Sobre esta piedra, un humanismo. Deberíamos dejar que esas palabras resonasen durante un rato en los ecos del pensar poetizante.
Me gustaría intentar unas pequeñas reflexiones sobre Roger Caillois. Si he pensado en él es, por supuesto, porque, como a otros, se le considera a la vez un artista, hombre de letras y sociólogo que pertenece a todos esos campos. Sus libros podrían ser objeto de estudio tanto para los literatos como para los sociólogos. Sin embargo, no hay que negar que la simetría que sugiere tal coordinación sea engañosa. Caillois puede ser lo uno y lo otro o ninguna de esas cosas, igualmente. Empero, son los literatos los que se interesan hoy por él. Son las tesis de literatura las que citan El hombre y lo sagrado. Jean Starobinski, George Steiner o Dennis Hollier los que lo comentan. Los sociólogos son, eso sí, por motivos desconocidos, más discretos.
Pero yo quería hablar aquí de algo tan diverso como la poesía francesa contemporánea, así que cabe preguntarse qué tiene que ver este sociólogo que tanto bebió de Mauss y de Otto con ella. Claro que el amante de la poesía moderna podrá encontrar información en Claudel o Queneau, en Jacob y Bonnefoy, pues todos ellos han asumido el reto, si no de definirla, al menos sí de adoptar una posición en relación con ese concepto un tanto evanescente de poesía, escribiendo un ars poetica que resume sus pensamientos y convicciones sobre esta cuestión.
Entonces, si añadimos a esta lista el nombre de Roger Caillois, que también publicó su Art poétique, inmediatamente caemos en la cuenta de que algo falla. Quizás porque en la época en que Caillois la escribió –1958- no había facturado todavía ningún libro de poesía. Así que tendremos que hablar de Piedras, necesariamente, ya que se trata, a la postre, de su única colección en verso. Hablemos pues de Caillois, cuya obra no es sino un camino paulatino hacia la escritura poética que justifica su propia condición de poeta.
La fascinación de Caillois por los minerales, que comienza justo al final de su vida, le llevó no sólo a la publicación de Piedras, sino también a las de La escritura de las piedras en 1970 y, el mismo año, de «Minéraux», en Cases d’un échiquier. El gusto por la mineralogía, que se había convertido en algo casi exclusivo, era una muestra de la «especie de indiferencia hacia lo humano»[1]YOURCENAR, Marguerite. «L’homme qui aimait les pierres», en CAILLOIS, Roger. 2008. Œuvres. Paris: Gallimard, p. 23 que Marguerite Yourcenar ha detectado, con precisión, en la obra de Caillois.
He dicho antes humanismo. Y vemos que Yourcenar, por ejemplo, utiliza deliberadamente la palabra «humano», que connota mejor la experiencia personificada del mundo que la palabra «hombre», acaso más relacionada con una abstracción, ya que se encuentra más fácilmente en los libros que en la calle. Respetando los más altos estándares de intelección, las obras de Caillois parecen así dejar de lado una afectividad que habría hecho más sensible la parte de entendimiento que subyace a sus esfuerzos de comprensión: «hablo de piedras que no interesan a la arqueología, ni al artista, ni al diamantista […] sólo dan testimonio de sí mismas»[2]CAILLOIS, Roger. 2011. Piedras. Madrid: Siruela, p. 25. Sin embargo, hay que reconocer que en el frío ejercicio de la inteligencia sigue habiendo un impulso de intimidad, un deseo de conexión. Cuando la razón no se blande como un arma, refleja la necesidad profundamente humana de organizar las cosas para hacerlas accesibles al mayor número de personas. La lengua es el principal instrumento para establecer, mantener y ampliar ese lugar común. En su Art poétique, Caillois legisló precisamente para evitar que la poesía se desvinculara de este proyecto democrático, exponiendo así el trasfondo humanista en el que se basa su visión de la profesión.
Caillois mantiene «la creencia en que toda la verdad y todo lo real –con la excepción de una zona reducida y curiosa en la cumbre misma- pueden alojarse dentro de las murallas del lenguaje»[3]STEINER, George. 2006. Lenguaje y Silencio. Barcelona: Gedisa, pp. 30-31, en palabras de Steiner. Con ello, su alegato distribuye la poesía con un principio central de la cultura humanista, en un momento en el que muchos poetas la han puesto en entredicho, como demuestra la retórica negativa y la desautorización de la literatura cuestionada por Jean Paulhan en Las Flores de Tarbes[4]PAULHAN, Jean. 2010. Las flores de Tarbes o el Terror en las Letras. Madrid: Arena Libros. El abandono por parte de estos poetas de sus títulos y herramientas procede, al menos en parte, de la equiparación entre la poesía y lo indecible, confirmada según varios de ellos por el silencio definitivo de Rimbaud. Pero si el lenguaje no hace más que distorsionar la intuición que está en el origen de sus poemas, Caillois apenas puede explicar por qué ellos también no callan de una vez por todas. Mientras tanto, les recuerda «que atraviesan una aventura humana»[5]CAILLOIS, Roger. 1978. Approches de la poésie. Paris: Gallimard, p. 136 y que el desprecio por los recursos del lenguaje les impide elevar esta aventura al sentido común.
Caillois no admite que la poesía pueda convertirse en un factor de discriminación, ya sea por implicar que el poeta goza de superioridad sobre sus semejantes, o por convertirse en una palabra accesible sólo a un pequeño número de iniciados. Por el contrario, su mérito reside en su capacidad para presentar nuestra verdadera naturaleza, poniendo en palabras los sentimientos, deseos y ansiedades que establecen la continuidad entre los seres. Esa poesía que Blanchot, al escribir sobre Caillois, llamará algo «ajeno a una intención demostrativa»[6]BLANCHOT, Maurice. 2007. «Récits Autobiographiques», en Chroniques Littéraires du Journal des Débats: Avril 1941 – août 1944. Paris: Gallimard, p. 475. Y por tal motivo, extraído de las sombras a través del razonamiento, el conocimiento que el poeta difunde coincide así con el que cada uno posee intuitivamente, de ahí la impresión, a veces, de que el poema habla por nosotros bajo el efecto de una clarividencia amistosa. Es decir, que detrás de su descripción de las piedras, se trata también de encontrar elementos de reflexión sobre su propia escritura.
En el fragmento XIX, el más importante a sus ojos[7]CAILLOIS, Approches…, Op. Cit., p. 158, Caillois expone el significado heurístico de esta correspondencia íntima en el contexto de la comunicación poética: «No he pretendido divulgar lo incognoscible. He revelado la ciencia más extendida, lo que no es posible no saber, todas las cosas simples que todo el mundo sabe mientras respira y que sólo olvidará cuando muera. Pero, al conocerla en mis versos, cree recibir la confidencia de un importante secreto que siempre ha tenido la desgracia de ignorar»[8]Ibíd., p. 89. La intervención del poeta es aquí muy parecida a la del filósofo, ya que al revelar su propio conocimiento implícito al lector, constituye una especie de mayéutica, sólo que la revelación inmediata sustituye a la progresión dialéctica. Lo que Caillois ha tratado de hacer en su libro, pero también en otros que hemos citado con anterioridad, no es otra cosa, creo, que la de escribir un texto que tuviese la misma densidad que una piedra: que ese hecho imite, con palabras, la materia que mira y con la que se mimetiza.
De una forma bastante similar en cuanto a lo humano de la propuesta, por cierto, a la de Francis Ponge. En ambos, las palabras y las cosas buscan tener la misma densidad material. Derrida nos ha dicho con respecto a Ponge, por cierto, que se trata de un movimiento doble y mimético que produce una cosa devenida texto y un texto devenido cosa[9]DERRIDA, Jacques. 1984. Signéponge/Signsponge. New York: Columbia University Press, pp. 136-139. Nos es necesario amar las palabras para poder disfrutar de las cosas: «la materialidad de la escritura, del grafismo -y no de un grafismo individual (manuscrito o autógrafo), sino de un grafismo común (caligrafía o tipografía): esto es lo que nos hace amarla, desearla y, por tanto, considerarla intelectualmente»[10]PONGE, Francis. 2002. «La Fabrique du Pré», en Œuvres complètes II, Paris: Gallimard («Bibliothèque de la Pléiade»), p. 433.
La imagen de la piedra nos sitúa en la intersección con el lenguaje, no sólo con lo que se puede decir, sino también, y por lo mismo, interpretar.
La piedra nos arroja al afuera del pleonasmo: la piedra es un ornato a la altura de las palabras. Ante la imposibilidad de interpretar esos signos, quizá este humanismo de Caillois nos conduzca a apilar estas escrituras, a poner piedra sobre piedra en el bosquejo singular que se hace por las propias instancias. Evidentemente, el humanismo de Caillois se confirma con su preocupación por que la poesía sea un intermediario privilegiado del conocimiento y, por tanto, un medio para tener más control sobre la realidad. Eso explica, por ejemplo, que la poesía de Saint-John Perse le fascine, pues manifiesta, no por nada, una comprensión inigualable del universo, siguiendo la síntesis orquestal de la naturaleza y las civilizaciones que realiza.
Pero su humanismo no sólo toma la forma de una búsqueda erudita, pues la extrema tensión del espíritu que condiciona se refleja también, y sobre todo, en una atención a los demás. Caillois discierne dentro de la poesía un proceso generoso que el poeta no debe dejar de cumplir si quiere desempeñar bien su función. Afirma en el fragmento V: «He definido los sentimientos que uno experimenta a ciegas y que no sabe identificar. Gracias a mis versos, ahora todo el mundo los reconoce y los saluda. Se siente con ellos en una nueva intimidad. Está más tranquilo en su alma y tiene un firme conocimiento de lo que siempre se le ha escapado»[11]CAILLOIS, Approches…, Op. Cit., p. 75. Mediante el conocimiento que posee, el poema interviene en la esfera más profunda del ser, de modo que el hombre puede, gracias a él, entrar en sintonía un poco más consigo mismo y vislumbrar la posibilidad de la felicidad a través del sentimiento de armonía, aunque ésta sea transitoria. En cierto modo, Caillois inscribe algo que Hermann Broch ya había enunciado con anterioridad, esto es, que el primer deber del intelectual, en el ejercicio de su profesión, es ayudar a los demás[12]BLANCHOT, Maurice. 2003. Los intelectuales en cuestión. Esbozo de una reflexión. Madrid: Tecnos, p. 87.
Completa así su concepción de la poesía, que se articula en tres etapas: en primer lugar, es el resultado de un trabajo concienzudo, que luego pretende aumentar el alcance y el contenido de la conciencia, respetando finalmente los límites de la moral. Este último elemento es el más obvio, porque en conjunto, su Poética retrata a un poeta ejemplar definiendo las reglas de su conducta ideal. Desde la forma del alegato hasta los principios expuestos en cada fragmento, todo indica que, para Caillois, la poesía no puede practicarse impunemente. Su producción debe responder a las exigencias éticas que pretenden facilitar el acceso del mayor número de personas a la felicidad, concebida como equilibrio y realización interiores. Por lo tanto, sería erróneo, aunque parezca correcto a primera vista, creer que Caillois es hostil a la poesía, ya que el eje de sus acusaciones no es contra ella, sino contra quienes, creyendo revolucionarla, en su opinión, sólo consiguen desviarla, es decir, alejarla de aquellos a quienes debe llegar en primer lugar.
Título: Piedras |
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Referencias
↑1 | YOURCENAR, Marguerite. «L’homme qui aimait les pierres», en CAILLOIS, Roger. 2008. Œuvres. Paris: Gallimard, p. 23 |
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↑2 | CAILLOIS, Roger. 2011. Piedras. Madrid: Siruela, p. 25 |
↑3 | STEINER, George. 2006. Lenguaje y Silencio. Barcelona: Gedisa, pp. 30-31 |
↑4 | PAULHAN, Jean. 2010. Las flores de Tarbes o el Terror en las Letras. Madrid: Arena Libros |
↑5 | CAILLOIS, Roger. 1978. Approches de la poésie. Paris: Gallimard, p. 136 |
↑6 | BLANCHOT, Maurice. 2007. «Récits Autobiographiques», en Chroniques Littéraires du Journal des Débats: Avril 1941 – août 1944. Paris: Gallimard, p. 475 |
↑7 | CAILLOIS, Approches…, Op. Cit., p. 158 |
↑8 | Ibíd., p. 89 |
↑9 | DERRIDA, Jacques. 1984. Signéponge/Signsponge. New York: Columbia University Press, pp. 136-139 |
↑10 | PONGE, Francis. 2002. «La Fabrique du Pré», en Œuvres complètes II, Paris: Gallimard («Bibliothèque de la Pléiade»), p. 433 |
↑11 | CAILLOIS, Approches…, Op. Cit., p. 75 |
↑12 | BLANCHOT, Maurice. 2003. Los intelectuales en cuestión. Esbozo de una reflexión. Madrid: Tecnos, p. 87 |