No soy de pedir perdones cuando se trata de gustos, ni de recriminar los ajenos salvo que me hagan comulgar con ruedas de molino. Hay conocidos que en los cafés dicen, «¿quieres ir al cine? pues no veas las que recomienda Miguel Ángel», así que estoy curado de espanto. Cuanta más gente conoces o lees en las redes sociales vas comprendiendo cómo las filias y las fobias se van haciendo más encarnizadas cuantas más películas hace un director(a) o actor(riz). No me cuesta nada decir que Paolo Sorrentino es uno de los mejores directores actuales del cine europeo, y lo digo porque vistas sus, creo, seis películas, en cada una de ellas va mejorando su estilo y estética y mantiene incólume su temática y su forma de expresarla. En paralelo muchos cinéfilos le consideran vacuo, excesivo, exagerado, estéticamente apabullante para ocultar todas sus carencias, y lamento carecer de argumentos para convencer de lo contrario. A mí me pasa con otros, por ejemplo David Fincher, Sam Mendes, Nolan… de los que algunas películas me convencen más o menos pero que no considero dignos de ningún altar.
«La giovinezza» se va a comparar con «La gran belleza», del mismo modo que ésta se comparó con «La dolce vita» y la presente se va a comparar con 8 ½. Es inevitable, tenemos referentes de sobra, hemos visto mucho cine, nos gusta jugar a los parecidos y a las influencias. Los que de técnica y escena nada sabemos nos engañamos pensando que encontrando referentes sabemos de cine, mentira, solo que en nuestra limitada memoria una chispa enciende una neurona y nos transporta a otro momento. Si el encuentro es positivo alabaremos el referente, si no, diremos que se trata de una burda copia y un ejemplo de que el director de turno es un mero delincuente de las ideas. La historia del arte se ha basado desde sus orígenes en la copia, el referente, la recreación, lo malo es la copia sin evolución, eso es el reino del mediocre, de quien no puede aspirar a nada mejor y en la frustración de un deseo imposible sólo puede limitarse a homenajear lo que considera bueno, engañándose con la idea de que su obra está a la altura del maestro.
Comparar a Sorrentino con Fellini es inútil y casi idiota, con 50 años de diferencia no hay comparación que resista, uno es un consagrado mito del cine y otro un cineasta en activo que puede acabar olvidado o encumbrado, que puedan tratar temas similares o haber tomado el director napolitano el referente del primero no les hace competidores, simplemente les hace más cercanos. Pocas películas me han conmocionado tanto como “Las consecuencias del amor”, y ese crédito conseguido con la primera película que veía del director italiano me permitía concederle el beneficio de la duda, la posibilidad de equivocarse y seguir confiando en su cine. Pero después llegó el bunga-bunga y la tragedia burlesca de «Il divo» y ya no tuve duda de que a ese director lo iba a seguir en el futuro y le iba a buscar hacia atrás, y siempre con una duda, una duda que me continuaba asaltando tras la magnífica «La gran belleza», ¿el cine de Sorrentino resistirá si no está presente como protagonista Toni Servilio?. Pues si, ha tenido que llegar una película rodada en inglés y con otros dos ejemplares irrepetibles de la pantalla para demostrar que el cine de Sorrentino pervive por encima de sus actores, pero que en la elección de actores demuestra una parte de su talento, porque una carencia con el colchón de un gran actor puede transformarse en una escena bellísima, delicada, dolorosa, y si no tenemos la muestra de los silencios espléndidos de Caine y de Keitel en este repaso a la juventud desde la vejez.
Y con esto no sostengo que «La giovinezza» compita en la liga de las otras tres grandes películas de Sorrentino, no, creo que está un peldaño por debajo, pero cuando las otras tres me parecen sobresalientes, alcanzar el notable no es poca cosa. Ni puede carecer de atractivo una película donde intervengan Michael Caine y Harvey Keitel, soberanos en pantalla y acompañados con sutileza y un sabio paso atrás por Rachel Weisz y Paul Dano. ¿Excesiva? Si, bendito exceso. ¿Esteticista al máximo? Por supuesto, es Sorrentino y sus planos serían fácilmente reconocibles, esteticista y excesivo es David Lynch lo que no le elimina como referente para muchos cineastas. ¿Vacía y pretenciosa? Para nada, no hay vacío cuando se cuenta el final de la vida de dos personas, dos octogenarios que se saben en los últimos compases de su existencia, un recuerdo de una vida alrededor de unas vacaciones veraniegas en un retiro para millonarios, ¿pretenciosa? eso implicaría llenar los diálogos de composiciones filosóficas inextricables (Godard es el rey de lo pretencioso y lo adoro, Maddin es pretencioso en sus composiciones herméticas y esteticistas) o hacer tramas tan enrevesadas como para que el común de los mortales se pierda y quede en ridículo delante del autor. ¿Cuántos se atreverán a llamar pretencioso, esteticista, excesivo a Hou Hsiao Hsien por su esplendorosa «The assessin»? Hasta ahora nadie se atreve a discutir su excelencia, ¿y por qué Sorrentino es más discutido? ¿Por hablar de temas muy reconocibles, por ser demasiado comprensible en sus propuestas estéticas?
La película empieza y termina con un video-clip, podría decirse así, pero ambos momentos musicales dicen mucho del contenido de la película, encierran el inicio y el final de Caine, sus vergüenzas, sus mentiras, sus carencias, «You’ve got the love» abre la película con un largo plano circular en el que el grupo The Ravonettes versiona la canción de Florence and the machine con un primer plano del perfil de la cantante y el batería, difuminado, al fondo, mientras toda una fauna de jóvenes circula alrededor, solitarios, moviéndose al ritmo de la canción, tienes el amor dice la letra, pero para el apagado personaje de Michael Caine, que asiste impertérrito a la función, aquello no tiene sentido, como no lo tiene que al final dirija su «Simple song nº 3» frente a la reina de Inglaterra cuando esa pieza representaba, o decía representar, el recuerdo de su amada esposa, la única cantante que la había representado desde su composición y que nadie más cantaría en vida del compositor. Principio y final se unen por la música, uno de los elementos que definen perfectamente la estética y funcionalidad del cine de Sorrentino, la música creando atmósferas conjuntadas con sus imágenes. Michael Caine, el director de orquesta retirado Fred Ballinger y ocasional compositor, ha perdido el amor por el camino de sus años, lo ha perdido o lo ha desperdiciado. Ha vivido lo suficiente para haber experimentado tanto como para encontrarse al final de sus días con el recuerdo del amor que no fue y la ficción de pretender hacer creer a quien no le conoce bien que vive atormentado por la pérdida de una esposa, cuando en realidad sólo le atormenta la imagen que pudiera dar a los demás de llegar a saberse que se ha dedicado en cuerpo y alma a si mismo olvidando al resto, y atormentado por el deterioro físico implacable.
El otro elemento del drama es Harvey Keitel, Mick Boyle, director de cine incansable, sabedor de que su vida depende de seguir creando, de seguir haciendo películas para que los incondicionales le regalen los oídos, que le recuerden lo soberbio director que siempre ha sido, aunque íntimamente, sabe que su arte ha desaparecido, que su magia con la cámara ha pasado a un estado vegetativo sin aportar nada nuevo, que su talento se esfumó. Rueda porque sabe escoger actores que llevan público a taquilla, pero sus obras caen en el olvido inmediatamente después de estrenarse. A diferencia de Fred, no concibe una vida a la espera de la muerte sin continuar creando, por eso, rodeado de una cohorte de guionistas, sigue pensando en hacer su testamento fílmico, como si a alguien le importara cuál sea, como muchos otros directores que no son capaces de abandonar el mundo activo y arrastran su nombre para que nadie recuerde sus grandes obras, Mick está obsesionado con rodar esta última película con Brenda Morel, la excusa perfecta para volver a reunirse con ella, para disfrutar semanas de rodaje con una de esas mujeres a las que habrá amado y con cuyo recuerdo se arrepiente por no haber sido capaz de hacerlo perdurable. La negativa de Brenda (Jane Fonda) a hacer el ridículo en otra película mala de Mick es la puntilla final para un artista moribundo, repudiado por la televisión que devora al cine y acaba con éste, Mick sabe que su tiempo en este mundo ha terminado.
Dos secundarios otorgan fuste y calado a las conversaciones y encuentros de los dos octogenarios, y también a sus silencios, Paul Dano en el papel de un actor silencioso que se encarga de observar y absorber el comportamiento humano para crear su nuevo personaje y Rachel Weisz en el papel de hija de Michael Caine, abrumada por el peso mítico del padre, rencorosa por el comportamiento paterno en su infancia y adolescencia, el olvido sistemático de la madre, las experiencias sexuales de un padre sólo pendiente de sí mismo. Una mujer con miedo a vivir que ha de volver a aprender lo importante para olvidarse de lo superfluo. En la hoguera de vanidades de ese hotel alpino, cada quien y cada cuál oculta su realidad bajo una máscara de engaño autosuficiente, triunfadores de la vida material encerrados en un club selecto tendente a marcar diferencias con el resto. En el interior todos son iguales y tratados con respeto y deferencia, hacia el exterior, sólo lo superfluo destaca y atrae al público, la derrotada y patética figura del futbolista encumbrado o el reconocimiento del actor por todos conocido por un papel en el que no se le veía la cara en ningún momento. Son momentos de la juventud pasada las que determinan el éxito del futuro, mirar hacia el pasado o hacia el futuro se aleja o se acerca en función del momento en que uno se encuentre.
¿Por qué entonces juventud si los dos protagonistas son ancianos a punto de abandonar el barco y con esperanza absolutamente eliminada de sus rostros? Porque sin duda Sorrentino sitúa la juventud en el centro de la belleza y del éxito posterior. Una cosa muy distinta es que cuando seas joven seas capaz de entender que es entonces, y no después, cuando forjas el contenido de tu leyenda o de tu reconocimiento y que cuando has llegado al final recuerdes la juventud como un momento espléndido al que no vas a poder volver. Es posible que a muy pocas personas les interese perdurar, que dejar un reconocimiento cuando no vas a saberlo posteriormente es el mejor ejemplo de soberbia y engreimiento, pero en el fondo los personajes de esta película luchan contra el tiempo para que su recuerdo no se pierda, se enorgullecen por ser recordados, porque un estudiante de música practique con sus composiciones o porque un espectador recuerde películas o interpretaciones, en ese recuerdo de la juventud pasada reside la memoria de un éxito, de un escalón al que muy pocas personas pueden llegar.
Sorrentino decide mostrar cómo la juventud es capaz de arrasar con todo uniendo belleza e inteligencia. Si el director de orquesta tiene pesadillas ahogándose en la plaza de San Marcos tras cruzarse con el objeto femenino inalcanzable, esa Miss Universo para la que todos utilizamos el cliché de un mero cuerpo privilegiado y sin cerebro, la réplica más inteligente e hiriente de toda la película la proporciona esa aspirante a actriz y que ahora sólo puede vender su cuerpo a un actor que piensa despreciarla por el solo hecho del prejuicio. Cuando contemplamos belleza, juventud e inteligencia en una sola persona, ninguno de los demás intervinientes en la historia pueden competir. Por eso los ancianos han de rodearse de jóvenes o mantenerse en solitario, rememorar lo bueno de una vida es una forma de ocultar los desastres del tiempo, por eso hay tanto silencio en la película de Sorrentino, ya no hay juventud que valga en sus vidas, sólo el recuerdo de mujeres que pasaron o no, y miedo, mucho miedo a la inevitable muerte que se acerca.
En la película son los más jóvenes los que ofrecen esperanza de mejora, Paul Dano y Madalina Ghenea representan la belleza y la inteligencia unidas, Paul Dano disecciona los comportamientos causi-silenciosos de los habitantes del hotel para darse cuenta de sus propias limitaciones como actor y evitar caer en los errores de los que han gozado previamente del gran reconocimiento, abrumado por un éxito temprano e inmerecido, el personaje de Jimmy Tree ha decidido aprender y mejorar, guardar reposo y sabiduría para cuando tenga que enfrentarse al fin de la juventud, como la bella Miss Universo sabe que se encuentra donde está gracias a su cuerpo, pero que sólo con su cuerpo poco conseguirá si no une inteligencia a su comportamiento. Con su cuerpo se abrirán muchas puertas pero nada perdurará porque la belleza de la juventud es efímera. En Fred y en Mick no cuesta advertir al Jepp Giambardella de «La gran belleza» con treinta años más, o al Marcello Mastroianni de 8 ½ agobiado por el vacío creativo en plena madurez una vez retirado. Son los grandes personajes que iluminan el cine de Sorrentino, personajes que llenan la pantalla con su sola presencia, que no necesitan hablar para decirnos lo que ocurre en sus mentes y en sus cuerpos, miradas que no ocultan el engaño de una vida o la parodia de un sufrimiento inventado, dos hombres que se soportan porque así se recuerdan cuando eran jóvenes y creativos, cuando estuvieron en la cresta del éxito y lo disfrutaron sin saber guardar un resto de inteligencia superviviente para el momento del olvido y del ocaso.
No es la gran película de Sorrentino, pero cuántos creadores querrían tener un estilo identificable, construir personajes tan sólidos y enteros, en esta ocasión multiplicados, porque si las tres anteriores películas contaban con un protagonista acaparador de la historia, ahora el director se permite presentarnos hasta cuatro personajes de profundidad y construidos milimétricamente. «La giovinezza» es una gran película, es una película de pérdidas conscientes y pérdidas ocultadas para autoengañarnos, es una película visualmente perfecta, con momentos gratuitos (las repetidas apariciones de un Maradona de pacotilla o la presencia de un Adolf Hitler en medio de un salón) y con momentos gloriosos (el inicio, la escena de la piscina, la clase de violín, los masajes a Michael Caine, los bailes de la masajista, el concierto final, el doble adiós de Keitel), musicalmente pegadiza. Es una película que mantiene mis ganas de seguir viendo el cine de Sorrentino de manera intacta. Como dijo Philip Roth, la vejez es una masacre.