No hay nada admirable en el hecho de estar constantemente conectado, potencialmente productivo todo el rato a partir del momento en que abres los ojos por la mañana; en mi opinión, nadie debería aceptar algo así, ni ahora ni nunca.
Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención. Jenny Odell
La actividad de esta tarde consistía en poner en marcha un huerto escolar. Justo cuando ha acabado, con sus manos sucias, greñas al aire y botas embarradas, alguien grita: “¿Y ahora qué?”. Es Paula quien, con apenas 6 años, experimenta su deseo de inmediatez. Cómo no imaginar su decepción cuando está a un clic de La patrulla canina, a dos de baby shark ¿a cuántos, piensa, de que suceda algo interesante en este pequeño trozo de tierra? Es muy difícil complacer la urgencia de su deseo. Puede que, entre todas esas cosas que el neoliberalismo hace con nuestra vida, una de tantas, sea la de moldear nuestro deseo y en ese camino, vaciarnos del aprecio a los procesos. Inflarnos de urgencia y rabia. Por eso hoy, cuando Paula ha verbalizado su desencanto ante el paisaje por construir, no había palabras que pudieran aportar consuelo.
Ese trozo de tierra era parte del patio la semana pasada, alguien desde el ayuntamiento invitó al equipo directivo a formar parte de la red de huertos escolares. Un huerto por escuela, un rewilding en tiempos post covid. La vuelta a la naturaleza, afirman, como si se tratara de un gran descubrimiento. Esto nos hace mejores, están convencidos de ello. Al centro le pareció una idea excelente, ¡qué bien queda para una publicación en las redes sociales del colegio! Qué atractiva es la educación aderezada de gestos simbólicos. Plantan hortalizas en el huerto mientras arrancan malas hierbas, al lado de esta zona todo es césped artificial ¡Qué gran ciudadanía la de la naturaleza muerta! Esta que consume lo “sostenible” y lo une al marketing corporativo. En el subsuelo, la ecuación del terror: Greenwashing + coaching.
Pero, volvamos al grito de Paula, que no deja de ser un síntoma, una sensación de que nada sucede si no es inmediato. Me fascina su grito porque me veo reflejada en él, veo mis miedos ante la lentitud, ante lo que se bloquea y no termina de ser. La anatomía de ese instante, de sus expectativas ante la realidad, me lanzan a otras preguntas: ¿cómo dar valor a la lentitud en un mundo acelerado? ¿cómo evitar que lo emancipador sea absorbido y devuelto vacío? ¿cómo resignificar lo común desde ópticas que valoren el ser mientras tanto?
Darle vueltas a veces me ayuda, a calmar la rabia, a entender. Escribirlo me da más sosiego, aunque ahí comienzan los monstruos de la escritura. Ese para qué, porqué compartir esto. Luego las dudas: cómo compartir sin ser mi peor enemiga, cómo utilizar las palabras, cómo cuidarme a mí misma en el proceso de entender. No termina de ser triste esto de ser capaz de sostener y no ser capaz de sostener(me). Me hablo en tonos que no dirijo hacia otras personas. Pero bueno, igual eso también es otro tema. Otra rama a la que volver en otro momento.
Porque yo a lo que venía era a (a)bordar un elogio a la lentitud, para gritar, con la misma espontaneidad que Paula, que tanta velocidad nos impide ver correctamente y de paso, nos anula la capacidad de escucha. Que confundimos lo urgente con lo importante continuamente. Que tanta velocidad distorsiona nuestra percepción de la realidad. Hasta que no paramos, no sabemos quiénes somos. Y no quiero parar para saberlo, quiero no tener que parar para saberlo.
Por eso, quiero un aplauso a la lentitud, tan sutil como la burbuja que emerge en una masa de pan en reposo después de dos amasados. La fermentación como cosmovisión. Repito. La fermentación como cosmovisión.
El reposo como la estación en la que poder crecer. Ser capaces de discernir entre lo que es la vida y lo que parece serlo. Quiero que el ritmo del trabajo no sea el ritmo de la vida. No quiero paños calientes para la precariedad. Quiero llamar a las cosas por su nombre. Habitar el conflicto con valentía sin la sensación de que pedir lo que nos pertenece no es legítimo. Ver belleza en cada una de las burbujas de aire que se abren paso en la masa. Ellas, que han tomado forma sin pedir permiso, a su aire, son en fondo y forma una cartografía del (auto)cuidado. Recuperar la lentitud en un mundo de cajas rápidas y reparto a domicilio. El patinete eléctrico como metáfora de esa velocidad batiendo nuestras vidas. Acompañar a Paula en la espera de ver en el huerto de su clase, la posibilidad que inauguran los tiempos lentos.
Me ha encantado el artículo, pero escribo con cierto tono ligeramente desafiante, no a malas por supuesto, sino por el conflicto que atravieso los últimos tiempos, necesitaría enfrentarme a la parte más idealista del mensaje del texto. Soy una personita que me he cargado a misma con el adjetivo de lenta. He crecido en un ambiente en el que, podemos decir, hay una cierta conciencia política transfeminista, y creo que en una etapa importante de mi vida el entorno reforzó positivamente mi lentitud, elogiando ciertas facetas mías. Tanto que hasta llegué a pensar que podía enpoderarme y ser resolutive desde el autoconocimiento en espacios tan importantes para sustentarse comonlo es el mundo laboral, que por lo general se me vuelve hostil y difícil. Hoy me siento ingenue, seguro que existe alguna posición estratégica para subsistir, pero la permanencia en el mundo laboral, y por tanto la seguridad en el mismo se me hace cuesta arriba. Podemos decir que profesionalmente he intentado aspirar a ser profe de secundaria, pero me ha superado la urgencia presente en todo, el desplazamiento al centro, la transmisión de contenidos preestablecidos, las propias dinámicas organizativas van a un ritmo a mi juicio avasallador. Mi sensibilidad hacia lo que se genera en ese entorno y ante las necesidades que manifiesta el alumnado me vuelve inoperative, porque no hay espacio para bajar el ritmo ni para la escucha. Creí que me había lanzado a lo laboral con algo de seguridad y confianza pero se me desbarató por completo. Por esto y otras razones me he distanciado de la educación, el ritmo que impone el trámite de la oposición me resulta inadecuado con el ritmo al que palpita mi corazón. Me he puesto a buscar trabajos más primarios o más precarios por intentar al menos tener una distancia emocional con el trabajo y averiguar si puedo generar algo de estabilidad para mi vida, y en éstos mi lentitud se me ha imputado de forma humillante. Todo un jarro de agua fría para mi autoestima. Me quiero lente, pero me está costando sobrevivir este tiempo. Me gustaría que otras personitas cuyos ritmos exijan, por encima de la media, el tomarse los tiempos para sentir, para respirar, para pensar, para vivirse… lo tuvieran más fácil para desarrollar estrategias de supervivencia en el mundo y no por ello dejar de escucharse…