Sabes que me encantan y siempre te quejas de que la casa está llena de perchas. Perchas incongruentes, excéntricas, desconjuntadas, que he ido comprando, incluso adoptando, a lo largo de mi vida. Como aquella que encontré tirada en un callejón, olvidada después de años de ofrecer su utilidad callada, su ayuda desprendida. No tuve más remedio que traérmela a casa. O aquella del rastro que nadie quería porque estaba astillada y le faltaba un colgador, como si ser viejo y amputado fuese un pecado. Diríase que las colecciono de forma enfermiza, aunque tengo que decirte que no, que las necesito. No puedo explicártelo, pero al abrir la puerta, cuando vengo sofocada de la calle después de un día de perros, con las manos ocupadas, incluso la boca, necesito verla allí, en el recibidor, con sus ganchos generosos y ofrecidos sin pudor para que cuelgue bolsos, impermeable mojado, cansancio, hastío, problemas. Y entrar en casa desprendida de todo lo que es una carga, un peso… Eso, no tiene precio. Son para mí perchas oasis. Perchas consuelo. Perchas salvavidas. Todas. Las del armario del dormitorio, para que no se arruguen mis vestidos, tus camisas, aquella corbata horrible de la boda e ir con prisa porque llego tarde a la oficina o a la cena y encontrarlo todo allí, ordenado. La metálica del baño, donde siempre espera el albornoz suave y solícito para limpiar mis ojos de espuma y envolver mi cuerpo que tirita. La de detrás de la puerta de la habitación de invitados, que recibe ansiosa las batas de mis amigos, recién compradas para el viaje anhelado de reencuentro. El perchero trasnochado del pasillo que sostuvo fiel el sombrero de mi abuelo, donde lo colgaba todas las noches junto a su dura vida de fieltro gastado. Las perchitas de colores de la cocina, alegres de sostener sin esfuerzo a las livianas servilletas, serviciales siempre a las manos que huelen a nuez moscada, perejil y canciones tarareadas. Y, sobre todo, la percha que hoy me sirve para decirte, que, desde hace un tiempo y sin pretenderlo, estoy colgada de otro hombre.
Publicado en el libro «Náufragos de Océano Índigo», Ed. Bululú
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