Con la película «A night of knowing nothing» la directora india Payal Kapadia se dio a conocer en los circuitos internacionales, aunque, bien valorada, no llegara a tener difusión en España. En rara ocasión este país es pionero cultural y menos para dar a conocer al mundo algún valor cinematográfico, a veces, incluso, ni el de los propios realizadores del país. No es de extrañar que aquel primer largometraje se dejara pasar. Era arriesgado y localista, pero en su interior tenía una crónica amorosa que saltaba en pedazos y que podía haberse usado de gancho. Ni por esas. Si en su primer largometraje la directora era capaz de ingeniarse el mecanismo por el que las cartas de los enamorados pasaban a formar parte del conjunto de imágenes documentales o de ficción, como si la historia de los dos amantes tuviera lugar mientras el país se convulsionaba entre hindús y musulmanes y las políticas de segregación religiosa en auge impuestas por el autócrata gobernante, en «All we imagine as light» lo que predomina es la ficción sobre lo documental, pero la realidad se introduce en el relato, porque, en definitiva, de lo que se trata es de reivindicar el papel de las nuevas generaciones indias, sobre todo de las mujeres, para cambiar el sistema de segregación racial, religioso y económico del país.



La escena de apertura es especialmente significativa. Hay un indudable eje central en la película que lo absorbe casi todo, pero las bifurcaciones se muestran igualmente interesantes. Ese recorrido ferroviario por la ciudad de Mumbai, en el que nos vamos a cruzar con nuestras protagonistas mientras se dirigen a su trabajo, sin que todavía las hayamos conocido, mientras oímos las voces de otros trabajadores que dejaron su ciudad o su país para desplazarse a la gran urbe en búsqueda de un trabajo estable, hacen del viaje una radiografía interesante de la ciudad. La superpoblación, el estado de los trenes, las ilusiones de mucha gente, el vistazo de una sinfonía de una ciudad que une a Kapadia con los clásicos del cine, ya sea Berlín, Moscú, Nueva York, París. Alargando el concepto asumimos la idea de un travelling urbano que nos conduce hacia lo que va a terminar siendo un hospital y un servicio de obstetricia en la India. Un inocente encuadre en segundo plano alcanza un significado muy relevante cuando la película termina, «reservado solo para mujeres». Cuando el transporte público tiene que reservar espacios para las mujeres, algo no funciona nada bien en la mentalidad de los hombres y en su forma de comportarse. Ese «only women» va a estar presente el resto de la función por todos los rincones del relato, porque las protagonistas son mujeres, porque las maduras no pueden mantener una relación sana y libre con los hombres y con el sexo, porque las jóvenes han de mentir para ser libres, porque los métodos anticonceptivos han de suministrarse bajo cuerda para que no se enteren los maridos, porque un grupo de mujeres viajando solas no está bien visto.



Las tres edades de las mujeres señalan claramente las diferentes concepciones del país sobre el papel de la mujer, o aún mejor, sobre cómo tienen asumidas las mujeres ese papel en la sociedad. La jubilada que ya no puede aspirar a nada y resulta mejor retirarse y no mantener la lucha por defender su propiedad, aunque busque un apoyo sindical que es otro de los guiños de la película hacia cómo hay que cambiar la realidad en momentos de uniformidad y de pensamiento reaccionario. La de edad mediana, cuya vida se mantiene en estado vegetativo desde que su marido emigró a Alemania y no ha vuelto a tener noticias de él en años, aunque de vez en cuando recibe algún electrodoméstico procedente de allí, sin ninguna carta, mensaje o llamada, un electrodoméstico que le recuerda que, aunque trabaje como enfermera, debe ocuparse de la función primordial reservada para las mujeres, el hogar representado en una olla para cocer arroz. Y la joven, liberada sexualmente, abierta a nuevas experiencias y sensaciones, a quien de todas formas no le resulta fácil romper con el tabú y la vigilancia, acosada por una madre que ha encontrado marido para ella y una jefa que no admite que se relacione con hombres, más aún si ese hombre es de otra religión. Si la película habla en sordina de machismo la valentía de la propuesta es que huye del dogma y de la consigna, es más, sitúa la lucha contra ese machismo en un primer escalón, está invitando a las mujeres a dejar de vigilar el comportamiento de las demás, invita a la comprensión y a la ayuda, no a la vigilancia y al castigo del señalamiento, actuar juntas para liberarse no para reprimirse.

Esas relaciones que parecen incompatibles consiguen un lugar neutro de simbiosis. Abandonando la ciudad y viajando a la playa, las tres mujeres comprenden que no es contra ellas como se conseguirá cambiar el país, sino a partir de ellas. La luz como la imaginamos será el momento en que nuestros pensamientos puedan parecerse a nuestros actos. Cuando ese amor de los jóvenes no quede supeditado a dogmas religiosos, políticos o raciales, pero el primer paso han de darlo quienes lo critican desde el mismo sexo. Se permite Kapadia, en un relato límpido, cristalino, bello, sutil, armonioso, introducir el realismo mágico. Uniendo un episodio ajeno a las protagonistas, la reanimación de un ahogado en la playa, la directora fantasea con la figura del marido ausente y su personaje puede romper los amarres de una sociedad no ya patriarcal, sino de sumisión completa de la mujer. Ese fantasma que aparece podría interpretarse como el de una sociedad que no libera a la mujer abandonada por el solo hecho de estar casada. Ese «no quiero verte nunca más» es el paso previo para volver a vivir fuera del trabajo, es el clic que acerca a esta mujer a las sensaciones y pulsiones que le transmite la joven, la aceptación de que el mundo sólo avanza con la luz, con la luz que proyectamos, la que buscamos o la que compartimos. Mantenerse en la oscuridad, encerrada en casa, sufriendo por las reglas sociales, sólo trae desconsuelo y frustración. En este caso son los jóvenes los que abren los ojos de los mayores y les traen la luz, aunque sea la artificial de un bar, en una playa, en un bello y emotivo round final, si bello es el inicio y bello es el desarrollo, su final permanece en la senda de esa belleza.

Dirección: Payal Kapadia (India)
Guion: Payal Kapadia
Producción: Petit Chaos Thomas Hakim
Distribución: Atalante (España)
Montaje: Clément Pinteaux
Música: Dhritiman Das
Sonido: Benjamin Silvestre, Romain Ozanne, Olivier Voisin
Intérpretes: Kani Kusruti, Divya Prabha, Chhaya Kadam, Hridhu Haroon, Azees Nedumangad
Duración: 117 m.
Idioma/s original/es del film: hindi , malayalam
País: Francia – India – Países Bajos – Luxemburgo