Las empresas españolas, con naturaleza de sociedades mercantiles, eran en 2014, 1.231.000, aproximadamente. Pues bien, desde enero de 1995 se han constituido en España 2.152.416 sociedades mercantiles. Hemos de suponer que muchas de nuestras sociedades son anteriores a 1995, pero si tenemos en cuenta que las estadísticas nos dicen que las empresas españolas con 20 o más años de antigüedad son el 14,3% de las mismas, hemos de suponer que una gran parte de la concentración de las empresas que actualmente actúan en la economía española se fundaron en estos últimos 20 años. Y ello resulta en mi opinión, cuando menos, preocupante, pues demuestra bases poco sólidas en la creación de empresas. Los últimos datos disponibles (2012) nos informan que después de 5 años el grado de supervivencia de empresas es el siguiente,
Además de que es una tasa reducida, va disminuyendo con el paso de los años, ¿cuál es la causa de ello? Resulta complejo contestar a esta pregunta, pues no disponemos de estadísticas fiables sobre las causas o motivos reales de la desaparición de las empresas. Mi opinión es que ello obedece a un mal planteamiento de las actividades abordadas y a la precipitación en las decisiones. Observemos que estamos hablando, casualmente, de sociedades creadas en los años inmediatamente anteriores al comienzo de la actual crisis, lo que lleva a pensar que el rigor en su puesta en marcha se fue reduciendo con el tiempo dado el nivel general de euforia que se vivía en momentos en los que parecía que todo pudiera ser posible.
Pero no quería quedarme en este nivel y, a pesar de la insuficiencia de datos, quise ver si esto que llamo, crisis empresarial, responde a la obsolescencia de las organizaciones. Entiendo por crisis empresarial la falta de adaptación de las mismas a los tiempos, lo que significa la no incorporación de las nuevas tecnologías que van apareciendo en el mercado, la no utilización de los nuevos mecanismos de comunicación, la desconexión con el entorno real y con los clientes, la falta de una apuesta decidida por el futuro mediante la formación del personal empleado, en definitiva, la desubicación competitiva. Algo parecido a lo que le ocurre a nuestro entramado jurídico, político y administrativo. Buenos productos, en su momento, que han devenido en obsoletos con el paso de los años por no haber sabido adaptarlos a los tiempos e incorporar aquellas exigencias que venían reclamando los agentes sociales. Y para ello quise ver a quién afectaban más los procesos concursales.
Desde 2004 hablamos de concurso de acreedores, en vez de suspensiones de pagos, y podemos definirlo como la declaración que realiza un deudor, voluntaria, o le exigen hacer, necesaria, para reconocer que sus deudas no pueden ser atendidas convenientemente y según los compromisos previamente adquiridos. Los procesos concursales, controlados judicialmente, suelen devenir en aplazamiento del pago de la deuda vencida, en una quita de una parte de la misma, en una combinación de las anteriores o en una liquidación de activos, para pagar deudas vencidas, y consecuente reducción de la actividad del concursado. Es de suponer que las empresas con más antigüedad deben estar mejor pertrechadas para superar situaciones de falta de liquidez, que son las que motivan la entrada en concurso, pues han debido generar mayores reservas con el paso de los años, parten de una posición más ventajosa en el mercado y concitan una mayor confianza en las entidades financieras. Pero la realidad no es esa. En la siguiente tabla podéis ver la proporción de sociedades concursadas desde 2012 a 2014 (datos disponibles) según la antigüedad de las mismas,
La disparidad en los tramos de antigüedad supone un problema para evaluar la información, a pesar de ello sorprende que el dato más destacado es que el grupo de antigüedad con más sociedades concursadas es el de 20 o más años, seguido del de aquellas que se constituyeron entre 2004 y 2008, que va disminuyendo con el paso del tiempo, sin olvidar a aquellas constituidas en los albores del siglo. Ello nos da a entender que tenemos un problema grave con las empresas constituidas en los años anteriores al inicio de la crisis financiera (2000 al 2008) y un problema de obsolescencia empresarial, por las sociedades de más antigüedad, sin olvidar a las sociedades constituidas en la época inmediatamente posterior a la anterior crisis económica, la de 1991-1992.
La crisis empresarial afecta de manera más significativa a las sociedades más antiguas, que demuestran una falta de adaptación a la realidad económica, y a aquellas sociedades constituidas de manera acelerada, en tiempos de teórica bonanza, y que no han sabido resistir ante la llegada de dificultades. Si a ello añadimos el minifundio en que se mueve la realidad empresarial española, podemos concluir que no nos espera un futuro halagüeño, salvo que se lleven a cabo procesos de adaptación y concentración en las empresas de tamaño medio y pequeño. Pero para ello el empresariado debe actualizar su mentalidad y sus formas de actuar, ¿está dispuesto a ello?
salud a tod@s
Buen artículo Pedro!
Estoy de acuerdo contigo, en tus conclusiones sobre la la desubicación competitiva y lo que comentas en el último párrafo. Además del empresariado, colectivo que no sé cuan dispuesto a cambiar, ¿crees que el estado puede hacer algo más en la faceta formativa para mejorar esta situación?
Hola Juan:
Gracias por el comentario. Sí se pueden hacer cosas por reducir el drama de agotamiento «imaginativo y la transición generacional y también para aumentar la dimensión. Pero, cómo en tantas cosas, hace falta pactar una política básica,