A veces, leer se convierte en un acto subversivo, aunque una no lo haga con esa intención, sino por placer y deseo de aprendizaje. Sin embargo, las críticas al respecto pueden ser de muy diversa índole, desde el sexo del autor, las preferencias por ciertas editoriales o los temas escogidos. Resulta paradójico que alguien pueda sentirse ofendido por las cuestiones mencionadas, pues debería ser un acto libre y sin consecuencias negativas. Mas, no nos engañemos, siempre habrá quien proteste por simple impulso de contradicción o por convicción y principios. No estoy muy segura de si ésta es una señal de desarrollo o de retroceso. En cualquier caso, lo más sensato es que el proceso lector tenga significado para todos y cada uno de nosotros.
Todo ello me lo planteé al inclinarme por Simone de Beauvoir (1908-1986), pues no ignoro la controversia que subyace al legado de esta escritora, profesora, filósofa y activista francesa. Su libro “El segundo sexo” (1949) fue un escándalo en su tiempo, pero ha pasado a ser considerado un texto clásico que expone el recorrido hacia la igualdad entre hombres y mujeres. Además de este ensayo, podemos destacar “El existencialismo y la sabiduría popular” (1948) y “La vejez” (1970); así como, las novelas “La invitada” (1943) o “Los mandarines” (1954). Ésta última fue ganadora del Premio Goncourt. También, publicó memorias, diarios y una obra de teatro, titulada “Las bocas inútiles” (1945).
Sin titubear demasiado, opté por “La mujer rota” (1967), que consta de tres relatos en forma de voces femeninas que atraviesan diferentes etapas vitales, unidas a circunstancias que dan un vuelco a su estabilidad y las hacen tomar decisiones que provocan la alteración de un orden establecido. De Beauvoir describe a sus protagonistas desde la mirada occidental en “La edad de la discreción”, “Monólogo” y “La mujer rota”, como una construcción cultural moldeada durante siglos, con todas las huellas de un pasado reciente y los atisbos de un futuro difuso. La mujer como hija, hermana, esposa y madre, sin identidad específica, ni inquietudes que sobrepasen el papel asignado por preceptos inamovibles. Esta obra nos sitúa, para tomar conciencia. La presencia del hombre es permanente en cada una de las narraciones, aunque siempre obtengamos una visión muy sesgada de su personalidad y de sus acciones, pues son los personajes femeninos quienes perfilan su retrato a través de un suceso traumático. A priori, ninguna estaría dispuesta a confesar su dependencia hacia el cónyuge, con el que comparten o han compartido gran parte de su vida, pero todas giran en torno a él. De hecho, el lector tendrá muy claro quién es André, Philippe, Albert, Tristan y Maurice, pero apenas podrá recordar el nombre de ellas. Son quienes proporcionan el testimonio y también, quienes se eclipsan a sí mismas.
En estos tres fragmentos narrativos, que encajan como piezas de un rompecabezas, la autora contrapone abiertamente la juventud y la vejez. Obvia lo políticamente correcto y aborda el momento en que nos damos cuenta de que comenzamos una nueva etapa que precede a la muerte. Entonces, y a pesar de reconocer la seguridad y la serenidad que aporta lo vivido, es cuando se desmorona la falsa perspectiva de eternidad. No sólo consiste en conservar el optimismo, sino en aguantar la fatiga, la enfermedad y el deterioro progresivo; en sobreponerse al llanto de las ausencias y en saber vivir al día, sin pretensiones de horizontes muy lejanos. A este respecto, la soledad puede ser entendida como una aliada o como la peor de las enemigas posibles. Y las mujeres que aquí se presentan, a veces, la toman de la mano y pasean con placidez a su lado, mientras que otras se dejan arrastrar por el destructivo caudal de ciertas emociones y de la incertidumbre que aflora ante cambios imprevistos.
Del mismo modo, la sexualidad –o, más bien, su carencia- es otro elemento inherente al paso de los años, según plantea De Beauvoir.
Lo que hasta el momento había pasado inadvertido y se había asumido como parte del proceso de la convivencia en pareja, ahora resuena en los oídos de todas ellas. Ya fuera plena y satisfactoria con anterioridad, o un mero ardid para retener al otro, ahora es un fantasma que merodea por los rincones. Es la pérdida de un sentido, la intimidad reducida a la confianza, el deseo guardado en formol. La infidelidad o, aún peor, la deslealtad, comienza a tomar forma, a ser un hecho probable y no aquello que sólo les sucede a los demás. Aquí, de nuevo, la juventud y la belleza pueden dinamitar la complicidad entre dos que han sido uno.
En “La edad de la discreción” la madre no sabe canalizar los celos que siente hacia su nuera, tampoco la frustración ante las expectativas no cumplidas por su hijo. No admite el derecho a que éste busque su propio camino y contradiga los proyectos maternos. En “Monólogo” la mujer se tortura al haber sido reemplazada y no gozar de la posición que le ofrecía el que fue su marido. Y esto se advierte también en la escritura –sin puntos, ni comas, que den respiro- y en el lenguaje vulgar que utiliza para vomitar su pensamiento. La rabia se transmite en su verborrea. En “La mujer rota”, lo que se inicia con paciencia y resignación, acaba en obsesión y locura. Aceptar una relación abierta se vuelve una ciénaga que la engulle.
Aunque estas tres mujeres poseen sus particularidades y se distinguen entre sí, bien podrían ser una sola. Una, en diferentes escenarios, viviendo realidades paralelas que se han forjado en la suma de albedríos, juicios y acuerdos adquiridos a lo largo de los años. A todas, a la intelectual, a la presuntuosa, a la entregada a su familia, a todas, las ronda una sensación de fracaso que las autodestruye. Han renunciado a sus sueños, a su crecimiento profesional, a su propia libertad por los otros. Y no se trata de buscar culpables -aunque así lo hagan-, sino de analizar y reflexionar.
“El espantoso descenso al fondo de la tristeza”[1]BEAUVOIR, Simone De. 2022. La mujer rota. Barcelona: Edhasa, p. 231 las vincula y a nosotros nos plantea un enfoque ancestral, perpetuado por los siglos de los siglos. Como la propia De Beauvoir afirmaba, no es cuestión de genética. Se trata de educación, porque “no se nace mujer, se llega a serlo”.
Puede que en la segunda década del siglo XXI caigamos en la absurda creencia de que hemos conseguido todos los objetivos. Ojalá la literatura y el arte, en general, nos ayuden a reconsiderar esta falacia.
Título: La mujer rota |
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Referencias
↑1 | BEAUVOIR, Simone De. 2022. La mujer rota. Barcelona: Edhasa, p. 231 |
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