I am. Soy. Estoy.
No es simplemente un verbo conjugado en primera persona, sino una declaración de intenciones. Alberga la contundencia de una decisión, del riesgo a no encajar y a ser encasillado, juzgado, relegado. Es lenguaje y pensamiento… o pensamiento y lenguaje. Afirma y niega, al mismo tiempo; porque ser implica dejar de simular, de parecerse a otro. Pertenecerse, asumir las consecuencias, arrojarse a la libertad de caer al vacío, utilizar las caretas sólo cuando uno lo desee. Mirar de frente al escéptico. No necesitar ninguna justificación. Romper el espejo y no temer a los siete años de mala suerte.
¿Cómo resquebrajar la campana de cristal, para que entre el aire y duela al respirar? Parece sencillo, pero ese encierro, ese aislamiento, posee raíces profundas, muros de hormigón invisibles, transparentes. Lidiar con nuestras emociones no es suficiente. No basta con huir hacia adelante, porque los sentimientos magnificados se vuelven abrumadores y la desesperanza toma las riendas, poco a poco, en silencio. Esther lo sabe; también, Sylvia.
“La campana de cristal” es la única novela escrita por la poeta estadounidense Sylvia Plath (1932-1963), publicada por primera vez en 1963 por una editorial inglesa, con el pseudónimo de Victoria Lucas. Unos meses después, la autora se mataría, asfixiándose con gas. Se volvería a editar en 1971 en Estados Unidos, pero ha sido considerada, erróneamente, como narrativa chick lit, cercana al género rosa o romántico de tipo postfeminista. Puede que influya el planteamiento inicial de la obra, donde se presenta a una chica universitaria de los años cincuenta, ganadora de una beca que la catapulta a trabajar en una revista de Nueva York. Su sueño es consagrarse como escritora, pero su vida se va desmoronando ante la evidencia de una sociedad dividida en dos bandos: hombres y mujeres. Además, no podemos obviar la leyenda negra de la literata suicida, que crea un alter ego protagonista –Esther Greenwood- justo en el momento en que su marido la abandona y se fuga con su amante, dejándola sin dinero y a cargo de sus dos hijos. Sin embargo, Sylvia Plath plasma en esta narración la complejidad de la enfermedad mental, los tentáculos de una sociedad anestesiada y alienada, con ironía, lucidez e ingenio, sin excluir detalles políticamente incorrectos.
Parafraseando a Aixa de la Cruz en su prólogo, “Esther enferma porque es mujer, o porque la quieren mujer, sólo mujer, cuando ella quiere ser muchas más cosas”[1]PLATH, Sylvia. 2022. La campana de cristal. Barcelona: DeBolsillo, p. 10. ¿Son incompatibles el amor y el éxito profesional?, ¿significan el matrimonio y la maternidad el final del trayecto? Es bien sabido que las muchachas que cuentan con medios económicos han de matricularse en la universidad y formarse, salir de fiesta, conocer a un “buen partido” con el que comprometerse y mantenerse vírgenes hasta el matrimonio. Ese será su contrato laboral fijo, su seguro de vida. La joven no desea convertirse en su madre, pero tampoco en una académica solitaria y reprimida. Siempre ha aspirado a cursar un doctorado, a viajar por Europa, para que, más tarde, pueda realizarse como profesora en la facultad o editora en un periódico de prestigio; pero no está dispuesta a renunciar a un marido y a una familia, aunque no sepa cocinar, ni bailar, ni esquiar, ni montar a caballo, ni agradar a una suegra.
En esta primera parte, Plath plantea una cuestión que tiene sus ecos en un pasado remoto, pero que en la actualidad parece visibilizarse de una forma explícita: el trato equitativo entre sexos, la igualdad de oportunidades. La caída en los infiernos le llega al personaje cuando confronta su punto de vista e ingenuidad con la diferencia social real, implícita desde nuestro nacimiento. Por ello, esta historia no es simple, ni plana, ni romántica. En cada capítulo afloran tabúes, como el de la sexualidad, las jerarquías y la hipocresía descritos con la crudeza que le corresponde a una mujer que no se resigna a lo impuesto, que se atreve a desafiar lo prescrito, a costa de su propio equilibrio psicológico, de su felicidad.
La vuelta a Connecticut marca la segunda parte del relato, al regresar a casa y observar que “una calma veraniega lo serenaba todo con su caricia, como la muerte”[2]Ibíd., p. 132. A partir de entonces, Esther se rendirá a una espiral que la trastornará día a día, dejándose engullir por identidades falsas, por la falta de higiene y la carencia de apetito; por la incapacidad de dormir, de leer y de escribir. Su existencia comenzará a parecerle absurda y sus seres queridos sólo contarán con los recursos a su alcance.
Sylvia Plath representa, con maestría y sin compasión, la triste vorágine que engullía a cualquier paciente psiquiátrico de mediados del siglo pasado que ingresaba en un hospital público o privado de los Estados Unidos; así como, los tratamientos de electroshocks, las lobotomías, los intentos reiterados de suicidio, las etiquetas diagnósticas, el estigma que marcaba a quienes pasaban por ello.
“Me pregunté cuál era el horrible crimen que había cometido”[3]Ibíd., p. 162 y por qué tuvo que mudar la piel para salir de esa jaula de barrotes macizos. La pesadilla ya siempre formaría parte del paisaje, la acompañaría; del mismo modo que las presiones sociales y culturales continuarían presentes. Esther es consciente del peso de su trayectoria. Puede que esas otras chicas, que juegan al bridge y fingen no enterarse de las infidelidades de sus esposos tampoco sean felices. Puede que también ellas vivan bajo la campana de cristal.
En el documental “Sylvia Plath: Dentro de la campana de cristal” (Teresa Griffiths, 2018), narrado por la actriz Maggie Gyllenhaal y con el testimonio exclusivo de Frieda Hughes –hija de la escritora-, se habla abiertamente de las circunstancias que rodearon la escritura de este texto. El contexto histórico y el desencanto que volvieron a acordonar a Sylvia fueron un caldo de cultivo que la impulsó a explayarse. Nosotros, ahora, podemos interpretar su legado.
Menciona Luna Miguel en el prólogo de “Magia cruda. Una biografía de Sylvia Plath” (Barlin Libros, 2017) que nunca sabremos nada de ella, porque su vida siempre ha sido mirada desde el prisma de la locura.
Título: La campana de cristal |
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