Cualquier conflicto entre países, lo más frecuente, es que se intente resolver mediante la guerra sin tener en cuenta las consecuencias para los ciudadanos siempre ajenos al conflicto. La guerra desbarata abrasivamente la gente que no volverá a su ser. Hay que pensar, sobre todo en los niños: los niños muertos y los niños huérfanos.
Además, ¿A cuánto ascenderá el coste de la guerra? ¿De dónde saldrá ese dinero? ¿De la educación, de la sanidad, de los servicios sociales…?
Supongamos que un extraterrestre viene a nuestro planeta. «En estos días de estancia en la Tierra, he tenido ocasión de observar que no todos los seres humanos se encuentran en el mismo estadio o nivel de humanización: existen hombres y mujeres dotados de una gran inteligencia y adornados con cualidades como la empatía, la solidaridad y altruismo… virtudes específicamente humanas, junto a otros individuos que se comportan como simios, aunque intenten disimular haciendo uso de grandes palabras, casi lo único que tienen de seres humanos. Lo grave, a mi juicio, es que los sistemas de gobierno que tenéis en la Tierra permiten que algunos de estos últimos ejemplares estén al frente de un país, es muy peligroso porque están en posesión de armas muy destructivas».
Muy destructivas porque, además de matar a personas inocentes, dejan el trozo del planeta donde tienen lugar la guerra sin agua limpia para beber, sin tierra donde cultivar alimentos para no pasar hambre. etc.
En el siglo XXI no se puede pensar en una solución militar, no solo porque las armas de que se dispone son extremadamente peligrosas, sino también porque, como hemos visto en más de una vez, la imposición militar como solución mayor no garantiza nada: la guerra, además de no resolver nada, es muy peligrosa para todos.
Es inaudito que después de haber sufrido la Primera y Segunda Guerras Mundiales y haber puesto de manifiesto que tenemos armas para destruir la Tierra varias veces, se siga invirtiendo dinero en la investigación y fabricación de nuevas y sofisticadas armas.
Demetrio Casado (1967), Director del Seminario de Intervención y Políticas Sociales de la Fundación Foessa, en el libro “Perfiles de hambre” escribe: «Es curioso y triste constatar que se ha alcanzado la posibilidad de destruir la humanidad antes de haberla construido mínimamente. Los avances científicos, técnicos y económicos tienen una expresión extrema […] en la provisión de arsenales de armas capaces de destruir la vida en la Tierra. Mientras tanto, la vida sobre la Tierra apenas ha comenzado a organizarse con sentido de humanidad, pues todavía cientos de millones de seres no han logrado satisfacer sus necesidades alimentarias ni acceder al derecho de comer lo suficiente para vivir con salud…».
El horror provocado por la explosión de las bombas de Hiroshima y Nagasaki debería haber convertido en pacifistas a todos los gobernantes. Sin embargo, los gobernantes siguen dedicando dinero para la investigación, fabricación y compraventa de armas. El actual sistema político tiene como fin en sí mismo el crecimiento económico, algo que aumenta cuando el país fabrica y exporta armas. ¿Cómo es posible un sistema económico-social que considera riqueza de un país la fabricación y venta de armas?
Otra cosa. Según el Diccionario de la Lengua española, “civilización” es el “«conjunto de costumbres, saberes y artes propios de una sociedad humana». La civilización está relacionada con el proceso de humanización con ser más solidarios. En el extracto del discurso pronunciado por el filósofo búlgaro Tvetan Todoroz en el acto de recepción del premio Príncipe de Asturias, figura el siguiente párrafo: «Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros; todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta barbarie».
Un acto de perfecta barbarie es gastar dinero en la fabricación de armas. Un país cuyos políticos hagan eso y cuyos ciudadano no protesten, no es un país civilizado, aunque sea rico.