Comentario a DERRIDA, Jacques: Khôra. Amorrortu, Buenos Aires-Madrid, 2011.
Imaginen por un momento… no imaginen nada, puesto que lo que propongo es inimaginable. Algo, no (la) nada, pero que carece de todo aspecto, de cualquier eidos. Ningún concepto, nada que podamos sujetar o aprehender, como un temblor o un movimiento imprevisible. Un mero nombre propio, y que como todos los nombres propios es el que menos propiedades tiene, y por lo tanto intraducible. Ni siquiera posee una transcripción uniforme. Escribiremos Jora, Khôra, Chora, Cora, y quién sabe si por último Kora, así de evasivo o alfabéticamente extraño. Sabemos que es un nombre gracias al filósofo Jacques Derrida, quien lo incluye en una suerte de trilogía anómala dedicada a los nombres. De hecho, es el ensayo más antiguo, no se puede decir que sea además el central, pues ¿qué significaría ser centro en este caso? Lo que ha subrayado, y hasta tres veces, en su exergo, en un encarte independiente, que presenta la edición francesa como Priere d’inserer, y que la española incorpora y cose ya a título de Advertencia, a la vez traicionando la disposición inicial y obedeciendo al ruego con el que en esta se titulaba, es que se trata del «más antiguo de los tres ensayos, no es, pese a ello, su «matriz» o su «porta-matriz» («porte -empreinte», o portador de la huella en francés)[1]DERRIDA, Jacques: Khôra. Galilée, Paris, 1993, p. 3. originario, como podría ser tentador pensarlo.»[2]DERRIDA, Jacques: Khòra. Amorrortu, Buenos Aires- Madrid, 2011, p. 11. [En adelante citaremos solo el número de página entre paréntesis) Habrá ocasión de hablar de los otros dos ensayos, pero antes era preciso aclarar hasta qué punto no hay centralidad con respecto al que comentamos, al menos no una que sea ajena a nuestra propia libertad especulativa. En esa rápida advertencia sabemos también cuál es origen del texto, esto es, situar «una aporía ejemplar en el Timeo de Platón» e incluso su propia genealogía dentro de la obra de Derrida. Ahora bien, esta última haremos bien en seguirla desde su no menos temprana recepción, puesto que en cierto modo ha llegado tardíamente a la luz el texto que ahora comentamos.
Así que la primera referencia amplia se la debemos a Julia Kristeva, quien habla en 1974 de la chora semiótica como una suerte de planificación (ordonnancement) o articulación (articulation) de las pulsiones, provisional, esencialmente móvil, constituida por los movimientos y sus efímeras detenciones o estasis. Apunta con ese movimiento al ritmo en la filosofía de Demócrito e incluso a la funciones preedípicas de descargas de energía que se orientan hacia el cuerpo de la madre. Esta exploración, en el caso de Kristeva, nos llevaría cinco años más tarde incluso hasta los extremos de esa loca verdad, lo vréel, encrucijada de la verdad y de lo real en el cuerpo materno antes de la separación edípìca o de su colapso en la psicosis.[3]KRISTEVA, Julia: Loca verdad. Fundamentos, Madrid, 1985. Pero si volvemos a 1974, es Kristeva quien, en La révolution du langage poétique, señala a pie de página, su deuda con Derrida a propósito de la chora.[4]KRISTEVA, Julia: La révolution du langage poétique. Seuil, Paris, 1974, p. 23. Para ello mencionará un libro de dos años antes, en el que la propia Kristeva le entrevistaba entre otros. Es verdad que aquí no se trata sino de una propia nota al pie de página del mismo Derrida y que remite a otra parte y a otra fecha: «en el curso de un seminario de la Escuela Normal, he tratado de interrogar desde este punto de vista [la ontologización y borrado del rhytmos de Demócrito] el texto del Timeo y la noción tan problemática de la cora.«[5]DERRIDA, Jacques: Posiciones. Pre-Textos, Valencia, 1977, p. 97. Los corchetes son míos. La volvemos a encontrar en un texto de Kristeva de 1974, de los que forman parte de su Polylogue, y de nuevo está chora asociada al ritmo de Demócrito como una articulación no expresiva, semiótica, incluso como juego de palabras, no sentido del sentido o risa. Y en un artículo de Tel Quel de 1975, titulado D’une identité l’autre, ella todavía escribe: «El Timeo de Platón habla de una chora, receptáculo (hypodocheion), innombrable, inverosímil, bastarda, anterior a la nominación, al Uno, al padre, y en consecuencia con una connotación materna».[6]KRISTEVA, Julia: Polylogue. Seuil, Paris, 1977, p. 159. Y llevaría estas articulaciones efímeras hasta el aprendizaje lingüístico de los niños, antes de la fase del espejo, o a las regresiones de la comunicación psicótica.
Todo este conglomerado de investigaciones, de intuiciones o excitantes sugestiones, que abarca desde la historia de la filosofía de los presocráticos a la lingüística o el psicoanálisis, no podía ser ajeno al planteamiento original de Derrida, aunque para cuando ve la luz el texto que comentamos, ya ha sido bastante depurado. Tal vez porque su enunciado era altamente tentativo, como una suerte de problema con demasiadas variables, o porque el camino de Derrida dentro del grupo Tel Quel, que nunca fue fácil, no tardó en verse obstaculizado por todo tipo de dificultades, de índole política, teórica y desde luego personal, con la misma Kristeva. Estas son lo suficientemente complejas y significativas como para merecer un ensayo independiente. Benoît Peeters las estudia con cierto detalle en su monumental biografía sobre Derrida, lo que nos mostraría que esta huella en Julia Kristeva ya es póstuma en buena medida, y que apenas queda nada de los antiguos afectos, como si nuestro filósofo hubiera decidido rescindir dos de las afiliaciones más pujantes del momento: la del materialismo dialéctico y la del psicoanálisis lacaniano.[7]PEETERS, Benoît: Derrida. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2013. Al publicar la trilogía, esta ganga, aun cuando nos siga pareciendo a nosotros valiosa, es algo de lo que el filósofo se ha desembarazado, si bien es cierto que se sumarán otros matices que habrían pasado desapercibidos durante el periodo de formación de dos intelectuales venidos de fuera, como el judío argelino y la bella y algo inquietante búlgara. Ahora el punto de vista es el del comentario, eso sí, todo lo sacudido que podemos atribuir a una deconstrucción, del diálogo platónico. Este, como suele ser habitual en Platón, está lejos de poseer un significado o un sentido unívocos, pero la porción que nos interesa se halla más o menos entre 50c y 53b.[8]PLATÓN: Timeo, en Diálogos VI. Flibeo, Timeo, Critias. Gredos, Madrid, 1997, pp. 202-206. Escuchemos al mismo Derrida: «Khôra nos sucede (nous arrive), y nos sucede como el nombre. Y cuando un nombre viene, dice en el acto más que el nombre, lo otro del nombre y lo otro a secas, cuya irrupción, justamente, anuncia.» (p. 15). Esto, la arribada, el acontecer del acontecimiento, ya pone, desde el inicio, al texto de Platón en el disparadero hacia otra cosa. Algo que ha inquietado a Derrida también desde el principio, pero que había permanecido como en sordina, y que no podríamos separar por completo, sin pecar de ligereza, de la doble disociación con el psicoanálisis de obediencia lacaniana o el maoísmo marxista leninista. Es el lado de Blanchot, de Heidegger, de Lévinas , el que ahora cuenta. Cuenta el encuentro. Y todo encuentro es una arribada, un acontecimiento. Pero lo que sucede posee algo de perturbación y de vértigo, pues «bien lo sabemos: lo que Platón designa bajo el nombre de khôra parece desafiar, en el Timeo, la «lógica de no-contradicción de los filósofos» de la que habla Vernant [a quien van dirigidas estas palabras, añadimos nosotros], esa lógica «de la binaridad, del sí y del no». Participaría pues, acaso, de la «lógica distinta de la lógica del «logos«. La khôra no es ni «sensible» ni «inteligible»: pertenece a un «tercer género» («triton genos«, 48e, 52a). Ni siquiera puede decirse de ella que no es ni esto ni aquello, o que es a la vez esto y aquello. No basta con recordar que no nombra ni esto ni aquello, o que dice esto y aquello. La turbación declarada por Timeo se manifiesta de otro modo: la khôra parece tan pronto no ser ni esto ni aquello como ser a la vez esto y aquello.» (p. 16). Permanece, sí, intacta la parataxis propia de Parménides, apuntamos nosotros, del ser decir pensar, pero el tercer género, el triton genos, no posee aquí ninguna función de síntesis dialéctica, sino que introduce un gradiente negativo, del des ser (me on), de lo impensado y lo indecible. Khôra es una espacialidad pura, en cierto modo virgen. Es imperceptible (anaisthesias). ¿Y cómo habría de ser de otro modo, cuando ningún modo o aspecto o eideia posee? Procede de un razonamiento bastardo ( logismo notho). Y Platón, no menos que el mismo Derrida, sobredetermina esta indecidibilidad genética, esta especie de genealogía alterada; a ratos madre es khôra y a ratos nodriza, en cualquier caso sin padre. No la vemos como algo que posee una objetividad intencional, no inexiste como el intentum de intentio alguna, sino que la vemos como en sueños (oneiróxeos).
Oigámoslo: «Si decimos khôra y no la khôra, en rigor, seguimos haciendo de ella un nombre. Un nombre propio, es cierto, pero una palabra, al igual que cualquier nombre común, una palabra distinta de la cosa o del concepto. Por otra parte, el nombre propio parece, como siempre, atribuido a una persona, aquí a una mujer. Acaso a una mujer, más bien a una mujer. ¿No agrava esa atribución los riesgos de antropomorfismo de los cuales queríamos precavernos? ¿No los corre el propio Platón cuando parece «comparar», como suele decirse, a khôra con una madre o una nodriza? ¿El valor de receptáculo no está también asociado, como la materia pasiva y virgen, al elemento femenino, y precisamente en la cultura griega? Estas observaciones no dejan de tener valor.» (pp. 29-30). Sí, no dejan de tener valor, aunque casi no lo tengan, no ahora, para el mismo Derrida, quien con el nombre de una mujer se desembaraza en este momento de toda deriva favorable a la semiótica del principio, como la que señalábamos en su apresurada arqueología. «El referente de esta referencia, empero, no existe. No tiene los caracteres de un ente, y entendemos por ello un ente admisible en lo ontológico, a saber, un ente inteligible o sensible. Hay khôra, pero la khôra no existe.» (ibidem). De hecho, y aunque hemos apuntado su relevancia en esta especie de novela familiar del mundo en la que consiste el Timeo platónico, ella no tendrá hijos. O como mucho solo uno tan incómodo como nuestro filósofo. Khôra condenada al gris y silencioso olvido del infierno, del sheol, si es que no traicionada además por la hermana que pretende categorizarla dentro de una teoría, convertirla en el fantasma de un concepto. Sucederá ya con Aristóteles, pervirtiendo a khôra en el sistema de una ontología como prote hyle o materia prima. Así en un muy interesante manuscrito temprano de Schelling sobre el Timeo, que leía a la vez que iba preparando mentalmente este ensayo, y que supone un reencuentro con Platón desde la perspectiva de la tercera Crítica kantiana.[9]SCHELLING, Friedrich Wilhelm Joseph: Sullo spirito della filosofia platonica. Il Timeo di Platone: commento manoscrito (1749). Mimesis, Milano-Udine, 2022. Pero es que incluso dentro del neoplatonismo, y singularmente con Proclo, la perspectiva ética deja desactivada la paradójica potencia de esa pasividad extrema, que podríamos llamar coreográfica en un sentido profundo, si bien Massimo Cacciari, en un bellísimo texto, en el que sitúa del modo adecuado al último platónico de la Escuela de Atenas, aclara que «Proclo capta la debilidad profunda de la concepción plotiniana: ninguna forma, ninguna medida puede excluir lo ápeiron y lo aoriston. Toda medida es medida de lo sin límite, igual que toda voz es voz del silencio. Lo sin límite, como la hyle, de la que es expresión, no pertenecen al bien ni al mal, sino a lo necesario.»[10]CACCIARI, Massimo: L’aporia del male, en PROCLO: Il male dai commentari al Timeo di Platone. Saletta dell’Uva, Caser, 2008. Yo propongo, por mi parte, que podría retomarse la pertinencia de Proclo, comentarista de Platón, si el problema o la aporía del mal la reconducimos hacia el de los nombres, al de su impropiedad o corrupción, tal como muestra en sus comentarios al Crátilo platónico.[11]PROCLO: Lecturas del Crátilo de Platón. Akal, Madrid, 1999.
Y es que esto también forma parte del sentido de la trilogía. Passions se ocupa del secreto, de lo que se da con un nombre secreto y lo que con ese don llega, ocurre o arriba. La criptonimia y el don, esa ofrenda que solo sobrevive en cuanto que no sabemos lo que ofrendamos, conduce de una manera tan imperiosa como extraña a la literatura, a lo literario. Aquí es donde aparece, criptonímica por excelencia, nuestra invitada, puesto que la irreductibilidad del nombre hace secreto al secreto: «Hay secreto. se puede hablar siempre, pero esto no basta para romperlo. Se puede hablar hasta el infinito, recontar historias sobre ello, decir todos los discursos que pone en obra y las historias que encadena o desencadena, ya que el secreto nos hace a menudo pensar en historias secretas y por eso mismo da gusto. Y el secreto permanecerá secreto, mudo, impasible como la khôra, como Khôra, ajeno a toda historia, así como al sentido de la Geschichte o de las res gestae como al saber y el relato histórico (epistémè, historia rerum gestarum), a toda periodización, a toda epocalización.»[12]DERRIDA, Jacques: Passions. Galilée, Paris, 1993, pp. 61-62.
Sauf le nom, Salvo el nombre, el tercer pie de esta trilogía, posee tanto derecho a la khôra, como el texto que comentamos. Así como en Passions su presencia es ocasional, casi desapercibida, en Salvo el nombre resulta esencial, constitutiva de esa deconstrucción de la teología negativa, o de la deconstrucción misma como una especie de teología negativa. Tanto es así que, a estas alturas, me pregunto si no habré errado, si no me habré dejado seducir por el título del libro que había decidido comentar, que de hecho creo que he comentado, pues lo explícito puede resultar lo más engañoso, sobre todo cuando nos referimos a algo que solo vive, ocasionalmente y como en sueños, en lo implícito, como una habitación todavía vacía y capaz de albergar todos los relatos, los abrazos, las traiciones o las despedidas. Alguna khôra adviene en Salvo el nombre, entre puntos suspensivos. Lo hace como cuerpo sin cuerpo, como cuerpo ausente pero cuerpo único, lugar de todo, en lugar de todo, intervalo, sitio, espaciamiento, mientras al hilo de sus apostillas a Angelus Silesius, se pregunta Derrida, o alguien le pregunta a él, qué es una oración, en qué consiste una plegaria, cuestión que tengo para mí que es la única pregunta que sobrevive al exceso de todas las respuestas teológicas. Es lo que más adelante llamará el paso por la prueba de la khôra. Porque esta prueba llega hasta la Gelassenheit, hasta el dexamiento, esa actitud que acomuna a Eckhart, Silesius y Heidegger, del hombre que no quiere ni sabe (der weder wil noch weiss). A lo mejor porque al orar siempre damos otra cosa que el nombre, el nombre de otra cosa siempre, un sobrenombre: Dios o Khôra.[13]DERRIDA, Jacques: Salvo el nombre. Amorrortu, Buenos Aires, 2011, p. 90. Hay duelo en la teología negativa o apofática, claro que sí, pero también alegría. Duelo por el nombre que falta y alegría por la sobreabundancia de los pseudónimos; como que ellos ya no tienen nada de pseudós, de falso, sino que son heterónimos, de los que hizo una literatura entera Pessoa, igual que podríamos hacer nosotros una entera teología.
Y a estas alturas, ya en el final de la lectura, me viene un recuerdo de mi juventud; una juventud de mal y buen estudiante a la vez, de un mal estudiante muy bueno o de un muy mal buen estudiante. Es mi primer año de Filosofía, por aquel entonces los matriculados en eso que todavía se llamaba con un punto de precaución admirativa, Filosofía Pura, aunque ya era una rama de las no tan admiradas Ciencias de la Educación, teníamos que cursar dos cursos de una lengua extranjera, y si no me equivoco, podíamos elegir entre latín, griego, alemán, francés, inglés o árabe. El caso es que era tradición que los estudiantes de Filosofía fuéramos semi libres, dada la inflación de alumnado que proporcionaba Filología, así que yo me preparé para el examen como mejor supe, que suele ser una manera zen de no prepararse en absoluto. Me examinaba con Mr. White, un personaje entrañable y hombre de ilimitada bondad, que ha entrado en la literatura gracias a Berta Isla, esa estupenda y muy eliotiana novela del llorado Javier Marías. Y es que Jack Cressey White fue alumno de Tolkien, de C.S. Lewis e Isaiah Berlin y exudaba un aura inequívocamente oxoniense. Recuerdo que leí días antes Kora in Hell de William Carlos Williams, en una edición de City Light Books para mantener una relación familiar con la lengua. Perséfone, Coré, Kora, tal vez sean el último nombre. El de la muchacha enterrada que vuelve con un temblor de la tierra cerrada ante el cielo de cada primavera: «Después de mirar fijamente durante treinta años una frase verdadera descubrió que la contraria también podría ser verdadera.»[14]CARLOS WILLIAMS, William: Kora in Hell. Improvisations. City Lights Books, San Francisco, 1967, p. 57.
Título: Khôra |
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Referencias
↑1 | DERRIDA, Jacques: Khôra. Galilée, Paris, 1993, p. 3. |
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↑2 | DERRIDA, Jacques: Khòra. Amorrortu, Buenos Aires- Madrid, 2011, p. 11. [En adelante citaremos solo el número de página entre paréntesis) |
↑3 | KRISTEVA, Julia: Loca verdad. Fundamentos, Madrid, 1985. |
↑4 | KRISTEVA, Julia: La révolution du langage poétique. Seuil, Paris, 1974, p. 23. |
↑5 | DERRIDA, Jacques: Posiciones. Pre-Textos, Valencia, 1977, p. 97. Los corchetes son míos. |
↑6 | KRISTEVA, Julia: Polylogue. Seuil, Paris, 1977, p. 159. |
↑7 | PEETERS, Benoît: Derrida. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2013. |
↑8 | PLATÓN: Timeo, en Diálogos VI. Flibeo, Timeo, Critias. Gredos, Madrid, 1997, pp. 202-206. |
↑9 | SCHELLING, Friedrich Wilhelm Joseph: Sullo spirito della filosofia platonica. Il Timeo di Platone: commento manoscrito (1749). Mimesis, Milano-Udine, 2022. |
↑10 | CACCIARI, Massimo: L’aporia del male, en PROCLO: Il male dai commentari al Timeo di Platone. Saletta dell’Uva, Caser, 2008. |
↑11 | PROCLO: Lecturas del Crátilo de Platón. Akal, Madrid, 1999. |
↑12 | DERRIDA, Jacques: Passions. Galilée, Paris, 1993, pp. 61-62. |
↑13 | DERRIDA, Jacques: Salvo el nombre. Amorrortu, Buenos Aires, 2011, p. 90. |
↑14 | CARLOS WILLIAMS, William: Kora in Hell. Improvisations. City Lights Books, San Francisco, 1967, p. 57. |