Hay cientos de ejemplos, desde nuestra queridísima Familia Telerín, que anunciaba el final de la programación infantil, hasta La tribu de los Brady, donde ya nos anticipaban un nuevo tipo de convivencia que, poco a poco, rompería con la homogeneidad establecida. Jóvenes y no tan jóvenes de varias generaciones recordarán también a los Ingalls, en La casa de la pradera, o a los Seaver, que nos mostraban en Los problemas crecen los cambios drásticos en el hogar tras la reincorporación de la figura materna a la vida laboral. En todos estos casos, aunque aderezados con detalles cómicos, sucesos imprevistos y choques entre roles, se apreciaba una fotografía perfecta. Al final, y a pesar de las circunstancias, las piezas encajaban, estaban hechas para formalizar una bonita imagen, que aportaba serenidad y plenitud al espectador. Unión, incondicionalidad, seguridad y protección, como corresponde al elemento natural, universal y fundamental de cualquier sociedad de todos los tiempos: la familia.
Sin embargo, en su penúltima novela, Sara Mesa (Madrid, 1976) se atreve a rebuscar en las cloacas de los vínculos, donde no se proporcionan perfumes, ni lavados de cara que suavicen el contexto.
Fiel a su estilo, la autora continúa sumergiéndonos en la turbación que provoca lo políticamente incorrecto; hurgando en la herida sin anestesia, sin decoro, manchando de pus la camisa blanca, impoluta y recién planchada de la falsa integridad, acercándose a la verdadera y compleja dinámica de las personas que comparten techo y un sinfín de altibajos en la cotidianidad habitual. Tal y como ella misma afirmó en una de sus entrevistas (https://bambaeditorial.com/sara-mesa-escritora-entrevista-la-familiar/), siempre se inspira en la realidad, en la observación de lo que le rodea. Por ello, “La familia” (Anagrama, 2022) puede producirnos cierta inquietud e incomodidad al leerla. ¿Quién quiere aceptar las pequeñas infamias y la maraña que forman cuando se acumulan? Ya resulta complejo de manera individual; tratándose de la sagrada institución familiar, admitir los secretos ocultos en el desván y los cadáveres enterrados en el sótano podría llevarnos a la horca o a la silla eléctrica. Y es que, en ocasiones, ciertas palabras gozan de una connotación positiva per se, y se asocian al amor y a la felicidad, obviando que uno nace donde le toca y no donde elige. Sin ir más lejos, y aludiendo a un autor clásico atemporal, el gran drama de Kafka (La metamorfosis, 1915) fueron sus padres y sus hermanos, de los que constantemente quiso escapar. Acaso, ¿no conocemos decenas de testimonios en los que los lazos paternos o fraternos ejercen un poder desmesurado y trazan una senda de la que es difícil desviarse?
Volviendo a la obra que nos ocupa, fue Premio Cálamo Extraordinario y Premio Andalucía de la Crítica en el año posterior a su publicación, y generó muy buenos comentarios en distintos medios de comunicación. El recorrido que realiza no es lineal, ni su narrativa es predecible; más bien, se posa en las grietas, en el polvo que se acumula en las esquinas. Alberga silencio, oscuridad, la náusea de las apariencias y las puertas que permanecen selladas desde que uno tiene memoria. A medida que nos inmiscuimos en las vidas de Padre, Madre, Martina, Rosa, Damián y Aqui, nos convertimos en testigos de las trampas y puntos ciegos de cada conversación, de quién serpentea y ejerce una vasta influencia sobre el resto. Cada uno de ellos escoge una postura que le ayuda a sobrevivir en una atmósfera cargada de límites y prejuicios. Desde la sumisión a la rebeldía, pasando por la incertidumbre, los protagonistas tratan de ser y estar en un ambiente hostil, aunque la imagen proyectada ante los demás sea intachable. Tenemos “la intuición de que todos fingían”[1]MESA, Sara. 2022. La familia. Barcelona: Anagrama, página 16, de que la fragilidad se disfraza de tesón, escrúpulo y disciplina. Todos mienten, de un modo u otro, para evitar la asfixia.
El modelo concreto que nos describe Sara Mesa es semejante al que puede detectarse en un grupo que sigue un dogma religioso o ideológico cerrado, como un pedazo desprendido de un conjunto más amplio que tiene sus propios códigos y que rechaza de forma taxativa otros modos de entender e interpretar la existencia. El líder toma las decisiones y manipula a los miembros, adoctrina para mantener orden y vivir conforme a sus propios principios. Por supuesto, la novelista no generaliza, ni pretende demonizar ningún paradigma, sino que nos presenta una espiral peligrosa, sigilosa, con aspecto de normalidad. En esta familia reina la tranquilidad, no se grita, ni se insulta, y cada uno hace lo que debe. La austeridad es una de las máximas, por eso las criaturas de la casa no ven la televisión, porque no tienen. Tampoco necesitan lavavajillas, ni tantos muebles. Los regalos son prescindibles y la intimidad no se contempla. Son una humilde comunidad, cuyo ideal es Gandhi y cuyas reglas no casan con las del mundo exterior.
De cualquier manera, es recurrente en sus narraciones que algunos de sus personajes mantengan una doble vida y, sin lugar a dudas, la escritora sevillana –de adopción- vuelve a desplegar su capacidad para crear personalidades poliédricas. Además, aunque los sitúa en un círculo muy poco permeable, ellos siempre poseen la posibilidad de seleccionar entre varias alternativas –asumiendo las consecuencias, claro-; porque también sucede así fuera de la ficción y el determinismo es una falacia a la que nos acogemos cuando sentimos miedo y nos paralizamos. A todo ello, se le suma la mirada externa de otros secundarios, que sólo pueden descifrar conforme a lo que ven. El plano es distinto, está diseccionado, fragmentado y velado; por este motivo, la mayoría de las cosas nunca se atrapan por completo.
Puede que el lector, al concluir estas páginas, se encuentre algo desorientado. ¿Qué hay de esos episodios no resueltos? Quizás, ocurra como en el día a día, las historias no terminan. Los finales hilados y bien explicados son propios de Hollywood, no de las familias de carne y hueso.
| Título: La familia |
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Referencias
| ↑1 | MESA, Sara. 2022. La familia. Barcelona: Anagrama, página 16 |
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