Comentario a LLOP, V. Javier: Etty Hillesum y la transformación. La huella de R.M. Rilke. Narcea, Madrid, 2021.
¿Cómo nace un título? A veces un título es la descripción de un hecho, una constatación. Pero importa saber todo lo demás. Y en ese sentido, es también el título de una pregunta. De una o muchas. Algo así como la sinopsis de un reto. Quién contemplaba, en qué fecha o bajo qué circunstancias. Por ejemplo una mujer joven, una judía de ascendencia rusa. Lo hacía el 1 de julio de 1942 en Amsterdam. Ella no lo sabe, por supuesto, pero solo le queda un año de vida, ya que morirá en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943. Catorce días más tarde de esa nota en su diario, entra al servicio del Consejo Judío, una institución satélite de los ocupantes nazis, y como tal de muy ambigua memoria, pero que ella, durante su trabajo en el campo de internamiento de Westerbork, deconstruyó con su acompañamiento espiritual a los futuros deportados, intentando llevar algo de luz a la más oscura de las noches de angustia, en aquella antesala del infierno. También sabemos que coincidió durante cuatro días, en ese pudridero infame, con judíos católicos religiosos, porque ella misma recuerda la impresión que le produjo ver a algunas mujeres, con la estrella amarilla sobre el hábito de monja, a punto de tomar el tren del este: son la antigua discípula de Husserl Edith Stein, ahora la carmelita Sor Benedicta de la Cruz y su hermana Rosa, quienes morirían hacia el 9 agosto del mismo año de la nota en la Estación Término más espantosa de la historia. No tenemos constancia de que Hillesum supiera de la existencia de la niña Anne Frank, puesto que esta última es detenida y deportada en 1944. Anne, la pequeña judía holandesa que será un icono contra la barbarie antisemita, es también el epítome del género adolescente del diario, siendo la protagonista de nuestras páginas una portentosa diarista, en parte debido al influjo de su amante Julius Spier, todo un personaje en sí mismo. Una especie de seductor, de brujo, de terapeuta e iniciador místico.
Que Etty Hillesum solo haya llegado a nosotros a través de sus cartas y diarios, nos plantea no pocos dilemas hermenéuticos. Incluso la torna literalmente incomprensible, si nos tomamos al pie de la letra las mismas conclusiones de Vicente Llop: «Etty ha sabido exponer su existencia en condiciones tales que su vida desnuda se ha fundido en el fondo misterioso donde todo es y donde solo cabe el agradecimiento. No ha puesto distancia ante la vida, como hace el artista, ni la ha denostado, como los ascetas; lo exterior y lo interior está unidos en una continuidad que no acepta exclusiones: es el barco que, sea cual sea el tiempo que haga y el lugar al que se dirija, lleva siempre en sí la valiosa carga.»[1]LLOP, V. Javier: Etty Hillesum y la transformación. La huella de R.M. Rilke. Narcea, Madrid, 2021, p. 132. Esta referencia a la nuda vida, que es tal vez la más indescifrable, es la que, de alguna manera, obliga al autor a tomar sus propias decisiones interpretativas, y que hacen de esta monografía una interesante excepción. Resumiendo bruscamente, con la brusquedad de cualquier resumen, Llop se toma en serio a Hillesum como lectora. Lo hace, desde luego, cuando afirma, «nos parece esencial que no haya en su camino un a priori religioso.» (p. 10). Y sin embargo, o tal vez por ello mismo, todo lo que escribe se mueve en el campo de la conversión, incumbe a la experiencia de Dios, sea lo que sea que esto signifique. Así como Anne Frank escribe el diario de un cambio, Etty Hillesum escribe el diario como cambio, la escritura, la persecución de la forma, son para ella el cambio mismo. ¿Cómo podríamos reconstruir el magma de una vida como la de Hillesum, sometida a mil solicitaciones personales e históricas, en medio de ese tiempo quebrado del genocidio nazi? La opción de Llop es la literaria para ponerse al resguardo de la hagiografía, de las vidas de santos. Pero la paradoja es que, cuanto más se protege uno de lo hagiográfico, por ejemplo a través de la prospección literaria, más nos sorprende el testimonio espiritual de la joven que contempla un jazminero. Y esa paradoja, la de la escritura y la de la epifanía, es la que recoge Antonella Fimiani en Donna della parola, otro ensayo esclarecedor, y que confirma que no hay nada insignificante en nuestro título, en la escena misma y por lo que condensa: «¿Qué hace una flor tan bella en medio del dolor y de la muerte? ¿Puede la belleza continuar creciendo pese a todo? La pureza de la flor, que el reenvío simbólico a la joven esposa evidencia, se hace metáfora de la maravilla de continuar amando la vida y creyendo en Dios a pesar de «Polonia», de ·los piojos», de la muerte gris que lo circunda todo. Símbolo del amor divino, el jazmín blanco es la imagen de lo inaudito de creer y amar. (…) El contraste del blanco virginal del jazmín- esposa con el gris color de lodo de suburbio-Polonia es la cristalización de la paradoja de la existencia. De la común presencia de belleza y desventura.»[2]FIMIANI, Antonella: Donna della parola. Etty Hillesum e la scrittura che dà origine al mondo. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2017, pp. 108-109.
Así que la imagen, que el hecho sobre el que el título de nuestro ensayo hace imagen, está ya connotada, por más que dicha connotación exija toda suerte de cautelas, como las que propone Klaas A.D. Smelik, hijo del depositario de los diarios de Hillesum, antiguo amante de la autora y simpatizante trotskista por aquel entonces. En efecto, sabemos que Spier enseñó a Hillesum a decir el nombre de Dios sin vergüenza, lo que no es pequeña cosa, dada su doble condición de judía y de agnóstica. Pero Smelik nos advierte de que «Dios» en las palabras de la autora resulta una palabra de naturaleza cuando menos ambigua, ya que es a la vez interior y exterior, inmanente y trascendente. Es la parte más íntima (con Agustín) y el fondo que debe ser desenterrado, es Creador (como en el Génesis bíblico) y a la vez menesteroso, necesitado de nosotros mismos.[3]SMELIK, Klaas A.D.: Il concetto di Dio in Etty Hillesum. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2014.
Esa idea del Dios necesitado, al que hemos de ayudar, no surge de una intuición milagrosa; es el producto de una tradición.
Sabemos, y en ello el libro de Llop hace un impagable servicio de comprensión, que este Dios menesteroso tiene un doble origen en la lectura, llevada a cabo por Hillesum, de Rilke y de Meister Eckhart, aunque como veremos, el influjo de ambos no se limita a esta perspectiva teológica. Así lo encontramos por ejemplo en el sermón de Eckhart In hoc apparauit caritas dei in nobis: «En el fondo de Dios es mi fondo y mi fondo es el fondo de Dios. Aquí vivo de lo mío, como Dios vive de lo suyo.»[4]MAESTRO ECKHART: El fruto de la nada. Siruela, Madrid, 1998, p. 49 Esto es coherente con la bella intuición de Etty Hillesum de que Dios está sepultado dentro de nosotros y hemos de desenterrarlo. Como señala Alois Maria Haas en su magnífica monografía sobre Eckhart, su mística «consiste en definitiva en este retro-nacimiento del Hijo hacia el Padre que se produce en el ser humano.»[5]HAAS, Alois Maria: Maestro Eckhart. Figura normativa para la vida espiritual. Herder, Barcelona, 2002, p. 95. Desde luego que Llop transmite la noticia de Etty como lectora del místico, pero sobre todo a propósito de la Gelassenheit, que es un sereno dejarse ir sin un porqué (ohne ein Warum). (p. 84). Y, de hecho, ella lleva a su padre internado en Westerbork los escritos de Eckhart, quien muestra una schone gelantenheid, que es el término holandés, y con su ironía el viejo erudito hebreo la saludará como a una pequeña beguina melosa, esas místicas seglares tan célebres en Países Bajos y Bélgica. Nosotros preferimos traducir Gelassenheit por el dexamiento de los alumbrados castellanos, incluso a la hora de revisar el eco de ese término en Martin Heidegger, y siendo fieles al origen místico de la palabra del que el propio Heidegger es bastante consciente. Mein Grund ist Gottes Grund, esa es la extremidad o abismo (Abgrund) en la que se sitúa Heidegger cuando se acerca a un fundamento (Grund) infundado (Ungrund), que resuena también en el sin porqué de la Rosa de Angelus Silesius.
La clave la hallamos en el libro de Ria van den Brandt, dedicado a un finísimo estudio de la influencia triple de Spier, Henny Tideman y Eckhart en el acercamiento de Hillesum a la espiritualidad cristiana, ya que «fue atraída tanto por los consejos existenciales místico románticos de Rilke como por los sabios aforismos eckharianos del Breviarium o por las concepciones del sufrimiento y del cristianismo primitivo típicos de la literatura rusa. En este sentido no es exagerado afirmar que la interpretación de las lecturas por parte de Etty Hillesum se adhiere a una tradición neorromántica en la que personajes como Rilke, Eckhart o los autores rusos eran considerados los portadores de un nuevo idealismo religioso».[6]VAN DEN BRANDT, Ria: Etty Hillesum. Amicizia ammirazione mistica. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2010, p. 120. En una dirección similar nos conduce Ernst Benz cuando explica la importancia del Eckhart para la constitución de una filosofía idealista en Alemania, pues «en esta tentativa audaz y paradójica de Eckhart de dar una explicación intelectual de su experiencia mística, los atributos tradicionales de Dios se transforman en atributos del yo deificado o más que deificado, puesto que devenido idéntico al Hijo único de Dios nacido en el alma. El místico que participa del mundo inteligible y de sus fuerzas creadoras se descubre como principio creador, y esto entendido incluso en el sentido del creador de su propio yo, en el centro del universo.»[7]BENZ, Ernst: Mística y Romanticismo. Las fuentes místicas del Romanticismo alemán. Siruela, Madrid, 2016, p. 38. Ahora bien, añadiríamos nosotros, ese idealismo heroico vendría matizado por la insurgencia neorromántica del amor, como el territorio mismo de ese reencuentro del Espíritu con su creación escindida, a la manera por ejemplo de un Schelling, aunque para Hillesum, y en medio de la máxima barbarie histórica, esto se traduzca en un amor fati, en un decir sí a lo destinado que nos resulta a veces casi insoportable.
Mucho más antiguo y multiforme es el influjo de Rilke, al que ella misma dice estar siempre volviendo, y es al que Llop dedica también más atención. Yo diría que Etty Hillesum aprende a hablar con un Tú divino a través de la sencillez sobrecogedora de El libro de horas de Rilke: «¿Qué harás, oh Dios, cuando yo muera? / Yo soy tu jarro (¿y si me quiebro?)»[8]RILKE, Rainer Maria: El libro de horas. Lumen, Barcelona, 1989, p. 59., libro que tan afín le resulta por todo lo que debe a la estancia rusa del poeta con Lou- Andreas von Salome. Porque hay algo de esa humildad inspirada, propia del alma rusa, que nuestra protagonista codicia, aunque hasta los últimos años la ha sufrido sobre todo como una carnalidad desbordante, necesitada de posesión inmediata. Ahora bien, si en algo ha sido poderoso el efecto de la lectura de Rilke se debe sobre todo a las Elegías del Duino, no ya por la impostación espiritual, sino porque supone un profundo desmontaje de lo interior y de lo exterior, pues allí halla el Weltinneraum, el espacio interior del mundo (p. 97), y solo ese nicho, que es literario y textual, es el que permite la transformación de Hillesum como escritora, pero también como persona que intenta afrontar la belleza como un reto en medio de la fealdad del mal. Sylvie Germain, en su muy hermoso libro dedicado a ella, me suministró la pista sobre esa transformación: «No entiendo nada del jazminero, y por lo demás tampoco lo necesito», se dice delante de la planta que se contenta con contemplar, sin probar en este punto el febril deseo de posesión y de asimilación que antes la atenazaba. De aquella sensualidad que le provocaba tantos «dolores de corazón», de aquella avidez por comprenderlo todo, por absorberlo y retraducirlo en escritos extravagantes, se ha liberado ahora.»[9]GERMAIN, Sylvie: Etty Hillesum una coscienza ispirata. Edizioni Lavoro, Roma, 2000, p. 69. Germain también nos pone sobre la pista de otro abordaje posible y honesto de la autora, lo que llamaríamos el registro poético en general, y a partir del cual Lucrezia Lerro construye una ensayo, un relato, una novela lírica: «Se acordaba del segundo movimiento de la Séptima sinfonía de Beethoven, la tarareaba con las manos en los bolsillos. La música era para ella lo más cerca que se podía estar de Dios. El silencio, las notas, la luz y la sombra. La música era para Etty el aura divina, la pluma sobre el folio, la tinta, la oración nocturna. La música era silencio, era la posibilidad de enamorarse del silencio.»[10]LERRO, Lucrezia: Il contagio dell’amore. Etty Hillesum e Julius Spier. San Paolo, Milano, 2016, p. 33.
La otra vía de acceso, mucho más accidentada pero cada vez más frecuente, es la hagiográfica. Beatrice Jacopini y Sabina Moser, en esa suerte de vidas paralelas que han escrito sobre Etty y Simone Weil, hablan de «una santità nuova»[11]JACOPINI, Beatrice – MOSER, Sabina: Uno sguardo nuovo. Il problema del male in Etty Hillesum e Simone Weil. San Paolo, Milano, 2009, p. 220., aunque nosotros no hemos encontrado demasiada novedad en sus páginas, y sí muchos ideas preconcebidas y lugares comunes sobre ambas, cuando lo más útil sería enfatizar las distancias, aquello que es original o se resiste a la asimilación indiscriminada. En este sentido me parece ejemplar la ya clásica monografía de Paul Lebeau, que no osa cristianizar sin matices a Hillesum: «En consecuencia, es natural que sus numerosos lectores cristianos -católicos, ortodoxos o protestantes- se sientan interpelados y confortados en su fe y en su relación con Dios por la experiencia de Etty y por la autenticidad del testimonio que ella nos transmite en sus escritos, en su vida y en su muerte. El que dicho testimonio no pueda ser reivindicado por ninguna familia confesional no afecta a su autenticidad ni a su actualidad en el contexto pluralista que presenta hoy nuestra cultura europea.»[12]LEBEAU, Paul: Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941- Auschwitz 1943. Sal Terrae, Maliaño, 2000, p. 211.
La escena del jazminero es la encrucijada de una transformación en la que tuvo un papel importantísimo Julius Spier, quien probablemente era su daimon en el sentido clásico del término, o su ángel si se entiende mejor así. Y de hecho los combates desnudos de ella con Spier nos recuerdan en mucho la lucha nocturna de Jacob, y en muchos sentidos, también por la importancia del Nombre, de decir quién es el verdadero contendiente, que tal vez no sea Spier, ni un ángel ni un demonio tampoco. El lema del maestro junguiano, grabado encima de su casa de Küssnacht (Suiza), era Vocatus atque non vocatus Deus aderit. Tanto si es llamado como si no, Dios estará presente. El amor de Spier transformó a Hillesum, sí, Incluso transformó el propio amor anterior espiritualizándolo. Pensándolo pero con el corazón, como él mismo le enseñó. Y si por nuestra parte devolvemos a esta autora a las condiciones de su productividad textual, creo que habremos liberado además la perfecta nobleza de su testimonio.
Título: Etty Hillesum y la transformación: La huella de R. M. Rilke |
---|
|
Referencias
↑1 | LLOP, V. Javier: Etty Hillesum y la transformación. La huella de R.M. Rilke. Narcea, Madrid, 2021, p. 132. |
---|---|
↑2 | FIMIANI, Antonella: Donna della parola. Etty Hillesum e la scrittura che dà origine al mondo. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2017, pp. 108-109. |
↑3 | SMELIK, Klaas A.D.: Il concetto di Dio in Etty Hillesum. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2014. |
↑4 | MAESTRO ECKHART: El fruto de la nada. Siruela, Madrid, 1998, p. 49 |
↑5 | HAAS, Alois Maria: Maestro Eckhart. Figura normativa para la vida espiritual. Herder, Barcelona, 2002, p. 95. |
↑6 | VAN DEN BRANDT, Ria: Etty Hillesum. Amicizia ammirazione mistica. Apeiron, Località Pantano Sant’ Oreste, 2010, p. 120. |
↑7 | BENZ, Ernst: Mística y Romanticismo. Las fuentes místicas del Romanticismo alemán. Siruela, Madrid, 2016, p. 38. |
↑8 | RILKE, Rainer Maria: El libro de horas. Lumen, Barcelona, 1989, p. 59. |
↑9 | GERMAIN, Sylvie: Etty Hillesum una coscienza ispirata. Edizioni Lavoro, Roma, 2000, p. 69. |
↑10 | LERRO, Lucrezia: Il contagio dell’amore. Etty Hillesum e Julius Spier. San Paolo, Milano, 2016, p. 33. |
↑11 | JACOPINI, Beatrice – MOSER, Sabina: Uno sguardo nuovo. Il problema del male in Etty Hillesum e Simone Weil. San Paolo, Milano, 2009, p. 220. |
↑12 | LEBEAU, Paul: Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941- Auschwitz 1943. Sal Terrae, Maliaño, 2000, p. 211. |