Char. El resistente, fiel amigo de Heidegger. El poeta homérico que entiende el poema como aquello que es parte de una totalidad aún posible, como algo que nos da acceso a «todo el país del hombre».
Qué difícil es estudiar la situación de un poeta. Tenemos que hacer hermenéutica: pensemos en la lectura que hace Heidegger de Trakl. El filósofo alemán utiliza el término Erörterung, que contrapone a Erklärung (la explicación metafísica) y a Erläuterung (la explicitación fenomenológica), y que significa, literalmente, discusión. Empero, al tratarse de una discusión relacionada con la interpretación, con una suerte de hermenéutica de la auscultación, considero que es mejor utilizar el término dilucidar. Así las cosas, dice Heidegger: «Dilucidar significa aquí, sobre todo, indicar el lugar. Significa, por tanto: estar atento al lugar. Ambos son los pasos preliminares a una dilucidación […] Tal cosa, como corresponde a un caminar pensante, desemboca en una pregunta que indagará acerca de la localidad del lugar»[1]HEIDEGGER, Martin. 1985. Gesamtausgabe, vol. 12. Unterwegs zur Sprache. Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 33. Para lugar, Heidegger escoge el término Ort que significa, en origen, punta de lanza. De acuerdo entonces con que todas las partes de una lanza -tengámosla en la mente, en este momento- convergen en dicha punta.
De tal forma, situar es aquello que congrega, pero también su custodia de lo congregado. En Char, la cuestión del sitio no la puede plantear ni el propio poeta ni la crítica literaria. O no sólo. Quiero decir que localizar un escrito implica ponerse del lado de una forma de escribir determinada por una comprensión del ser. Meditar, pues, en el lugar desde el que el poeta habla y escribe. Y esto siempre es extraño, porque es ajeno: sus escritos y discursos se refieren a una experiencia del lenguaje que plantea la cuestión de su propio comienzo: ¿de dónde proviene, no la escritura, sino cuál es su lugar de origen? Si utilizamos su propia cita, del lugar «dont la parole était sûre»[2]CHAR, René. 2016. Œuvres complètes. (Bibliothèque de la Pléiade, 308). Paris: Gallimard, p. 140 [todas las traducciones son nuestras], dice Char. El lugar del que la palabra está segura. Incluso si tal explicación, tal localización, no constituyera, per se, la preocupación explícita del poeta, no hay razón para negarle un conocimiento reflexivo de su propio quehacer: el poeta no es una boca muda de destino. Sería tanto mejor decir, entonces, que su experiencia del lenguaje es, sin duda, más inmediata que la del filósofo, tan inmediata que la cuestión del origen de la escritura poética nos rechaza.
Char no está -como decía Heidegger de Hölderlin- al final de la metafísica, sino un paso adelante: más allá de ésta, como repatriado. Es por eso que, si no estoy en un error, pienso que para ubicar la poesía de René Char, cuestionar el lugar o el sitio desde donde se eleva requiere un marco histórico. Incluso dentro de la literatura contemporánea, un poeta de posguerra no puede escribir como lo hizo Rimbaud o un novelista de posguerra escribiría como Musil. Década tras década, nuestra experiencia lingüística ha cambiado.
Pues bien, en el campo de la poesía, René Char pertenece a aquellos cuya escritura indica el umbral entre una experiencia anterior del lenguaje (lo moderno y quizás metafísico y quizás representativo) y una experiencia real, próxima al lenguaje y al ser (lo postmoderno, más allá de la metafísica y claro, no representativo). El marco histórico-topológico de la poesía de Char permanecerá implícito de alguna manera.
Por eso considero acertado decir que la escritura de Char está relacionada con la historia de la metafísica y su propio final.
Hablemos entonces de las dos dimensiones en las que la poesía de Char parece moverse: la gravedad y la transgresión. El célebre final de Le requin et la mouette (El tiburón y la gaviota) nos da, si no todas, parte de las claves: «Faites que toute fin supposée soit une neuve innocence, un fiévreux en avant pour ceux qui trébuchent dans la matinale lourdeur»[3]Ibíd., p. 259 [Haz que cualquier supuesto fin sea una nueva inocencia, un febril adelante para aquellos que tropiezan en la matinal pesadez].
Esa pesadez de la mañana es la paradoja suprema que transmite el sueño de unidad de René Char. La mañana corresponde a la hora del despertar, del comienzo inocente, de la gaviota. La pesadez pertenece al mar impenetrable, a la casa, al tiburón. Como en un instante, el poema hace de mí un unificador. Lo real es antinómico y sin embargo, hombre y poema se unen. Aquí está el lenguaje del poema como cuestión múltiple en la que las diversas cosas opuestas entrarían en relación. Todo el poema precipitará, pues, la unión de estas dos dimensiones: la docilidad del mar y la rebeldía humana.
Ahora que estamos en posesión del primer elemento de una topología de la poesía de Char, preguntemos: ¿desde qué lugar habla el poeta? La respuesta es incluso más clara: el origen está, en cierta forma, dentro del poema mismo. Es si y solo si el poema se pronuncia y se comprende, que las dos dimensiones del tiburón y la gaviota pueden comunicarse. El dominio del poema comienza con su enunciado. El lenguaje es el primer diálogo. Por un breve instante, se abre un mundo donde lo opuesto es único, más aún, donde el mundo es «mundo», es decir, que está ahí para el hombre. En la poesía de Char, una experiencia que llega al lenguaje es, en el sentido pleno, una experiencia de origen. Pero este origen no es diferente de la poesía misma. Es en o con la poesía donde comienza el mundo.
El lenguaje de René Char se origina en el sentido de que él mismo es el origen de lo que completa el poema. Tomemos la palabra origen, en su etimología: oriri, surgir, ponerse en pie, aparecer, avanzar. Por eso digo que es el lenguaje el que da nacimiento aquí a la poesía, que a su vez da origen a un mundo unificado. Pero afirmar que la escritura de Char se origina, no implica ninguna referencia a ninguna dimensión mítica; el origen no es el origen de un proceso o una historia. Por el contrario, es cuando el poema se pronuncia y se entiende que el mundo comienza.
Y el mundo del poema no dura más que él: «la vitalidad del poema no es una vitalidad del más allá, sino un punto diamantino y actual de presencias trascendentes y tormentas peregrinas»[4]Ibíd., p. 164. El poema pertenece completamente a la tierra, no tiene otro fundamento, no se refiere a ningún fundamento mítico: se refiere al lenguaje como su única fuente. Aquel funda un mundo que no es separable de su palabra. Comprender a Char es, por tanto, comprender que su celebración apasionada de lo puro existe y su exclusión violenta de un existió constituyen la verdadera estructura de sus escritos. Si la poesía sigue siendo un misterio y la presencia todavía se llama trascendencia, es porque se refiere al tema indecible, es decir, a la presencia pura de lo que está presente. El tema y el material son la visibilidad de lo visible, especialmente para alguien que ha decidido servir a la Belleza[5]SEGUIN, Marc. 1969. «René Char poète héraclitéen», en BA Budé 28, p. 338.
Aunque se trate de un asunto terrestre, la poesía sigue siendo un misterio en el acto.
Pero volvamos al poema del tiburón y la gaviota. Desde un punto de vista fenomenológico, podemos defender dos nociones de origen: el origen como presencia de lo que está presente o el origen como causa. El primero podría definirse como nupcial: Char anuncia la unión del tiburón y la gaviota. El segundo podría llamarse natal: las cosmogonías nos dicen la causa o el surgimiento del mundo. Las dos nociones originales implican un suceso, pero la unión tiene lugar en el presente, mientras que el nacimiento se refiere a un suceso en el pasado, al comienzo de una era. Por lo tanto, debe entenderse que, en la situación de Char, el origen no se excede, sino que constituye la presencia misma del presente. Es por esto que se transgrede la continuidad epistemológica. Aquella que vincularía, a ojos de los teóricos, las formas simbólicas, la poética, al lenguaje mitológico. Dicha continuidad funcionaría, acaso, en la poesía moderna, pero se deshace con Rimbaud.
Un mito relata un suceso que tuvo lugar in illo tempore. El ritual que celebra el mito permite revivir estos sucesos hoy para que la historia pueda comenzar de nuevo: incipit vita nova. El punto esencial aquí es que en las diferentes manifestaciones de lo sagrado, el origen se propone al hombre de acuerdo con los dos modos de su temporalidad: el mito recuerda y recordando se llama al creyente.
Esta doble temporalidad pertenece a la esencia del mito, o al menos a sus formas básicas, que son cosmogónicas y soteriológicas. Por un lado, dichos mitos son invocaciones al recuerdo: «En el principio era»; por otro lado, apelan al presente: «es el día…». La doble temporalidad del mito (recuerdo y apelación) se debe esencialmente a su intención etiológica. El recuerdo instala una duración, esto es, se refiere al tiempo que se extiende desde aquellos días en que los dioses crearon, visitaron o salvaron la tierra. La exhortación exige una presencia, una existencia renovada. Nacimiento y renacimiento, El origen como nacimiento y como nupcias, constituye literalmente el tiempo y la estructura mitológica. La misma palabra «religión» que queremos entender como re-ligare o relegere, sugiere este vínculo entre el presente y el pasado. Liga, a decir de Blanchot, la palabra al vuelo y así, retiene con firmeza el advenimiento de un horizonte más amplio[6]BLANCHOT, Maurice. 2001. La Bestia de Lascaux. El último en hablar. Madrid: Tecnos, p. 31 .
Todas las formas de lo sagrado extraen su energía de la conjunción de estas dos modalidades, mediante las cuales se muestra el origen: el sustento de un mensaje del pasado y la demanda de una nueva comprensión y una nueva existencia en el presente.
Char rechaza las causas mitológicas y religiosas y se dirige deliberadamente hacia el acontecimiento en el lenguaje de la presencia de las cosas presentes. Su escritura plantea una comprensión particular de la temporalidad. Lo divino ya no existe. La duración, que vinculó al hombre a sus inicios, se excluye del tiempo. El poema se pulveriza. Las palabras de la poesía se han convertido en las palabras simples de la tierra, las palabras de hoy. Es el misterio que cautiva.
Título: Poesía esencial |
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Referencias
↑1 | HEIDEGGER, Martin. 1985. Gesamtausgabe, vol. 12. Unterwegs zur Sprache. Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 33 |
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↑2 | CHAR, René. 2016. Œuvres complètes. (Bibliothèque de la Pléiade, 308). Paris: Gallimard, p. 140 [todas las traducciones son nuestras] |
↑3 | Ibíd., p. 259 |
↑4 | Ibíd., p. 164 |
↑5 | SEGUIN, Marc. 1969. «René Char poète héraclitéen», en BA Budé 28, p. 338 |
↑6 | BLANCHOT, Maurice. 2001. La Bestia de Lascaux. El último en hablar. Madrid: Tecnos, p. 31 |
[…] es la metáfora perfecta de la imagen en la obra de René Char, no ya el resultado sorprendente del encuentro de dos realidades distantes, sino el fruto de un […]