora descubría en sus cartas.
De Lugares vedados, Kintsugi Ediciones, Buenos Aires, 2018.
LA NUEVA DIETA
La doctora me dijo que había llegado el momento de darle la papilla. Al principio no le gustó la mezcla de calabaza, zanahoria y papa hervida. Al rechazarla con la mano, desparramaba todo por el piso. Después fue aceptando la novedad. Y entonces, llegó la recompensa: de postre, banana pisada o, si lo prefería, manzana rallada. Con mucha paciencia le hice entender que, si comía todo el plato, se iba a ir poniendo un hombre fuerte y sano. Como antes, cuando era mi padre todopoderoso.
EL MALENTENDIDO
Las instrucciones eran precisas: la casa debía estar siempre reluciente y con todo en su lugar.
Eso fue lo que Rogelia trató de explicar cuando le tomaron declaración.
Pero no encontró las palabras. O no le creyeron que fue por cumplir con su trabajo que se apuró a limpiar la sangre del sofá recién tapizado y a echar a la basura los papeles rotos, desparramados en el piso. Que le sacó el revólver de la mano a la señora, lo puso sobre la mesita de mármol, y recién después de que el living estuvo limpio llamó al señor. Porque a la patrona no le hubiera gustado que la encontraran así, sucia, tirada en el suelo en medio del desorden.
Los policías hablaron de escena del crimen alterada, de huellas dactilares en el arma homicida.
El marido dijo que no existían motivos para que su mujer hiciera algo semejante.
El abogado aseguró que Rogelia sí los tenía.
Por eso ahora está presa. Ocho años —dictaminó el juez— que pueden ser menos por buena conducta.
Pero si ella se portaba bien… Ella tenía todo siempre impecable.