En 1987 los presidentes Reagan y Gorbachov firmaron el tratado conocido por las siglas INF (Intermediate Range Nuclear Forces), que supuso el final de la Guerra Fría, que nunca olvidaremos quienes vivimos esos años. El 3 de agosto de 2019 terminó la vigencia del que se considera una de los mejores acuerdos internacionales del siglo XX.
Después de ese tratado se prevé la desaparición de otros. «Sin tratados limitativos, sin multilateralismo, sin controles mutuos y sin medidas de confianza, la seguridad de las superpotencias se fía de nuevo el crecimiento de los presupuestos de defensa, en la búsqueda de armas milagrosas y, finalmente, en la amenazadora escalada armamentística». (El País, 5 de agosto de 2019, «Armas sin control»).
Y así estamos ahora. Armas sin control. Descontrolada fabricación, compra y venta de armas. En un sistema obsesionado por el crecimiento económico que miden por el Producto Interior Bruto (PIB), parámetro que aumenta con la fabricación de armas, unos dirigentes políticos a quienes gusta hablar de seguridad nacional aunque, en realidad, a lo que conducen las armas es a la guerra y con ella a problemas de contaminación, destrucción del paisaje y muerte de personas, entre ellas, niños y niñas inocentes.
Además, la fabricación de armas supone un gasto innecesario de recursos naturales y de dinero que podría utilizarse para satisfacer las necesidades de sus ciudadanos; ello sin contar con la creación de problemas de contaminación o contribución al cambio climático.
En la presentación de un nuevo submarino nuclear el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo: «Lo que se construye aquí es la independencia de Francia, nuestra soberanía, es nuestra libertad de acción, nuestra propia condición de gran potencia mundial».
La ceremonia de presentación de ese nuevo submarino nuclear «no fue más que la celebración del fin de la construcción del primero de los seis submarinos previstos en el programa Barracuda, que comenzó con tres años de retraso y de alto coste: en total, las seis unidades previstas costarán 9.100 millones de euros». ¿De dónde sacará el gobierno francés ese dinero? ¿No hay en Francia ninguna persona que carezca de lo que es imprescindible para llevar una vida digna? ¿Son los submarinos nucleares más importantes que las personas?
Pero hay esperanza, si no se deja que «arreglen el mundo» los siete (G 7), los ocho (G 8) o los veinte (G 20) países más ricos.
Federico Mayor Zaragoza, el 3 de octubre de 2019 publicó en su blog, «La fuerza de la palabra«, un texto bajo el título «Multilateralismo democrático para un apremiante concepto de seguridad» del que me parece oportuno copiar, ahora, algunos párrafos.
«Los heraldos de la seguridad convencional recorren la Tierra frotándose las manos por los beneficios de los artefactos bélicos que venden, incluso a los más menesterosos […] porque la seguridad es lo primero».
«Durante siglos, con un poder absoluto masculino, ha prevalecido –no me canso de decirlo- la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón, escudados los líderes en el perverso adagio “Si quieres la paz, prepara la guerra”, jaleados con las más oscuras amenazas, por los productores de armamento, interesados siempre en que la paz aparezca como una pausa entre dos guerras. Las colosales inversiones diarias en seguridad territorial alcanzan los 4.000 millones de dólares cuando mueren, en el mismo período de tiempo, miles de personas de hambre y desamparo, la mayoría niñas y niños de 1 a 5 años de edad».
«La Resolución de 21 de octubre de 2015 de la Asamblea General de Naciones Unidas, por las que se fija la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se titula Para transformar el mundo. Y, de inmediato, se logra en París la firma de los Acuerdos sobre el Cambio Climático, convencidos de que era imprescindible, pensando en nuestros descendientes, actuar de forma inaplazable».
Hay esperanza, si los ciudadanos empiezan a pensar y actuar como ciudadanos de una democracia.