“Venga dale un beso a tu abuela, anda venga que nos tenemos que ir, dale un besito”
“Esta es María, es amiga de la mamá, dale un beso”
“Oh! ¡Qué niño tan mono! ¿Me das un beso?”
“Venga no seas antipática, qué va a pensar de ti? Anda dale ya un beso!”
¿Te suenan estas frases? ¿Te resultan familiares?
Si cierras los ojos y viajas a través del tiempo a tu infancia, ¿recuerdas alguna situación en la que te obligaron a darle un beso a esa señora que tú no conocías, o a tu abuela o a alguien que, conocieras o no, tú no querías besar?
Cuando hago estas preguntas en los talleres de educación sexual con personas adultas, suele haber alguna risa, algún mal comentario y muchas caras de desagrado asintiendo al recordarlo. A veces alguien comparte lo mal que lo pasaba y aún recuerda el bigote pinchándole en la cara, o el mal aliento, o el olor a perfume de fresa empachosa…
Es importante recordar y hacer memoria porque igual de desagradable que pudo ser para alguna de nosotras, también lo es para los niños y niñas, a los que, a veces, y sin darnos cuenta, y con toda la buena intención de este mundo, le obligamos a besar a ese familiar que hace tiempo que no ven, o a esa amiga tuya de la Universidad que es amiga tuya, que tú conoces, pero que tu hijo o hija no sabe quién es, o al amigo de la familia que os encontráis y tiene que besar porque así se espera que lo haga y así se lo estás pidiendo.
Que no quiera besar a la persona que le dices que bese, no te hace quedar en un mal lugar.
¿A ti te gusta qué te obliguen a besar a alguien contra tu voluntad? Pues a esa criatura tampoco.
Si no te gusta, no lo hagas.
Si no te gusta, dilo.
A la hora de demostrar los afectos la infancia también tiene el mismo derecho.
Es verdad que ahora, con esta situación pandémica que estamos viviendo, con la llegada de las mascarillas y la conciencia de marcar distancias de seguridad y evitar contactos físicos, esto se ha rebajado, se pide menos, se da menos.
Hay incluso mujeres, y digo mujeres y no hombres que están encantadas con esto de no “tener que” dar besos como forma de saludo. Como una muestra más del machismo imperante en nuestra sociedad, nosotras, las mujeres, “tenemos que” dar besos al llegar a un sitio como forma de saludar a alguien, o cuando te presentan a una persona, que no conoces, “la tienes que” besar, o al despedirte… Y no un beso, dos.
Da igual quien sea la otra persona, si eres mujer te toca dar dos besos, cumplir con el mandato y quedar bien con otra persona, aunque te estés estremeciendo de pereza o repelús por dentro.
Y a ellos, y digo a ellos a los hombres, cumpliendo con los rasgos de masculinidad hegemónica marcada y con lo que de ellos se espera por ser hombres, ellos, entre ellos no se besan, no se besan, no. Entre ellos se dan la mano, cuando es a nivel profesional o están conociendo a alguien. Cuando es un amigo o conocido, la forma de saludarse es haciendo como si se abrazaran a lo gorila, con unos golpes sincronizados en la espalda, con las palmas bien abiertas, a la par, haciendo un sonido hueco y como si a más ruido / intensidad más afecto o más masculinidad, caben todas las interpretaciones….
Les desconectamos por las normas sociales.
Una cosa son las buenas formas, la educación o los buenos modales, y otra cosa bien distinta es hacer con tu cuerpo algo que tú no quieres hacer.
Dar un beso no es señal de buenos modales.
Hacer caso a dar el beso cuando te lo piden no es portarse bien.
No podemos seguir alimentando la falsa creencia de que la niña (o el niño) que da besos cuando se le pide, es una niña educada.
Un beso es una muestra de afecto, de cariño, de amor.
Otra cosa distinta es que incorporen las normas sociales establecidas, para una mejor convivencia como es el saludar, despedirse, pedir las cosas por favor, dar las gracias, tocar la puerta antes de entrar, etc.
Eso es una cosa y dar besos es otra cosa muy distinta.
El contacto te tiene que apetecer, le tiene que apetecer.
Los afectos, las demostraciones de amor no pueden ser impuestas.
No se les puede insistir, forzar, obligar, chantajear para dar un beso.
Esto es la base, y es algo a cultivar desde la infancia.
El poder sobre el cuerpo de una persona es de la propia persona, y eso se ha de interiorizar desde que son críos.
No podemos llegar a la adolescencia y darles un mensaje opuesto a lo vivido todo ese tiempo.
El mensaje se ha de dar antes.
No podemos llegar luego en la adolescencia, a decirles que su cuerpo es suyo, que son ellos y ellas las que mandan en él, que sólo sí es sí y que sólo no es no, cuando nos hemos pasado los 11, 12 o 15 primeros años de su vida haciendo oídos sordos a su sentir, desconectándoles de su escucha, no respetando su expresión del afecto, no propiciando momentos de auto respeto, promoviendo el que vale más complacer a los demás o hacer caso a los mayores y dar besos porque hay que darlos, aunque no quieras, que dar cabida a su sentir y hacer lo que sienten que quieren hacer.
El mensaje que incorporan es que si dan besos son más buenas, o más complacientes, serviciales, o se les va a querer más. Si lo hacen no se van a sentir rechazados.
Les estamos diciendo que si das ese beso, la mami o la abu o el papi no se enfadan.
El consentimiento desde la cuna
Es importante que les permitamos ser, que estén conectados con lo que le hace sentir bien y con lo que no.
Siendo respetados les permitimos que sean ellos y ellas mismos, aprenden a expresar lo que quieren o lo que no, a que se les tengan en cuentan, a sentirse escuchados, a tomar decisiones.
Van incorporando el consentimiento desde la infancia, de forma cotidiana.
Aprenden a decidir sobre su cuerpo, porque su cuerpo es suyo, su cuerpo les pertenece, y por tanto aprenden a ser conscientes de sus límites y de los límites de las demás personas, aprenden a marcar límites y a respetar también los límites de los demás.
Aprenden desde la puesta en práctica, desde la cotidianidad y desde las vivencias que te da el día a día.
El cuerpo aprende, recibe la información, la incorpora y luego la nombramos, la denominamos, pero no al revés.
A más besos sin querer darlos, más vulnerables a situaciones de abusos.
El mensaje es: aunque no quieras, has de hacerlo, porque se te pide y es lo que se espera que hagas.
Es un mensaje confuso, irrespetuoso que te deja fuera de tu poder de decisión y te hace más vulnerable a vivir una situación de abuso y no identificarla como tal.
Si le forzamos a dar ese beso o abrazo cuando no quiere, cuando tenga un contacto desagradable no va diferenciar del sí o del no.
Si incorporan que su sentir está por debajo de lo que le pidan que hagan, si aunque no quieran han de besar, abrazar o tener contacto físico con una persona, si sienten que tienen que ceder a los deseos de las demás personas, de “los mayores”, si primero tienen que complacer antes que “con-placer”, entonces, difícilmente podrán reconocer una situación de abuso sexual como tal.
Y cuando digo abuso sexual hablo también de los tocamientos, de los roces mal intencionados, caricias, manoseos, cosquillitas, donde la persona, que en muchos casos es alguien del entorno de la criatura y donde no hay un uso de la fuerza física, a través de varias formas de manipulación, o de juego, o de chantaje, la persona consigue abusar de una criatura satisfaciendo sus intereses y deseos sexuales.
Si están conectados con sus sensaciones corporales de forma positiva, es más probable distinguir lo que le gusta de lo que no.
Esto es educación sexual
Somos su modelo a imitar, somos sus referentes, hacen lo que ven que hacemos y les hacemos.
Cuando no le obligas le educas en la elección de su decisión, en que decida si quiere o no quiere hacerlo. Y si quiere o no quiere, está bien, porque es lo que siente que quiere hacer.
Le educas en marcar y respetar límites, los suyos y los límites de los demás.
Aprenden que pueden decir no.
Aprenden que cuando dicen no, se les respeta y no se les insiste.
Aprenden a conectar con el deseo.
Que los besos se dan porque se quiere.
Asimilan que expresar cariño no es una moneda de cambio.
Aprenden a escucharse y a tenerse en cuenta, a priorizar sentimientos propios, sin culpa, sin miedos, ni remordimientos.
Incorporar esto, es un acto de cuidado con efectos secundarios empoderantes.
Es acompañarles sin presión ni obligación.
Es respetar la expresión de su sexualidad.