Es cierto que en España nunca ha habido un partido de centro derecha de ámbito nacional al uso de nuestros vecinos europeos. Solo el PNV y en su momento las antiguas Convergencia y Unió Democràtica que en su marco autonómico podrían ser asimilables a los republicanos franceses, la CDU alemana o los liberales británicos entre muchos otros.
Lo hemos señalado muchas veces, España se ha perdido muchas cosas los últimos siglos, desde la ilustración y las revoluciones liberales del SXVIII hasta la conocida por edad de oro del capitalismo, pasando por las sucesivas revoluciones industriales que tuvieron entre medias.
Y no por haberlo intentado otras tantas pero todas ellas quedaron sepultadas por unas élites intransigentes; lo que acaba pasando irremediablemente factura en el devenir del tiempo.
Así, más allá de pequeños corpúsculos extraparlamentarios reconocidamente fascistas como es el caso de la Falange y más recientemente España 2000 y Democracia Nacional, toda la escena de la derecha española ha estado ocupada por una sola formación, el Partido Popular, que viene de la refundación de la antigua Alianza Popular constituida por ex ministros franquistas.
Dándose la particularidad que mientras los populares presumen de ser los adalides de la Constitución Española y se oponen a cualquier tipo de reforma de la misma, la mitad de sus diputados en el Congreso bien se abstuvieron o votaron en su contra aquel 31 de octubre de 1978, fecha de su aprobación en la Cámara.
De este modo, en el Partido Popular se han aunado almas tan dispares que ha hecho que su gestión desde el retorno de la democracia haya sido sumamente errática, en aras de contentar a cada una de esas partes que lo integran.
Desde las más conservadoras, en los límites de la democracia, hasta las más próximas a otros referentes –históricamente mucho más formados-, como catalanes y vascos.
Alberto Núñez Feijóo se encuentra en esa misma encrucijada, intentando por una parte atraer de nuevo a un electorado recalado en Vox que por esas mismas contradicciones le ha dado la espalda y que nunca debió seguir alimentando su partido, mientras por otra pretende acercarse a posiciones más moderadas.
Sin embargo, el reciente giro en la dirección del PPE en Bruselas no parece ir en esa última dirección por cuanto ya ha manifestado sus trabas al cambio de rumbo que viene impulsando la Comisión, liderada por otra popular como Ursula von de Leyen, tras los sucesivos fiascos de la ortodoxia liberal en relación a la crisis de 2008. Lo que no resulta un buen augurio para su equivalente en España.
Una nota más que añadir al actual conflicto entre las dos maneras de entender el capitalismo puestas en pie durante los últimos cien años.
La trayectoria popular
Dos cuestiones han marcado la historia del Partido Popular desde sus inicios que se han ido perpetuando en el tiempo.
Por una parte su negativa a renegar de manera firme y contundente de la dictadura franquista, probablemente en aras de granjearse esa parte del electorado perteneciente al arco más conservador de la sociedad española.
Arrogándose su carácter patriótico, apropiándose de los símbolos nacionales y propiciándose como esa tan manida últimamente «gente de bien» a la que atribuye los más altos valores y que del mismo modo se ve auspiciada por una jerarquía eclesiástica de lo más reaccionaria y más recientemente por poderosos lobbies ultra católicos.
De otra su encendida defensa del neoliberalismo, el modelo económico que ha dominado la escena internacional, precisamente, desde el origen del partido.
Su expresa negativa a reconocer todas las tropelías cometidas a lo largo de la dictadura y su oposición frontal a cualquier derecho de las víctimas de la misma, le ha beneficiado electoralmente al no disgregarse el voto conservador entre diferentes formaciones pero ha mantenido viva una llama durante todo este tiempo impropia de sociedades avanzadas como las de sus homólogos en el continente.
Dando lugar, hasta ahora, a numerosos encontronazos con su propio grupo en el parlamento europeo.
En cuanto a las políticas económicas del Partido Popular, se ha dado la circunstancia que la implantación y consolidación del neoliberalismo como doctrina en los años 80 concurrió de lleno con el nacimiento y posterior refundación del partido. Lo que ha favorecido a una clase empresarial, anclada ya de por sí en España, con una concepción excepcionalmente clasista del modelo laboral.
Por eso, aunque por lo general dicha clase tiene un carácter conservador en todos los países, en España es mucho más inusual toparse con un empresario progresista que en el resto.
Ello ha dado lugar a un modelo productivo y laboral propicio al aumento de los desequilibrios, lejos de los patrones de los países más desarrollados de la Unión Europea tal como se aprecia en todos los índices que hacen referencia a ello; sobre todo en los datos del desempleo que sitúan a España a la cabeza del mismo en Europa desde tiempos pretéritos, en la precarización laboral y por ende en el estándar de poder adquisitivo.
Parámetros que, en definitiva, son los que vienen a definir el nivel de vida y desarrollo de un país.
Tanto es así que el propio Partido Socialista, presuntamente en las antípodas de ese posicionamiento conservador, si bien ha sido quien ha acometido tradicionalmente las principales reformas de ámbito social, en el aspecto económico se ha posicionado hasta ahora con pautas similares a las del PP, su principal oponente político, arrastrado también por esa misma deriva liberal.
Solo en la actual legislatura y con motivo de la constitución por primera vez en España de un gobierno de coalición, en minoría y apoyado por los partidos a su izquierda de la Cámara, además de liberales y democristianos más al uso europeo, el PSOE está acometiendo reformas más propias de sus siglas.
La encrucijada de Feijóo
A pesar de las advertencias de muchos de sus coetáneos en Galicia, donde se da el caso que Feijóo ha venido obteniendo suculentas mayorías absolutas gracias al ámbito rural donde arrasa, mientras apenas recala en las áreas urbanas –un símil al tradicional reparto del voto republicano y demócrata en EE.UU.-, el líder popular se presentaba como un moderado ante el resto de la opinión pública española.
Su precipitado ascenso a la presidencia del PP en difíciles circunstancias, provocó cierta empatía en buena parte del electorado a la espera de una catarsis de su propio partido y conducirlo a posiciones más centristas, en línea con las directrices europeas en un momento tan convulso como el actual.
Sin embargo o bien Feijóo no era tan moderado como aparentaba desde su feudo en Galicia o se ha dado de bruces, por un lado con una situación económica altamente compleja en todos los ámbitos y de otro con el empecinamiento de su partido por mantenerse aferrado a los mantras neoliberales para hacer frente a la misma.
De hecho, más allá de los habituales encontronazos en el orden de lo social con la bancada de izquierdas y el recurso a los habituales comodines de la banda terrorista ETA y más recientemente de la vorágine independentista catalana, en cuanto a su programa económico solo conocemos como propuestas sus habituales recetas de bajadas masivas de impuestos, moderación salarial y reducción del gasto público confiando en que la «mano invisible» del mercado actúe por sí misma.
En el aspecto meramente político si bien el Partido Popular aparece como el gran beneficiado en las encuestas por la desaparición de Ciudadanos –de ahí el adelanto de algunas elecciones autonómicas, aunque en el caso de Castilla León ello representara un fiasco-, lo cierto es que este sigue teniendo un hueso duro de roer por su derecha como es el caso de Vox.
Al que ni Feijóo ni su partido saben cómo hacer frente y de ahí sus vaivenes en dicho sentido.
No cabe la menor duda que el resurgimiento de la extrema derecha en Europa es un fenómeno difícil de acometer y más aun de atajar incluso en sociedades mucho más avanzadas que la española en memoria democrática.
Sin embargo, Feijóo tiene en estos momentos una extraordinaria oportunidad para de una vez por todas escindirse y junto a él todo su partido de esa corriente ideológica que revive una y otra vez cada vez que el entorno social y económico se vuelve más complejo.
Ahora el Partido Popular tiene la ocasión de quitarse de encima ese lastre de la sociedad española tras cuatro décadas de democracia. Lo que, tarde o temprano, acabaría favoreciendo el acercamiento de nuestro país a los citados estándares europeos en materia productiva y laboral y en el resto de los ámbitos que nos distancian de los países más desarrollados socialmente del continente.
La moción de censura
Como en el caso del PSOE, el Partido Popular es otra maquinaria diseñada expresamente para ganar elecciones y por ello va adaptando sus modos y discursos en función del momento puntual en cada caso.
De la misma manera que los socialistas fueron capaces de pactar, en primera instancia, un acuerdo de gobernabilidad con un partido tan antagónico como Ciudadanos para acabar coaligándose con la izquierda tradicional, siempre con la vista puesta en La Moncloa, el Partido Popular es capaz de mostrar su cara más despiadada frente a Vox o más apacible, por muy disparatadas que sean las propuestas, según toque en función del rédito electoral que ello suponga en cada caso.
De ahí que puedan producirse situaciones fuera de toda lógica democrática como su anunciada decisión de quedarse en la abstención en vez de propinarle una clara negativa a la estrafalaria moción de censura presentada por Vox, con un ex comunista histórico como Ramón Tamames a la cabeza.
Una moción que a la vista del texto presentado en el Congreso viene a ser una nueva reformulación de las teorías conspirativas que ya expusiera en su anterior moción de censura en octubre de 2020 y en la que acusaba al gobierno de Pedro Sánchez de estar controlado por una élite globalista que pretende someter el mundo a través de la yihad islámica. Para ello presenta una visión apocalíptica de España cual ese universo paralelo en el que se desenvuelve Vox y buena parte de sus seguidores. .
Si Feijóo quiere demostrar ese carácter moderado que proclama y enterrar esa oposición cainita de su partido como nunca ha conocido la democracia española tas su restauración, está en la obligación de romper todo lazo con Vox. Y su rechazo en la citada moción de censura debería ser el primer paso para ello.
Es difícil, como estamos viendo en todo eso que llamamos mundo occidental la extraordinaria dificultad para hacer frente a un fenómeno como el de esta resurgida extrema derecha. Ni aislándola, ni haciéndole frente e incluso ninguneándola se ha conseguido frenar su crecimiento.
Pero lo que no resulta plausible es que partidos reconocidamente demócratas puedan darle cancha como es el caso del PP y alguno más que otro en el continente, estos últimos, al verse sobrepasados por su empuje.
Algo que habría que plantearse muy seriamente porque, entre otras muchas cosas, visto lo visto en EE.UU. y Brasil, nadie puede imaginarse hasta donde sería capaz de llevar a sus huestes el espectro más conservador de este país si después de pasarse 4 años tachando al actual gobierno de ilegítimo volviera a verse superado por una mayoría progresista aun habiendo ganado las elecciones.