En unos días viajo a Bolivia. Hace casi cinco años que no voy.
Soy una mujer que, desde niña, tiene muchas pesadillas. Quiero creer que se deben a mi lado creativo, que nunca descansa, como dice Giovanna Rivero. Prefiero esa versión antes que pensar que son los fantasmas monstruosos de mi inconsciente que vienen a joderme las noches.
Una de mis últimas pesadillas ocurre en Cochabamba, mi ciudad. Camino por sus calles, esas que conozco de toda la vida, pero no reconozco ninguna. No sé hacia dónde ir. Todo se parece. Todo es bastante árido, con edificios que tocan un cielo que no existe. No puedo distinguir a nadie. Me esfuerzo, cierro los ojos con una fuerza casi sobrehumana, como si así pudiera traer claridad, pero nada. Las caras siguen siendo desconocidas. Amorfas.
Un vértigo profundo me invade cuando noto que no siento nada. Ninguna emoción. Mi ciudad se ha convertido en un escenario vacío, y todas esas personas que parecen cercanas son ahora extraños vagabundeando como robots.
Esta pesadilla la tengo desde hace casi un año, y es bastante recurrente. Finalmente decidí descifrar lo evidente, pues mi inconsciente y mi consciente no paran de gritármelo: es momento de viajar. Tengo que ver a mi familia. Necesito abrazarlos, tocarlos, mirarlos, charlar, reír y llorar con ellos. Hace cinco años que no voy, y sí, eso es mucho tiempo lejos de quienes amo.
Solo podré quedarme diez días. Al principio pensé que me bastaría con disfrutar de mi mamá, mi papá, mi abuelita, mi abuelito, mis tías y tíos, sobrinas, primos, amigos… Ya con eso tendría los días llenos.
Sin embargo, mi esencia militante me llevó a planear algo más. Me dije: “De paso puedo programar un par de actividades para intercambiar sobre los temas en los que trabajo aquí, en Bélgica.” Así que lo decidí: tendré un día para realizar una performance sobre la problemática de inserción sociolaboral de las mujeres migrantes en Bélgica. La idea es sencilla: construir un espacio para deconstruir los recorridos migratorios, desmontar estereotipos y reflexionar sobre los sistemas de opresión que dificultan que las personas de origen extranjero encuentren su lugar al otro lado del charco.
Alguien me preguntó por qué llevaba trabajo en mi viaje. Respondí que no era trabajo y que no hacerlo sería como pedirle a un pez que deje de nadar. Para mí, quizás eso es el activismo: un acto cotidiano y vital.
Con el camino que tengo recorrido en proyectos de migración y feminismos aquí en Europa, no puedo imaginar estar en Bolivia sin aprovechar para escuchar de primera mano las luchas feministas allá. ¡Hay tanto de qué inspirarse! Sigo a varios colectivos que desbordan creatividad y compromiso, y quiero empaparme de esa fuerza que me conecta con mis raíces.
Como podrán darse cuenta, tengo planeado hacer muchísimas cosas, pero, más allá de lo que ya les conté, hay un evento que me tiene saltando de emoción.
En este viaje quiero agradecer el amor inconmensurable de mi abuelita. Mi viejita, mi mamita que tiene casi 90 años pero esta más lúcida que yo misma. Yo soy la nieta mayor pero ella siempre me dice que soy una hija más. Así lo siento.
He escrito mi segundo libro infantil inspirándome en ella. Decidí hacer yo misma las ilustraciones porque no sabía cómo explicarle a otra persona las texturas de algunos de mis recuerdos. Este libro habla de las personas mayores, de las ausencias, de los olvidos, pero sobre todo habla de amor. Mucho amor.
Hace unos años tuve el inmenso privilegio de contar con el apoyo de la embajada de Bolivia aquí en Bélgica para presentar este libro. También imprimieron una buena cantidad de ejemplares para que yo pudiera hacer una donación en Bolivia. Este es el año en que todo encaja.
Gracias a la complicidad de la alcaldía de Cliza, el pueblo de donde es mi familia, y de mi querida mamá, estoy organizando un espacio de lectura, creación y reflexión sobre la vejez.
Mi abuelita estará presente, junto con toda mi familia. Estará en primera fila escuchando a su nieta contar un cuento que ella misma escribió pensando en ella.
Quiero acariciar con mi viejita esos años en los que me vi obligada a ocultar y hasta borrar su idioma quechua, sus hermosas trenzas, sus 10 metros de tela de pollera, su risa mientras bailaba una cueca, sus lunares eternos, su mirada de madre enamorada. Ella merece que le diga mil veces, en voz alta y clara, lo orgullosa que me siento de ser parte de su historia.
Ella merece ver como, de los ojos de su nieta, salen bailando los recuerdos mas bonitos de su infancia.
¡Anchata munayki, mamita!
Hijas de la tierra y del viento
seducen el arte de ser
libres
como flores que brotan en áridos cimientos
Con sus trenzas al viento y sus pasos firmes
danzan borrando huellas que no son de ellas
Con sus trenzas al viento y sus pasos firmes
gritan a las lenguas nobles
que el quechua renace sin imposturas ni cadenas
Irreverentes somos
Irreverentes
dejamos caer nuestras máscaras
liberándonos
del peso de los siglos sangrientos
Con esta voz libre
nos sumamos a la lucha de las mujeres ausentes
de aquellos cuerpos
inexistentes
El fulgor de nuestros sueños rebeldes
susurra a las montañas
con la dignidad de quienes no dañan
que
justicia
sea nuestra última palabra