Durante mucho tiempo no escribí nada más
El diario es el espacio del desentendimiento. El doble del yo que en él se desarrolla experimenta la permanencia de lo indefinido. Lo hace al mismo tiempo que la lucidez de la conciencia que se describe a sí misma, pues el diarista, al tratar de expresar lo inexpresable, habla siempre de uno mismo para los […]
Retratos literarios: «El Nadador», John Cheever
Al finalizar la representación que ofrece Cheever de los suburbios de clase alta de la Costa Este, su paleta de colores ha terminado por enturbiar el, en principio brillante y alegre, boceto del principio. Cuando comienzan viaje y relato, cada patio tiene una reluciente piscina, donde la gente ríe y disfruta del jolgorio, bebe sin mesura y sobrevive gracias a las empresas de catering y los camareros. Es este es un mundo de lujo, parece decirnos Cheever, fácil y tranquilo. Pero no tarda en enturbiarse tal panorama ficticio, pues, en muchos sentidos, a pesar de esta descripción idílica en la historia, hay un sentido autoral obligado para alterar la felicidad desde la misma homogeneidad patente.
Retratos: Bajo el Volcán o sobre una distopía textual de Lowry (II)
Al igual que el Dios de la Cábala debe retirarse para dejar un vacío en el que crear, todos estos mitos apuntan a un desgarro constitutivo de nuestra humanidad y de lo que la trasciende. Tiene nombre, pérdida de la unidad primaria, división de los sexos, fractura entre amor y conocimiento, signo y sustancia. La barranca profundiza así, de forma dramática, en la dimensión de la pérdida y la carencia.
Retratos: Bajo el Volcán o sobre una distopía textual de Lowry (I)
En la superficie de este espacio plano las relaciones narrativas no son de causalidad sino de contigüidad y sucesión recurrente. Todo sigue su curso y se repite, el indio y su caballo marcado con el número siete, la mujer con las fichas de dominó, las cantinas, la barranca, los puentes. El destino del Cónsul está escrito al pie de la letra en la carta de un gigantesco juego de la oca astrológica o se despliega a la manera de una baraja de tarot. Delante o detrás de él, su destino es igual a sí mismo. Porque, como en una película, se puede cambiar el orden de las secuencias pero no las imágenes, todo deviene, entonces, figurativo o prefigurativo.