« Pero esta vez, ella lloró. Una explosión de silencio contenido, cercana al pánico, inundó la sala y desbordó a los presentes que corrieron a vocearlo por las calles. Hubo quienes, solícitos, descolgaron prestos sus teléfonos para pedir ayuda pero petrificados por la magnitud del acontecimiento no supieron qué número marcar. Los meteorólogos desempolvaron sus viejos apuntes para cerciorarse de que no se trataba de una atávica señal que presagiara tormenta, y todos los niños fueron evacuados de los parques en perfecto orden y concierto. Aquella noche los rotativos, por primera vez desde que fueron ensamblados, desentumecieron sus engranajes y tejieron incansables las palabras que al día siguiente participarían la noticia: algo iba mal en su entrañable ciudad; algo ocurre en Utopía ».