El 13 de Octubre del 63 se crea la Compañía Knight, con Newton Knight de capitán e integrada por vecinos de la zona, su objetivo era proteger a sus paisanos sureños de los reclutadores, recaudadores de impuestos y cualquier funcionario del Gobierno Confederado, en plena guerra de secesión y perteneciendo el condado de Jones al estado de Mississippi, uno de los estados integrantes del bando confederado en su guerra contra la Unión, sufre la revuelta de un grupo de rebeldes dentro de su propio bando y enclavados en el territorio controlado por la Confederación. Se trata de un tipo de cine muy alejado del que suelo comentar, más pensado en taquilla que en arte, más en la evidencia que en la complicidad del espectador para buscar sendas y caminos inducidos a explorar. Poco sutil y fomentador de corrientes de opinión manipuladas y manipulables, del que llena la pantalla de trampas morales. Cine en el que un rostro acapara la totalidad del relato y cuyas desapariciones hacen decaer la atención a la espera del siguiente empujón de la acción.
Sin embargo, y aunque este cine me atraiga bien poco, me ha llamado la atención el personaje, y la anécdota histórica. De guerras civiles sabemos —es un decir— bastante en España, incluidas guerras civiles dentro de la guerra civil. En nuestra última y bastante ignorada guerra civil, que mantiene innumerables víctimas en cunetas y cementerios, dentro del bando republicano hubo diversas guerras civiles, hasta tres reconocidas y documentadas históricamente, que debilitaron sobremanera la resistencia y credibilidad interna de los que luchaban, teóricamente, por el mantenimiento de la legalidad. Por eso la ignorancia absoluta de este episodio resulta más interesante que la película en si, que transcurre lánguidamente entre lo convencional, lo monótono, lo artificiosamente emocional y lo mal explicado. Y no deja de ser una lástima porque el filón histórico permitía una historia de calado, y el apuntado episodio que ocurre casi 90 años después de la acción central, hubiera permitido sobrevolar la historia con mayor profundidad y reflexión. Quizás es pedir demasiado a un director acostumbrado al cine comercial y facilón, es más, quizás hasta la historia sea demasiado profunda para un director de tan escasa entidad dramática y casi nula creación artística —quien tenga interés que consulte su filmografía, yo no quiero hacer publicidad—, una pena porque películas sobre la guerra civil norteamericana hay centenares, pero sobre una guerra civil dentro de uno de los bandos, no conozco más.
Ni un actor en pleno apogeo y resurgimiento como Matthew McConaughey es capaz de insuflar alma suficiente a una historia que transita sin rumbo definido entre la crítica racial, el discurso político antisistema, la recreación bélica y la contemporaneidad de la segregación racial en Estados Unidos. Convenientemente adulterada la verdadera historia del rebelde dentro de los rebeldes, magnificadas sus escaramuzas bélicas y recreadas como si una película de acción sin descanso se tratara, existieron razones personales no narradas en la película para hacerle desertar además de su concienciación de estar luchando los pobres para mantener el status de los ricos sureños. Y aquí vuelvo a reiterar la cantidad de historias sugerentes que la vida de Newton ofrece y que se diluyen en una propuesta muy conservadora y nada arriesgada, los discursos revolucionarios que dirige a los que se van sumando a su grupo de proscritos, soldados desertores de la Confederación, mujeres que han visto quemadas sus granjas o incautadas las cosechas, y negros que han huido de sus plantaciones ante la llamada del Norte y su prometida manumisión, son convenientemente teñidos de una reivindicación norteña sin proyectar el espíritu izquierdista que se deriva de su expresión, una sociedad de hombres libres e iguales en la que el dinero no marcará la diferencia de derechos.
La vida de Knight pasó de la rebelión a la decepción cuando concluye la guerra con la victoria del Norte y contempla cómo todo ha cambiado para que todo permanezca. Los capitalistas sureños son repuestos con honores en sus cargos, la discriminación persiste, surge el KKK como reacción blanca a la no aceptación de la integración de la comunidad negra con plenos derechos de libertad, no de acción, y Knight advierte cómo no existe voluntad real en e el sur, su Mississippi, para dejar de comportarse como lo hacía antes de la secesión, con la complacencia del gobierno de la unión. Tras haber liberado su condado natal en plena guerra, haber colgado la bandera de la Unión en Ellisville, haber declarado el estado libre de Jones (verdadero título de la película), haber instigado una declaración de derechos y libertades para sus ciudadanos, el fin de la guerra trajo la dura realidad de haber conseguido muy poco y haber obtenido muy poco reconocimiento, y sin embargo, finalizada la guerra, la película sigue diluyéndose, intercalando efectos dramáticos innecesarios para tomar conciencia de la realidad y fomentando una historia sentimental, que, siendo cierta, no se desarrolla en la necesaria dirección para llegar a esos años 50 del siglo pasado en los que un descendiente de Knight es discriminado, juzgado y condenado por casarse con una blanca. Como si se temiera sobrepasar un metraje, la película se apresura en su final cerrando historias a portazos.
Si, porque Knight, con razones muy mal expuestas en la película, casado cuando es reclutado en las filas sudistas, rompe con su mujer y forma una nueva familia con una de las mujeres negras que se unió al grupo de desertores y esclavos fugitivos. De esa unión, imposible de legalizar conforme a las leyes imperantes, antes y después de la guerra civil, nacieron muchos hijos, que, a su vez, tuvieron otros tantos. Uno de esos bisnietos de Knight, de apariencia racial blanca, tenía un octavo de sangre negra conforme a esos cálculos que tanto nos horripilan leídos en las leyes raciales de Nuremberg, pero que somos incapaces de ver en las sociedades de apariencia democrática cuando han existido. En los 50, después de la segunda guerra mundial, con el holocausto presente, un descendiente de un hombre y una mujer es condenado por violar las leyes raciales del estado de Mississipi casándose con una blanca. Ahí estaba otra gran historia, otra gran película que el director desprecia y a la que sólo atiende para mostrar lo poco que se había progresado en cuestiones raciales desde 1866, pero incidiendo en lo mordaz y perverso de la situación más que en las sinrazones de una legislación aceptada sin freno y sin crítica por parte de las autoridades blancas del estado.
La historia sigue resultando aburrida para el cine, sobre todo si la historia te arruina un bonito desarrollo, y el ejemplo es el ajusticiamiento del coronel McLemore tras una escaramuza en un entierro. Si cinematográficamente resulta poco creíble, la realidad fue mucho más prosaica y menos épica, y sobre todo menos espectacular. Lo que en pantalla se desarrolla como una ensalada de tiros en estado de confusión absoluta, en la realidad fue la simple aparición del cadáver con un tiro. Cuando vean la escena del ataúd recuerden que no todo lo que se basa en hechos históricos tiene relación con la realidad, ni tuvo que suceder, ni suceder así. Tampoco conviene retratar a Knight como un hombre que aplicaba la justicia por su mano mucho antes de crear su propia compañía de hombres libres. Resulta más alentador crear a un héroe sin mancha y distorsionar los hechos. Curiosidad histórica en una mala película, que no puede decepcionar porque está diseñada para resultar modélicamente ignorada.
Ficha técnica