No, no acabará la historia con Trump. Y no lo hará porque Trump no es el origen sino la consecuencia. La consecuencia de un diabólico modelo que convenció a la gente común que podía conseguirlo todo y progresar con ello su estatus social. Pero pasó el tiempo y cómo era de prever no lo consiguieron e incluso cayeron por debajo de donde estaban cuando comenzaron su arriesgada aventura.
Los que fueron más conscientes y advirtieron su error pudieron afrontar la realidad que les correspondía con mayores precauciones.
Los que perseveraron en sus excesos, cegados por los delirios del capitalismo más indecente, en su desconsuelo cayeron fácilmente en las garras de la furibunda nacionalista, xenófoba y demás fobias, prendados de la simplicidad de unos mensajes que impugnaban su fracaso.
Trump ha sido uno de sus voceras pero ni ha sido el primero ni será el último. Por el momento el más ruidoso, no por sus formas y propuestas que pueden ser más o menos afines a las de sus homólogos en los confines de la derecha europea, pero lo ha sido en el país más poderoso y mediático del mundo y eso acaba calando en el resto.
El asalto al Capitolio de la pasada semana en Washington, por cierto desde donde se han propiciado innumerables golpes de estado a lo largo y ancho de todo el planeta, es sólo un episodio más de la deriva que han ido tomando los acontecimientos.
Una mecha que prendió desde que el modelo social inducido por el neoliberalismo tomara por referencia principal el individuo a la vez que desprecia el bien colectivo.
Un modelo que a la larga acabará marginando la democracia por cuanto su furibundo concepto de la libertad individual sobre el que aboga por encima de cualquier otro juicio. Todo vale en pos de la ambición. Un universo donde el dinero y el poder son los bienes más preciados. «Tanto tienes tanto vales», de ahí su repudio a los impuestos, su descrédito a los servicios públicos y al citado bien común.
Europa y sus dos milenios de historia no han supuesto una barrera para el trumpismo. Ni mucho menos. El fascismo, que ronda tan próximo a sus paradigmas, en sus distintas formas ya sacudió el continente un siglo atrás. Y el sucesivo deterioro de las condiciones laborales y sociales desde 2008, con la antesala de ese escenario lúdico que diera lugar la más fiel ortodoxia capitalista, ha resultado el principal caldo de cultivo para movimientos análogos a los de Donald Trump.
El lenguaje
Lo que en EE.UU. Trump llama fraude electoral, en España se traduce por gobierno ilegítimo en boca de quienes enfatizan con el mismo y algunos entre los que no lo aparentan tanto. No en vano el discurso de la moción de censura que presentara Vox el pasado mes de Octubre, resultó una reproducción de sus alegatos adaptadas al escenario hispano e incluso de las teorías conspirativas de QAnon que abrazan muchos de sus seguidores y quedaron plasmadas desde la tribuna del Congreso.
De ahí el intento de blanqueo de los disparates y algaradas de Trump de la semana pasada y, de paso, un nueva embestida al gobierno de coalición. Porque no es lo mismo una manifestación frente al Congreso diciendo que «no nos representan», como ocurriera en 2016 en Madrid que nunca se saltó el cordón policial, que un asalto al mismo en toda regla tal como ha ocurrido en Washington, a pesar de lo que se ha jactado de repetir buena parte de la oposición estos días.
Ya en su día el famoso MIT –Instituto Tecnológico de Massachussets-, nos advirtió que la mentira se propaga más rápidamente que la verdad y desde hace tiempo una corriente ultra conservadora se empeña en hacer creer, cada vez más obstinadamente, que una parte de españoles lo son menos que otros porque no nadan en su mar de banderas y excusan sus aires marciales.
Puede parecer tan absurdo como en EE.UU. nos lo parecían las bravatas de Trump pero los hechos han acabado demostrando todo lo contrario.
El resultado
Al margen de la connivencia o no de algunos elementos policiales en el asalto al Capitolio, vista la facilidad y la supuesta falta de previsión entre las autoridades de la capital norteamericana y del propio servicio de seguridad del mismo, lo que ocurrió la semana pasada no fue realmente un intento de golpe de estado porque en las condiciones que se dio era evidente que resultaría un fracaso.
De nada sirven ya a estas alturas las disidencias de algunos de los allegados a Trump como su propio vicepresidente Mike Pence. A lo más quedarán como negligentes cuando no como cobardes por los más incondicionales a la causa.
Pero lo que no ha fracasado es la demostración de fuerza y la creencia de miles, millones de personas en EE.UU. que creen que la victoria de Joe Biden es un fraude. Incluso, según la consultora YouGov, el 45 % de los electores republicanos apoyan el asalto al Capitolio. Si a Trump le han votado más de 74 millones de estadounidenses, dicho porcentaje resulta verdaderamente aterrador.
Del mismo modo que en este lado del Atlántico otras muchas afirman que los inmigrantes, la Unión Europea o un gobierno en la sombra de pedófilos enviados por Satán, son los causantes de todos sus males.
Millones de personas abducidas en todo el continente por quienes les inducen a ello a través de sus enrevesadas teorías, su nacionalismo más exacerbado y sus fugaces mensajes con soluciones sencillas a los complejos problemas de nuestro tiempo. El nazismo no triunfó en Alemania por una turba de descerebrados si no porque gran parte del pueblo alemán creyó que esa sería la mejor manera de defender sus intereses.
Algo de lo que también es responsable la política tradicional cuando en casos como España y como viene reprochando el CIS desde hace muchos años, los políticos, los partidos y la corrupción, aparecen una y otra vez entre los principales problemas del país para una gran parte de la población.
En definitiva, durante las últimas décadas se hizo creer al pueblo que todos eran clase media cuando en realidad, la mayoría, no eran más que proletarios. Lo peor es que se lo creyeron porque lo segundo lo tomaron por una deshonra. O lo que es lo mismo volvieron a caer en la trampa de que el dinero y la felicidad forman parte de la misma cosa.
Algo de lo que Trump y sus correligionarios en todo el mundo se han sabido aprovechar entre quimeras y delirios de grandeza.
[…] así nuestro artículo en Amanece Metrópolis del pasado 12 de enero donde se refería la forma en que muchas personas se encuadran subjetivamente en una u otra clase […]