¿A qué adolescente no le llama la atención una buena historia de ciencia ficción? Por no hablar de una aventura épica de fantasía. Aunque hay un género aún más excitante para un pubescente que las editoriales no terminan de explotar: la literatura de terror. Y su mejor formato es el del relato. Pues la novela, por su extensión, suele estar condicionada a ofrecer un desenlace más o menos gentil. Mientras que el relato posee la virtud del final imprevisto y, por tanto, la tensión constante. Cierto es que la magia del cuento tradicional siempre ha estado imbuida por el mensaje aleccionador de la moraleja: ese cate en el hocico del instinto primario. Y con un final feliz para todos los públicos. Pero hay un más allá cuando hablamos de relatos de terror. En este tipo de historias se nos asoma al abismo de lo más oscuro delser, mostrándonos una realidad que nos supera; un mundo en el que los acontecimientos escapan a las leyes de lo cognoscible y donde la moral es irrelevante. Caos y azar dirigen la obra hacia un final del todo incierto. Y da igual si ese final muestra o no una consecuencia aleccionadora; la auténtica lección está en el descubrimiento de lo profundo, lo inefable, de esa naturaleza oscura que negamos por supervivencia, pero que forma parte de la propia existencia. Eso que encontramos en la narrativa gótica. Pero todavía hay un aún más allá. Pues en el terror gótico sucede lo mismo que en el romanticismo: se centra en la dimensión humana. Y ahí están sus límites. Porque si hay algo realmente terrorífico es aquello que amenaza la existencia hasta el punto de hacerla insignificante. Entramos así en el ámbito del HORROR CÓSMICO. Y cuando la mente sugestionable de un adolescente se expone a esas narraciones en las que abominables entidades acechan a través de abismos de tiempo y espacio esperando a que llegue su momento, no puede más que rendirse a la fascinación provocada por semejante perspectiva. Pero la manera idónea de que esto ocurra ha de ser, obviamente, de la mano del maestro en este arte. H. P. Lovecraft consigue turbar con cada una de sus narraciones. Y con todas a la vez, ya que pertenecen a un mismo universo, independientemente de que formen parte o no del ciclo de los Mitos. Y buena muestra de ello es el relato que supuso mi primerita vez en la literatura lovecraftiana, siendo yo precisamente un adolescente.
Se trata de Las ratas de las paredes: un relato que acabo de releer y que supone un excelente aperitivo a modo de introducción en la obra de este autor, antes de sumirse en las oscuras dimensiones del horror cósmico.
Aquel primer contacto con el señor H. P. —que tan mal llegó a hacérmelo pasar— fue a través de un pequeño volumen de Círculo de Lectores al que le tengo especial cariño. La suscripción a este club te obligaba a comprar algo cada dos meses o si no te endosaban el bestseller de turno. Así que, cuando apareció en la revista este libro junto a un recopilatorio de cuentos de terror de Maupassant, fui directo a mi madre —ya que la suscripción estaba a su nombre— a sugerirle la próxima compra, pues además había una oferta si se pedían los dos libros a la vez. Por aquel entonces había devorado ya las Narraciones extraordinarias de Poe y acababa de leer El Horla de Maupassant —principal razón de que quisiese adquirir los libros—, pero no podía ni imaginar lo que iba a suponer descubrir a Lovecraft. El libro en cuestión es una edición del propio Círculo de Lectores titulada El horror de Dunwich y otros relatos. Una edición para la que se tomaron extrañas decisiones, pues el relato que se menciona en el título es el último de los tres que componen el libro y la imagen que aparece en la portada —una rata— hace referencia al primero. Eso sí, la elección de las historias es excelente, pues la segunda es El caso de Charles Dexter Ward y las tres juntas ejemplifican ese universo al que me refería antes. El orden me parece igualmente apropiado, acercándonos progresivamente hacia los Mitos para acabar iniciándonos en ellos. También es revelador el texto extraído de la última narración y que aparece en la contraportada:
No hay que creer que el hombre es el más antiguo o el último amo de la Tierra, o que la línea común de vida y sustancia discurre sola. Los Antiguos eran, los Antiguos son y los Antiguos serán.
¡Ole! Dejemos entonces que el adolescente cautivado por esas palabras abra el libro y descubra qué le depara el primer relato. El narrador y protagonista de Las ratas de las paredes es un adinerado americano de raíces británicas, descendiente de un antiguo linaje de personajes malditos: los De la Poer. Al principio nos habla de la huida de su antepasado Walter de la Poer, undécimo barón de Exham, a Virginia, donde fundó la familia que en el siglo siguiente se llamará Delapore. Nos cuenta también cómo se perdieron los secretos que la versión 2.0 de la familia transmitía de generación en generación y mediante que designios del destino él acabó adquiriendo el Priorato de Exham. También nos cuenta acerca del duro golpe que recibió, tras el cual se centró en la reconstrucción y restauración del que fuera el hogar de sus antepasados. Hasta aquí tenemos un comienzo bastante común en los relatos de Lovecraft: un heredero o descendiente que poco o nada sabe de su legado. Ahora viene cuando se entera.
Pues es entonces, al trasladarse el protagonista a las tierras de sus antepasados, cuando empezó a descubrir las historias acerca de su familia, todavía recordadas en la zona y que seguían provocando rechazo entre sus vecinos. Es más, para la restauración del Priorato no le quedó más remedio que recurrir a trabajadores de más allá de los pueblos aledaños; nadie que supiese quienes fueron los De la Poer quiso saber nada del asunto. Se entera también de que el Priorato de Exham fue construido sobre la ubicación de un templo prehistórico en el que se celebraron extraños ritos al culto de Cibeles cuando una legión romana estableció su campamento. Y posteriormente fue el centro de una secta sajona en la que seguían celebrándose las ceremonias impías que se iban transmitiendo siglo tras siglo. Vamos, que el mal yuyu que da todo no se puede superar. O sí. Porque los gatos del narrador empezaron a comportarse de forma extraña debido a los sonidos provenientes de detrás de las paredes recién restauradas.Sonidos producidos por el corretear de innumerables ratas. Sonidos que el protagonista siguió hasta el subsótano. Y aquí me detengo. Porque lo que viene a continuación ha de leerse tal y como lo cuenta el autor.
La revelación de lo que en el subsuelo del Priorato de Exham se escondía es un ejemplo más de «que no está muerto lo que yace eternamente». También nos muestra la existencia de seres no del todo humanos. Y que las consecuencias de tomar contacto con todo ello son nefastas. Como decía al principio, se trata de un perfecto relato lovecraftiano. Pero hay algo que le otorga una dimensión mayor. Y es que me he reservado hasta ahora mencionar que mi reciente relectura ha sido con otra edición: la perteneciente a Los cuadernos Lovecraft: una colección muy especial de la editorial Minotauro que nos ofrece un relato ilustrado en cada libro. Ilustrado por la mano de Armel Gaulme, quien capta hábilmente la atmósfera de la historia y nos ofrece esas estupendas imágenes que la refuerzan. Aunque en el caso de Las ratas de las paredes consigue algo más. Pues es también habitual en Lovecraft describir con cierto detalle los hallazgos arqueológicos que aparecen en sus narraciones, algo en lo que no se detiene demasiado en esta ocasión. Y son las ilustraciones de Gaulme a este respecto las que nos ofrecen esa magnitud añadida al relato.
Así que mi recomendación de este mes va dirigida a los frikis como yo y a aquellos que no sepan qué hacer con un adolescente taciturno. Adquieran esta joyita. Y todas las demás de esta colección. Porque entretenerse con Lovecraft siempre es un placer, se tenga la edad que se tenga. Y hacerlo en el formato que nos ofrecen estos Cuadernos es todo un lujo. Y para quienes no hayan leído nada del maestro, empiecen por aquí y no paren hasta agotar la obra completa del autor. Felices pesadillas.
| Título: Los cuadernos Lovecraft Nº3. Las ratas de las paredes |
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