Una mudanza siempre es un fastidio, me dijo una empleada muy profesional cuando fui a pedir presupuesto. Se pierden cosas, encuentras otras que no recordabas tener, debes clasificar los enseres, decidir qué tirar… ¡uf!, por no hablar de que abandonas un lugar querido, o no, quién sabe, pero siempre dejando allí una parte de ti, lo que resulta muy doloroso, sentenció con un discurso muy emotivo. No, no, ¿verdad que no queremos eso?, me preguntó a traición. Yo le recomiendo lo último en este sector: la mudanza mental. Es más cara, pero el resultado lo merece. Le dejaremos la cabeza limpia, recién pintada y con un gran ventanal desde el que mirar las estrellas. Así que, aquí estoy, en el mismo piso viejo y lleno de trastos y asfixiada por una nueva póliza a diez años. Aunque con una mente totalmente diáfana, eso sí, que tiene hasta terraza con jacuzzi.
