
Llevo toda mi vida en el bando de los “perdedores”, esta afirmación no me supone algo trágico, es simplemente una constatación.
La derrota fértil, no la derrota como fracaso definitivo, sino como condición de posibilidad para el crecimiento interior es parte de mi vida desde que tengo uso de razón.
Crecí en un barrio donde el mundo del “ganador vulgar y deshonesto” era anatema.
“El día pasará y la vida seguirá.
Ganarán los mismos,
perderán los de siempre,
y quizás, si eres paciente,
si dejas de correr, y te perdonas;
la vida deje de ser ese autobús
que se escapa justo…
cuando llegas a la parada”.
Charles Bukowski
Uno de los momentos más bellos que recuerdo en una sala de cine fue cuando empecé a oír el Concierto de Colonia de Keith Jarrett en Caro diario. Nanni Moretti avanza lentamente en su Vespa en busca del descampado de Ostia donde Pasolini fue asesinado. No hay acción, no hay diálogo: solo el movimiento lento del cuerpo que se deja llevar, la mirada que se abre al mundo, la aceptación silenciosa de que vivir también es perder el control. Jarrett, en aquel concierto improvisado en 1975, tocaba con un piano defectuoso, con el cuerpo exhausto, casi obligado a reinventar cada nota sobre la marcha. Lo que en otro contexto habría sido una derrota (un instrumento inadecuado, un artista limitado por el cansancio) se transformó en una de las interpretaciones más luminosas del siglo XX.
Pier Paolo Pasolini, al igual que Nanni Moretti, encarnaba un humanismo de izquierdas profundamente crítico y compasivo.
Ambos observan la sociedad desde la herida y la lucidez, defendiendo la dignidad del individuo frente al poder y la hipocresía del éxito.
Pasolini hizo del cine y la palabra un acto de resistencia moral, una denuncia de la pérdida de inocencia colectiva.

Moretti hereda esa mirada: irónica, ética, melancólica, siempre del lado de la clase obrera.
En ambos late la misma fe en la humanidad que sobrevive incluso en la derrota. Ambos nos educan en aceptar la derrota, en el coraje de perder sin corromperse, en la dignidad de seguir buscando sentido, aunque el mundo se haya rendido al éxito. El cine es mi pequeña redención cotidiana: el arte se convierte en mi forma de resistencia frente a la lógica del triunfo.
Al cine le pido que me haga reír, llorar, pensar…le pido emoción ante todo.
Esta regla fundamental del cine se les ha debido de pasar al jurado de la Seminci este año. El despropósito de Premiar el engendro de Magallanes, del “¿maestro”? filipino Lav Díaz con la Espiga de Oro se recordará con estupor.
La participación del inefable Albert Serra como coproductor ya era una pista más que evidente de que la película del filipino iba a ser un horror…y efectivamente la película es un auténtico compendio de lo peor del cine de autor. Magallanes es cine del siglo XX en el peor sentido, cine “viejuno”. Un despropósito la decisión del jurado.
Gracias a Billy Wilder, debo suponer que había alguien en el jurado con un mínimo de criterio y decidieron premiar ex aequo, también con la espiga de oro, a The Mastermind de la cineasta estadounidense Kelly Reichardt. Todos respiramos aliviados…
La verdadera Espiga de Oro premia esta vez una de las voces más poderosas y singulares del cine independiente estadounidense: Kelly Reichardt. Su cine es una declaración de resistencia, una mirada que desafía los moldes, que rompe los ritmos domesticados por la industria y los algoritmos. Un cine profundamente humano y político, pero sin panfletos, sin subrayados. Solo verdad, ternura y lucidez.
Reichardt reinventa el cine de atracos desde su mirada sobria y despojada. Le arranca el brillo falso, el efectismo vacío, la mentira del glamour, y lo convierte en una anti-película de atracos, atravesada, como toda su filmografía, por la política y la historia.
Y por último hablaremos de las dos mejores películas vistas en esta edición de la Seminci.
Hamnet de Chloé Zhao y La Cronología del agua de Kristen Stewart.
La película basada en la novela de Maggie O´Farrell es una auténtica maravilla.
Desde que soy padre vivo con el miedo de que un día, el silencio caiga sobre mí
¿Cómo afrontaría la muerte de una hija?
Hamnet nos cuenta un ritual de duelo. Zhao filma a Agnes, no desde el dolor explícito, sino desde los pequeños gestos. La tierra que acaricia, el hilo que cose, la prenda que dobla. Todo lo cotidiano se convierte en una plegaria.
Mientras tanto, el padre —una sombra que se va transformando en el dramaturgo— intenta dar forma a lo indecible. En su cuaderno, las palabras “Hamlet” empiezan a tomar cuerpo.
La escena final es puro cine de Zhao: Agnes entra en el teatro. La obra está a punto de comenzar. El actor que encarna a su hijo ficticio pronuncia las palabras que el verdadero no pudó decir y en el rostro de Agnes, el dolor y la belleza se confunden, comprende que su pérdida, ahora, vive en otro lenguaje.
Y todos le ofrecemos la mano a Hamnet…
“Contar no es recordar. Contar es curar.
Porque mientras alguien mire, el amor no muere.”
El arte tiene la capacidad de transformar el dolor en belleza.
Vaya manera de llorar con esta película…ese final…ese final…
La otra gran película del festival ha sido el primer largometraje dirigido por Kristen Stewart.
La directora nos cuenta en su ópera prima The Chronology of Water, inspirada en las memorias de Lidia Yuknavitch, como a través de una exploración del trauma, la memoria y la identidad femenina se puede sanar. Destaca su deseo de crear un lenguaje cinematográfico libre, visceral y no lineal, donde la forma misma exprese la emoción. Para ella, contar historias es un acto vital de resistencia y autodescubrimiento.
Es una película sobre el nacimiento, el renacimiento y el trauma, sobre la reconquista de nuestro cuerpo a través de las palabras.
La mejor película de la sección oficial sin duda. Pero en un festival de cine de autor no se puede-debe premiar a una película dirigida por una estrella de Hollywood, y ese es, precisamente, uno de los mayores males de La Seminci de Cienfuegos. La mayoría de las veces sólo hay “postureo progre”, no verdadero cine en La Seminci.