Un recuerdo. Una imagen. Algo que aún desconocemos. Como la reminiscencia de un letrero en la fachada de un edificio, expuesto a los caprichos del tiempo. Eso es lo que quiero decir aquí, sobre El viento sopla donde quiere, de Beatriz Miralles de Imperial, sobre un libro poderoso, a la manera de un gran grito unánime, solitario, como el lenguaje, pero, de principio a fin, alzado en su silencio.
«Algo que aún desconozco»[1]MIRALLES DE IMPERIAL, Beatriz. 2020. El viento sopla donde quiere. Jerez: Libros Canto y Cuento, p. 29, dice ella misma, cuando piensa en las lecturas elegidas para un verano indeterminado y aquello que las une. Lo que somos: lecturas, palabra. Lo que somos también desde que reina la palabra. Está en todas partes. La palabra frente a lo que aprendemos de la palabra. La palabra, lo que se dice sobre lo que hacen los otros con ella. La palabra se comunica en todas partes. La palabra frente a la humanidad incorregible. Que se siente abrumada y está abrumada. La palabra ante lo extraño de los días, extraño por el mero hecho de no ser lo que debería ser. La palabra que ha vuelto de los lugares lejanos asolados, el miedo de los caminos y la esquina de la calle. La palabra de lo cercano y lo íntimo se entremezcla. La palabra como temor de una memoria disminuida, por ejemplo, de la prosperidad pasada: «Un día que pasa en el que no ha pasado nada. Nada extraordinario, quiero decir. Vacío, fugaz, inútil: perfecto porque lo ignoro»[2]Ibíd., p. 19.
No tenemos poder ante el imperio de la palabra, menos aún ante el reinado absoluto de los días. Ahora debemos hablar de este problema. No porque piense, en absoluto, que la escritura de Beatriz Miralles sea problemática, ni siquiera creo que para ella misma, ante la hoja en blanco. Pero sí lo es su análisis. Tenemos que pensar en la escritura de los días y créame el lector si digo que no hay aquí vanidad alguna sobre la que disertar o a la que reprender. ¡Porque sólo encuentro claridad! «Lo que se concibe bien se expresa con claridad, y llegan con facilidad las palabras con que hay que decirlo»[3]BOILEAU, Nicolas. 1982. «Arte Poética», en Aristóteles, Horacio, Boileau: Poéticas. Madrid: Editora Nacional, p. 153. La afirmación de Boileau resuena en la aparente claridad del lenguaje que utiliza Miralles. Sin embargo, si se observa con detenimiento, la propia composición de la frase no es algo que uno compartiría de forma inequívoca. Nada se dice de lo que cubre esa «claridad» o sobre eso que es «bueno», tan rodeado como está de una cierta arbitrariedad. Y luego, tan útil y aumentado por una fuerte aliteración, surge el efecto del giro impersonal del verbo: lo que se concibe no es exactamente lo que alguien concibe.
Aquí se introduce otra autoridad que supera a la del autor: «escribo, lucho contra el vacío»[4]MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 75. En otras palabras, que la concepción es, cuando menos, compartida. El poder está mirando. Y con razón: el absolutismo de las cosas, de la vida cotidiana, persigue todos los rincones del alma de sus súbditos. El mandato de Boileau adquiere entonces otro sentido: alega la omnipotencia de un monarca al que la palabra tiene un deber de transparencia. El que habla o escribe se debe al soberano, a esa soberanía del vacío, por utilizar la expresión de Bobin, que es, pienso, el mismo vacío del que habla Miralles: está, en fin, obligado a él. Lo que se afirma tan claramente es más bien la omnipotencia de dicho absolutismo, pero sin decir demasiado, mediante un frente invertido implícito, también hasta qué punto el arte poético está subordinado a la voluntad política. Tanto es así que ya no sabemos si la frase de Boileau pretendía implicar un significado oculto. No es tan claro lo que se concibe en ella, tanto que incluso contradice su propia afirmación: lo que está bien concebido se afirma con él en media palabra.
Así que el lenguaje podría pasar, si no por «el más peligroso de los bienes», como diría Hölderlin[5]HÖLDERLIN, Friedrich. 1984. Hymns and Fragments. New Jersey: Princeton University Press, p. 226, al menos sí por el más taimado. Y esto es tanto más cierto cuanto que la afirmación del poema incluye un equívoco que se refiere a la palabra bienes. Tal vez juegue con las palabras y, de un modo performativo, ponga en práctica lo que dice en el mismo momento en que se afirma la cosa: puesto que la palabra bienes tiene dos significados, la comprensión se ofrece en su pluralidad (los significados pueden ser excluyentes entre sí o estar sujetos a un reparto equilibrado, captarse en su simultaneidad o presuponer una alternancia entre ellos, etc.). El lenguaje, así desplegado en la extensión no demarcable de la palabra, aunque sea escrita, trae consigo su voluntad de precisión, la cuota de incertidumbre de la que también está hecho. Esta pluralidad de significados se encuentra en cualquier parte del libro de Miralles. En definitiva, que es algo constitutivo del lenguaje, de su lenguaje. El contexto de la enunciación, al igual que localiza un intercambio, desdibuja inevitablemente los datos. Los malentendidos se suceden de entre los tópicos, los entendimientos de los equívocos, sin que ninguno de ellos pueda detener los límites: lo que alguien concibe, bien o mal, lo dice tan claramente como puede. Tanto es así que parece que la pregunta no es «qué significa esta palabra o este pensamiento», sino «qué me permite decir después» o «qué me da para pensar». En definitiva, pues, cabe preguntarse de qué manera produce formas o fuerzas capaces de reconducirlas o reconfigurarlas.
Porque la palabra es, pase lo que pase, una exposición, una propuesta, una aparición. Forma parte de una dinámica que no se puede decidir a priori. Forma parte del contexto, significativamente inconstante, poniendo en juego posiciones ligadas a elementos implícitos que lo hacen producto de circunstancias y causalidades que no pueden ser acordadas sin prestarse de nuevo al equívoco. Un equívoco que se repite así, sin esperanza de llegar a una palabra final que no sea arbitraria: a cada palabra se le puede añadir una siguiente por la sencilla razón de que ninguna es definitiva, ninguna es lo suficientemente poderosa como para detener su curso. Sobre todo porque la palabra divina, en la que, por la voz del Rey, se apoyaba la insinuación de Boileau, ha vuelto a al templo del lenguaje. A partir de ahora no tiene ninguna autoridad, salvo en el aspecto de un intento de reconstrucción. ¿Deconstrucción? Sus lectores sólo han pretendido sustituir la omnipotencia del Verbo por la suya propia, utilizando, en su nombre o en el de su valedor, las duplicidades que permite el lenguaje, a veces hasta perderse en ese rasgo tan esencial del donjuanismo que es el enredo morboso en las palabras.
Entonces la poética de Miralles es, sin otra cosa, «una escritura de cerca, en voz baja»[6]MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 65. Parece que ahora se entiende mejor todo lo anterior. Son sus propias palabras. Ella nos está diciendo, casi sin quererlo, que, para escribir, aquello que es Ser en la palabra se retrae, se repliega hasta hacerse no vocablo mudo ni inexacto, sino, sencillamente, voz baja, susurro. El lector –todos lo somos ahora- encuentra en la escritura de Miralles la humedad benéfica y amniótica que poetiza el presente. Esta es una escritura de ruina viva, como la de Pascal Quignard, una suerte de ficción que se sumerge de nuevo en lo ilimitado de lo ya de por sí ilimitado, en un tiempo antes del tiempo. La escritura de Miralles, que parece tan erudita, a veces oscura, es en realidad notablemente sensorial, atenta al momento, a sus placeres infinitesimales. Ayuda a amar la carencia, a aceptar ser mortal, desgarrado, destrozado por el tiempo. Un tiempo al que debemos adorar como, podríamos decir, lo hace un hortelano con la primavera a la que aguarda y en la que confía.
La escritura de Miralles, a su manera, promete el regreso incansable de la primavera, o sea la primera vez, la preeminencia del deseo.
Su ambición -quizá inconsciente- de modificar el futuro exhibiendo fragmentos ruiniformes –el presente- es una búsqueda que tiene no poco de ontológico. No es, como en el poema de Hebel que analizará Heidegger en su Lenguaje y tierra natal, una condición actual (del sol en ese caso, de los días, a secas, en éste) lo que se establece. En las palabras del poema, y cito a Heidegger, «no se reproduce nada de lo dado, pero lo que pertenece esencialmente al trabajo del día […] nos lo da, por primera vez, la leyenda poética. No se dice nada sobre [el sol], sino que, más bien, se nos presenta y promete primero, en voz baja, siempre que escuchemos el decir poetizante»[7]HEIDEGGER, Martin. 1983. «Sprache und Heimat», en Aus der Erfahrung des Denkens1910-1976 (GA 13). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 167. No hay informe ni descripción, sino algo que se ofrece, que es dado. Se trata, pues, de describir situaciones de la vida ordinaria y, utilizando determinados recursos retóricos, de encerrar a los lectores en un campo semántico restringido, correspondiente a una forma particular (pero ofrecida como general) de percibir la situación. Nos encierra en una propuesta de definición de la realidad –un libro de Juan Ramón Jiménez que se lee, en desorden, al fresco de un ventanal[8]MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 59, un atardecer que se describe, en bellísima caída, como oro tierno[9]Ibíd., p. 39 o un recuerdo a Zagajewski y su velar por el mundo[10]Ibíd., p. 85-, de forma tal que deviene paso esencial para el orador, proponiendo una redefinición del significado de las palabras transformando su contenido no sólo semántico sino también emocional.
Por cierto que hace un momento citaba a Adam Zagajewski, desaparecido este mismo año, y no era sólo a modo de ejemplo. Quisiera relacionarlo con la poeta de la que hablamos aquí. En sus últimos libros, Zagajewski nos mostraba un lirismo que, al captar un fragmento de la realidad, tiende a expresar su sustrato misterioso y no quiere limitarse a la descripción del mundo sensible. Sin embargo, sería un error ver al escritor polaco simplemente como un esteta, y lo mismo puede aplicarse en el caso de Miralles. El anhelo de belleza no les impide a ambos ver el abismo de la fugacidad. Por eso me atrevo a decir que es Beatriz Miralles un poco como esa muchacha que aparece en La part manquante, de Bobin: «Está sola. Se encuentra en el vestíbulo de una estación […] entre toda esa gente como en una habitación aislada […] en medio del mundo, como la virgen de los cuadros de Fra Angelico: recogida en una esfera de luz, deslumbrada por el brillo de los jardines»[11]BOBIN, Christian. 2021. La part manquante. Paris: Gallimard, p. 11. Esa soledad, polifacética porque corresponde a una especie de retraimiento del mundo, es un requisito esencial para la escritura, para ese donar la realidad que Miralles impulsa en el lector. Debido a lo experimentado en ese día, los estados de santidad y gracia se vuelven accesibles, inducen a una conversión de la mirada. Su escritura es, en definitiva, algo que consiste en proponer al lector una vía de salvación para salir de lo cotidiano, aceptando la dimensión ineludible de lo ordinario. Miralles parece construir así una filosofía para el uso práctico de la consolación, esto es, que pasa por la resignación: hace de lo cotidiano algo extraordinario, a su manera. Algo que eleva y salva.
Una obra de recalificación de lo cotidiano, eficaz ante los lectores, que constituye una forma de ilustrar la experiencia estética dentro de la construcción social de la realidad, macerando sus textos para movilizar, dentro de su experiencia ordinaria, nociones del mundo del texto, por utilizar la expresión de Ricoeur[12]RICOEUR, Paul. 2006. «Mundo del texto y mundo del lector», en Tiempo y narración III. El Tiempo narrado. México: Siglo XXI editores, pp. 864-901. Se trata, en efecto, de una inversión de la situación –no práctica, sino simbólica- toda vez que es inmenso el papel que la experiencia estética parece desempeñar en la constitución de la realidad social. Mientras haya discurso, hay esperanza. Y cuando la palabra desaparece, la lengua no tiene nada que ver. El recomienzo que esboza cada nuevo uso discursivo está cautivado por sus virtualidades de desarrollo, y pretende espontáneamente llevar la totalidad de la palabra a su estilo y a su mundo. Pero nada puede evitar que se exponga de nuevo. El mundo sigue pasando. Si mantener la palabra es la exigencia irrenunciable, se trata entonces de buscar no la verdad del lenguaje, que sería una tarea ardua e inútil, sino de que ese lenguaje esté sólo donde tiene que estar. Estar allí, en los días, siquiera para decirlo, que el lenguaje literario alcance lo sublime al despojarse de todas sus envolturas artificiales, de todos sus revestimientos lingüísticos convencionales, también cuando rompe los biombos sociales, políticos e ideológicos para abrazar el movimiento de la Φύσις.
«El lenguaje literario es un lenguaje desnudo hasta el horror. La desnudez del lenguaje es lo que Longino llama lo sublime»[13]QUIGNARD, Pascal. 2002. Rhétorique spéculative. Paris: Gallimard, p. 58. Quisiera terminar estas palabras sobre el libro de Beatriz Miralles con Quignard, precisamente, al que ella misma cita. La cuestión es que yo termino, pero este libro no acaba nunca. Podríamos decir que no ha hecho más que empezar. ¿Qué está pasando para que esto ocurra? ¿Qué escribe, entonces, Beatriz Miralles de Imperial, para que no nos atrevamos a decir que el libro ha terminado? Quizás lo que sucede es que, merced a ese viento que sopla donde quiere, es la palabra perdida aquello que volvemos a encontrar, lo que somos. Es la palabra redescubierta que se hace audible e incluso visible. Seamos claros: no queremos que nos falte el tiempo. Tememos no haber comprendido por completo lo que, en conjunto, hay escrito en este libro magnífico. Así que este tiempo será el que nos tomemos para hablar. Para pensar. Para caminar.
Eso es también leer.
Título: El viento sopla donde quiere |
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Referencias
↑1 | MIRALLES DE IMPERIAL, Beatriz. 2020. El viento sopla donde quiere. Jerez: Libros Canto y Cuento, p. 29 |
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↑2 | Ibíd., p. 19 |
↑3 | BOILEAU, Nicolas. 1982. «Arte Poética», en Aristóteles, Horacio, Boileau: Poéticas. Madrid: Editora Nacional, p. 153 |
↑4 | MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 75 |
↑5 | HÖLDERLIN, Friedrich. 1984. Hymns and Fragments. New Jersey: Princeton University Press, p. 226 |
↑6 | MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 65 |
↑7 | HEIDEGGER, Martin. 1983. «Sprache und Heimat», en Aus der Erfahrung des Denkens1910-1976 (GA 13). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 167 |
↑8 | MIRALLES, El viento…, Op., Cit., p. 59 |
↑9 | Ibíd., p. 39 |
↑10 | Ibíd., p. 85 |
↑11 | BOBIN, Christian. 2021. La part manquante. Paris: Gallimard, p. 11 |
↑12 | RICOEUR, Paul. 2006. «Mundo del texto y mundo del lector», en Tiempo y narración III. El Tiempo narrado. México: Siglo XXI editores, pp. 864-901 |
↑13 | QUIGNARD, Pascal. 2002. Rhétorique spéculative. Paris: Gallimard, p. 58 |