Un descanso en el refugio de la palabra. Nada pasa y la estación se perpetúa. Ese es el inicio y el final de «Esferas del Cuerpo Ingrávido» (2017)[1]DeWITT, Irene. 2017. Esferas del Cuerpo Ingrávido. Valladolid: Páramo, pp. 74 , el último libro de la poeta y logopeda Irene Enríquez Pigazo, más conocida por todos como Irene DeWitt (Valladolid, 1993).
Es imposible resumir en pocas palabras el contenido de un libro que, sin embargo, gira en torno a una realidad concreta: «Esferas del Cuerpo Ingrávido» hace del lenguaje humano un instrumento para su traducción poética del paso del tiempo. En sus bien diferenciadas tres partes, la voz poética de Irene atiende mejor a la experiencia cotidiana, colocando la poesía y el presente de tal experiencia en la misma línea. El estado de ánimo poético se acerca a ese estado en el que el presente aparece tal y como está presente.
Lo que se produce, a nuestro juicio, es un encuentro fenomenológico con el mundo, en el que el razonamiento poético comienza con la observación: «En la mañana, / la luz reconstruye lo que muere / la noche».[2]Ibíd., p. 26 Ese lenguaje del mundo nos atraviesa, nos vuelve excéntricos, descentrados, atravesados por la finitud, la ruptura y la imposibilidad de constituirnos como unidad de sentido: «La rareza de asumir el mundo / […] para qué ser y celebrar / de dónde nos llega de pronto el tiempo».[3]Ibíd., p. 40
La buena observación, como tal, es un acto del intelecto y así, la percepción siempre involucrará un juicio perceptual. La percepción -el talento y el razonamiento poéticos- es, para Irene, continua entre sí. Aunque el pensar poético, en este caso, comience por dar un paso hacia atrás, no un desdecirse sino un predecirse. Lo que está antes para que exista un después: «contener la espera / por un gesto memorable: / Insistir en el recuerdo / de esta casa».[4]Ibíd., p. 60
Esferas del cuerpo ingrávido está lleno de poemas como filigranas cuidadosamente elaboradas que cuelgan de un hilo de silencio; cualquier ornamento u opulencia alteraría su equilibrio. Su canción es de inquietud aunque no de derrota, de temblor frente a «un cuerpo que se duele».[5]Ibíd., p. 73 Son esos signos, precisamente, los que insinúan el cambio de la niñez a la madurez, no una melodía quejumbrosa –tema, por otro lado, recurrente en la poesía joven actual con la que Irene DeWitt nada tiene que ver-, sino una suerte de luz abrumadora que emerge de las noches más oscuras del alma.
Pese al existente tema metafísico en sus poemas, cada poema se encuentra, por último, raso. A través de metáforas llamativas y exactas, convierten en poesía la condición universal de la existencia que se acerca fascinada al misterio, siempre a un paso del silencio. En silencio, porque ese es el lenguaje de todas las cosas que podrían hablar, aunque elijan no hacerlo: «En la noche / silencias la palabra».[6]Ibíd., p. 61
Irene ya nos había avisado antes, en su primer libro, El Inconsciente Obligado (2014): «He creado una esfera / […] vacía, / con un mundo destapado / entre dos gargantas».[7]ENRÍQUEZ PIGAZO, Irene. 2014. El Inconsciente Obligado. Zurich: Luma, p. 37 Los tiempos del poema están medidos en el silencio perfecto de ese mundo destapado -abierto, en desvelamiento- pero no porque las cosas permanezcan calladas, sino porque tienen una voz que sólo quien guarda silencio y mira para ver, oye.
Esa escucha jamás prescinde de elaboradas metáforas, aunque estemos en la búsqueda de un, cada vez mayor, sentido de franqueza urgente. Una franqueza que sirve para reparar la herida fundamental: la ruptura de ese tiempo que, como diría Baudelaire, «devora minuto a minuto».[8]Me refiero al poema Le Goût du Néant, en BAUDELAIRE, Charles. 2008. Les Fleurs du Mal. Paris: Pocket, p. 100 Tal ruptura existente entre la realidad y el lenguaje que usamos para describirla, inhibe, por extensión, las formas en que nos conectamos con lo que nos rodea y, por eso, es necesario sondear las profundidades más oscuras de la visión de la realidad, analizando un temor existencial que sólo un lenguaje como éste puede transmitir.
Esta joven logopeda y extraordinaria poeta nos hace pensar en el «Ya no soy más que un adentro» de Pizarnik.[9]PIZARNIK, Alejandra. 2014. «El Infierno Musical», en Poesía Completa. Barcelona: Lumen, p. 284 Y como ocurre con la poética de la bonaerense, encontramos en Irene una preocupación sobre las deficiencias del lenguaje y la palabra, una búsqueda constante de lo inefable.
La naturaleza del acontecimiento mantiene sus silencios y, de súbito, confía en el poeta: «sentir que la palabra no describe».[10]DeWITT, 2017, Op. Cit., p. 73 Porque ese lenguaje, casa del Ser, es el convenio de la exploración del mundo y ese análisis de la mundanidad, parte del mundo circundante (Umwelt, en vocabulario heideggeriano).
Lo mundano no es superable y por eso, es misterio, «siempre en regreso».[11]Ibíd., p. 29 Estas Esferas, voz poética única en estos tiempos, nacen de lo profundo, como traducción del ser en devenir, donde todo es momentum y donde el saber del futuro se verifica, no por mistérico, menos infinito.
Título: Esferas del Cuerpo Ingrávido |
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Referencias
↑1 | DeWITT, Irene. 2017. Esferas del Cuerpo Ingrávido. Valladolid: Páramo, pp. 74 |
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↑2 | Ibíd., p. 26 |
↑3 | Ibíd., p. 40 |
↑4 | Ibíd., p. 60 |
↑5 | Ibíd., p. 73 |
↑6 | Ibíd., p. 61 |
↑7 | ENRÍQUEZ PIGAZO, Irene. 2014. El Inconsciente Obligado. Zurich: Luma, p. 37 |
↑8 | Me refiero al poema Le Goût du Néant, en BAUDELAIRE, Charles. 2008. Les Fleurs du Mal. Paris: Pocket, p. 100 |
↑9 | PIZARNIK, Alejandra. 2014. «El Infierno Musical», en Poesía Completa. Barcelona: Lumen, p. 284 |
↑10 | DeWITT, 2017, Op. Cit., p. 73 |
↑11 | Ibíd., p. 29 |
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