Lo que estoy tratando de bosquejar está en presencia de lo que quisiera nombrar como silencio vertiginoso y por eso espero que mis propias palabras se inclinen del lado correcto. Dicho de otro modo, pensar otra manera de pesar, o sea, el pienso del silencio, su peso. Si hay algo que me preocupa es tener que mostrar cómo puede pesar el silencio en alguien como Cioran, que escribió, sin cesar, hasta el último de sus días, que no guardó silencio. Por eso es siempre ventajoso leer al viejo ironista, aunque lo hagamos como tal, y nunca como un filósofo (¡sólo esa mención le horrorizaría!) en quien debiéramos confiar. Incluso para quienes los textos de Cioran han tenido en cierto momento una gran familiaridad, el silencio ha pasado (¿ha pesado?), no pocas veces, inadvertido. Si abrimos su Breviario pasional[1]Esta es, en realidad, la segunda parte, inédita, del Breviario, donada por su esposa Simone Boué.–que acaba de publicarse en España y supone la última de sus obras escrita en rumano-, veremos que, para hacernos creer en la incidencia del peso del silencio, Cioran ingenia un anhelo de dicho silencio para que pueda sentirse –oírse- cuál es su más puro y simple peso. He aquí el doble apólogo: quiere mostrarnos la preeminencia posible del silencio como tal, hacia y contra todo, es decir un todo concebido como lo vitalmente deseable. No es que uno se deje llevar por el silencio sino, quizá, por el momento en que uno sabe que la felicidad es entrar en la escucha de ese silencio: no de qué es, sino tal vez para qué. Esta idea pura, sin palabras, ¿cómo podría expresarla aquí? ¿Cómo usar una palabra para decir el silencio?
Si sé que esa palabra será siempre imperfecta, pues sólo vela por un momento la visión de lo que es, sin otra cosa, silencio. Hay personas que han visto ese silencio, aunque sea de forma fugaz, y sabemos que ven lo mismo que nosotros, pero nuestro vocabulario está demasiado lejos… y ellos, por el contrario, se acercan. Cioran me parece, a este respecto, sorprendentemente claro. Cada uno tiene su propio vocabulario, su propia memoria de imágenes de palabras: «Me he dirigido a los objetos del silencio para olvidar el peligro de la respiración, despierto por mi naturaleza»[2]CIORAN, Emil. 2022. Breviario pasional. 70 fragmentos inéditos. Madrid: Hermida Editores, p. 88 (en adelante, todas las citas serán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis, aunque he variado, en ocasiones, la traducción). Prestemos atención a este elogio del silencio. Es cierto que cuanto más se lee y se intenta comprender el mensaje último de Cioran, uno puede pensar que él habría preferido la no expresión, pero que la palabra le dominó. En su permanente búsqueda del silencio, Cioran no fue sino un hablador insaciable. Por aquí tendremos que empezar. Entonces, si este silencio se nos ofrece como esencial –en última instancia, en el último paso (no) más allá, teóricamente satisfactorio, constituyendo un momento instantáneo-, cuando sucede, conviene, a pesar de todo, que recordemos que este silencio también existe. No porque esa cuestión esté ya en el tropel de la necesidad, sino, tal vez, porque la necesidad del silencio todavía no es el sujeto de esta cuestión.
Seguramente, para explicar todo esto, hace falta que nos imaginemos los primeros tiempos en los que Cioran ha encontrado esta experiencia. Es necesario que nos lo imaginemos en su carácter de sorprendente novedad –no diría de intuición, sino más bien de adivinación de algo que ya se representa en una experiencia humana, aquella de Cioran- como algo que se presenta en forma de aprehensión de algo que está más allá del inconveniente de haber nacido. Ahora que, en nuestros tiempos, la estructura teórica de Cioran está constituida, desarrollada ampliamente, podemos representarnos, mejor o peor, o un poco peor quizá, o sólo algo peor, la imagen mental de un escritor que reclama ese silencio vertiginoso. En esta ocasión, el silencio, como en todo proceso de pensamiento, tiene un valor incalculable. Así es que, aunque no esté esclarecido del todo, sirvámonos de él. Es necesario sentir que hay algo allí por lo cual este término puede dejarnos, hasta cierto punto, insatisfechos. A pesar de que, después de todo, lo que intento esbozar es precisamente aquello que nos ocupa a todos: el silencio. No quiero dejarme llevar por una exaltación desenfrenada de Cioran. ¡Qué teatral resultaría! ¡Qué errado sería creer que el gran aforista satírico que es Cioran resulta más especial que otros en este sentido!
Silencio, habla terminal. Todas las épocas han creído arribar al máximo punto de perspicacia de la confrontación con esto que está más allá del mundo. Quienes aman, amamos el silencio, sabemos que el ruido del mundo nos surte de la sombra agitada de cierto artefacto increíble, un finis mundi que termina siendo manipulado frente al mirar nuestro. Pero no debemos creer que esto vaya a ocurrir ya mañana, por ejemplo, pues incluso en los lejanos tiempos en los que Cioran era joven se podía pensar, sin tanta precisión, sin tanta técnica, que el fin del mundo se aproximaba. Así pues, el silencio es un arma que se precipita sobre todos. Todos los días se agita frente a nosotros y, sin embargo, también es preciso decir que, de producirse oportunamente este momento, el silencio adquiriría su pleno valor en tanto que silencio: no es sólo algo negativo, sino que vale como eso que está más allá de la palabra. Él mismo lo ha escrito en sus Cuadernos: «Cinco de la mañana. Silencio extraordinario, que me da una sensación de seguridad, o más aún, de soberanía»[3]CIORAN, Emil. 1997. Cahiers. Paris: Gallimard, p. 860. En la obra de Cioran, a la que pone broche de oro póstumo –por el momento- este Breviario pasional, siempre existe un lugar donde es perentorio que las palabras se detengan, quizá para que en ese mismo lugar subsistan, como si fuese aquella habitación en la que el tetrapléjico Bousquet traduce el silencio a medianoche[4]BOUSQUET, Joë. 2020. Traduit du silence. Paris: Gallimard, p. 167. ¿Debería yo mismo guardar silencio ahora? ¿Sería un acto de exageración creer que no habría, en los segundos subsiguientes, algún eco, herido todo, de palabras?
Vayamos más lejos. En sus ensayos, Cioran denuncia constantemente la idolatría del lenguaje en nombre de la lucidez. Este moralista irredento llevó la lengua francesa a un punto muy alto de perfección y comparó el culto al estilo con una superstición. El ejercicio de la lucidez, en efecto, tiene el efecto de vaciar la palabra de su sustancia, de perforar su nulidad. El poeta, verdadero idólatra de la palabra, la extrae de la nada para convertirla en absoluto: «inventar –poéticamente- es ser un cómplice y un ferviente del Verbo, un falso nihilista: toda demiurgia verbal tiene lugar a expensas de la lucidez», escribe en La tentación de existir[5]CIORAN, Emil. 1995. «La tentación de existir», en Œuvres. Paris: Gallimard, p. 944. El nihilista, en cambio, no puede alcanzar la demiurgia verbal porque la palabra representa, para él, el símbolo de la nada. Es un nihilista quien se expresa, también, en este pasaje de Breviario de podredumbre, a sabiendas de que existe «algo sucio, gastado, derrotado, y que estimula y desconcierta la rabia, una cumbre de exasperación y un artículo de uso constante: es la palabra, cualquier palabra, y, de forma más concreta, esa que uno utiliza. Digo: árbol, casa, yo, magnífico, estúpido; podría decir cualquier cosa; y sueño con un asesino de todos los nombres y todos los adjetivos»[6]«Breviario de podredumbre», Œuvres., p. 718.
Las palabras nos unen a las cosas. Para Cioran, son ficciones pueriles e indecentes, y su propia expresión es una manifestación de nuestra contaminación inicial, la negación misma del Paraíso. La tentación del silencio deriva de la nostalgia del Paraíso perdido, equiparado con el Vacío y la Nada, estando para él la plenitud en la dirección del mayor de los vacíos: «De todas formas, no podrán comprender nuestro deseo de escapar al cansancio del yo, de detenernos en el umbral de la conciencia y de no penetrar jamás, de agazaparnos en lo más profundo del silencio primordial, en la beatitud inarticulada, en el dulce estupor en que yacía la creación antes del escándalo del verbo»[7]«La caída en el tiempo», Œuvres., p. 1117. Así lo ha escrito. O, una vez más, «morimos en proporción a las palabras que arrojamos en torno a nosotros […] La vida no es sino esta impaciencia de decaer, de mancillar las soledades virginales del alma mediante el diálogo, la negación inmemorial y cotidiana del Paraíso»[8]«Breviario de podredumbre», Œuvres., p. 594.
El sabio no puede alcanzar la liberación si su percepción de la irrealidad economiza palabras: «Quien toca fondo en ellas, aunque sea como culminación de todas las sabidurías, permanece en la servidumbre y la ignorancia»[9]«La tentación de existir», Œuvres., p. 937. Son las palabras las que nos siguen atando al mundo, a las cosas. Si el escritor elogia al fracasado, como en verdad lo hace, es porque para él representa el tipo del individuo no realizado. La esterilidad es para él un signo de despertar, de madurez, de lucidez, y percibe mejor que nadie la indigencia, la miseria de las palabras. Escribir es creer en la realidad de las ellas, entregarse a su ilusión. Consternado por la inanidad de todo lo que hacemos, el fracaso de Cioran se distancia a propósito de todo. Las verdades de las que se sirve son perjudiciales para el acto de escribir. La lucidez le condena a la esterilidad, al silencio: «Si hubiera escrito libros, si hubiera tenido la desgracia de realizarse, no estaríamos hablando de él desde hace una hora. La ventaja de ser alguien es más rara que la de producir. Producir es fácil; lo difícil es no querer hacer uso de las propias dotes»[10]«Del inconveniente de haber nacido», Œuvres., p. 1309.
El escéptico, tal como lo representa Cioran, se aleja de la palabra con horror. La lucidez que cultiva arruina cualquier complicidad con la palabra. Sin embargo, Valéry, que vivía, según Cioran, con la obsesión de no dejarse engañar, se sacrificó a la superstición del estilo porque equiparaba el lenguaje a la realidad absoluta. Su percepción de la irrealidad lo abarcaba todo excepto el universo del lenguaje, que preservaba de los estragos de la lucidez. He aquí un pasaje del ensayo que escribió sobre el célebre poeta y ensayista, autor de El cementerio marino, y que tanta influencia tuvo sobre él: «Un desengaño completo habría suprimido en él no sólo al hombre de pensamiento, como a veces se llamaba a sí mismo, sino, pérdida más grave, al malabarista, al histrión del vocablo. Por fortuna, no alcanzó nunca la clarividencia imperturbable con la que soñaba; de lo contrario, su silencio se hubiera prolongado hasta su muerte»[11]«Ejercicios de admiración», Œuvres., p. 1567. Ese silencio insoportable, en palabras de Cioran, lo es también para el escéptico, para el sabio inacabado con el que él se identifica, sometido a unos instintos que resurgen durante las pausas de lucidez: «¿Le diré el fondo de mi pensamiento? Toda palabra es una palabra de más. Se trata, sin embargo, de escribir: pues escribamos, engañémonos los unos a los otros»[12]«La tentación de existir», Œuvres., p. 882.
En sus entrevistas, el escritor ha insistido a menudo en las virtudes salvadoras de la escritura, que a menudo le ha alejado de la tentación del suicidio. Quizá porque «cuanto más le daña a uno el tiempo, más se quiere huir de él. Escribir una página sin defecto, una frase solamente, le eleva a uno por encima del devenir y de sus corrupciones. Se trasciende la muerte por la búsqueda de lo indestructible a través de la palabra, a través del símbolo mismo de la caducidad»[13]«Del inconveniente de haber nacido», Œuvres., p. 1291. Es evidente que la idolatría del lenguaje también se manifiesta en la búsqueda de la perfección estilística. Luchar por esta perfección es la característica de quienes se consumen por la idea de la precariedad de las cosas y de la muerte: «Palabras y más palabras. He aquí la filosofía entera. Y la cultura misma no es otra cosa. Bajo ellas se agita lo real […] Es muy posible que el hombre inventara la palabra para cubrirlo, para no mirarlo de frente, para crearse una intimidad soportable en el universo de los vocablos […] La cultura es la más grandiosa e ineficaz tentativa de evasión que se haya concebido nunca […] en la medida en que embauca al ojo del conocimiento, al que aluden los orientales. Una vez abierto, el edificio de los valores se tambalea –y el hombre queda sin palabra ante una indecible realidad» (73-74).
¡Qué claridad! Por supuesto que un gravosísimo silencio recorre toda la obra de Cioran, ese silencio que, como la soledad, nos conecta con lo más profundo de nosotros mismos y nos devuelve a lo esencial: «Lo único profundo y extraordinario que el hombre ha descubierto es el silencio y es lo único a lo que puede aferrarse», escribe en sus Cuadernos[14]Cioran, Cahiers…, Op. Cit., p. 808. O también, por ejemplo, «siempre que pienso en lo esencial, creo vislumbrarlo en el silencio […] nunca en el habla»[15]Ibíd., p. 955. Esta obsesión por el silencio tiene, por supuesto, su propia traducción literaria. Legitima y justifica su rechazo de la verborrea, de lo denso, de todo lo superfluo en una página, en una frase. Su predilección por el fragmento y el aforismo procede ante todo de su aversión a todas las formas que fomentan la inflación verbal. Ya hemos escrito antes que el pensamiento fragmentario es, para Cioran, «más que un modo de escritura […] una segunda piel, un modo de expresión natural, una parte de su ser»[16]ARANA, Daniel. 2022. Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos. León: Servicio de Publicaciones, Universidad de León; Valladolid: Ediciones Universidades de Valladolid, p. 198.
Pero hay que tener en cuenta otros factores. Su pasión por la escritura casi microscópica se debe al cansancio, a una sequedad interior que resulta fatal para la inspiración. El aburrimiento también puede ser la causa de su sometimiento a una forma de escritura caracterizada por la incompletitud y la discontinuidad. Deseoso de ceñirse a una palabra esencial, descarta todas las que surgen de un impulso irreflexivo, abraza las que nos acercan a Dios. Cita al ortodoxo Serafín de Sarov –el silencio acerca al hombre a Dios y lo asemeja a los ángeles de la tierra- y añade que «el santo tiene razón al decir que el silencio nos acerca a Dios. Es cuando todo en nosotros calla cuando somos capaces de percibirle a Él […] llena nuestro silencio»[17]Cioran, Cahiers…, Op. Cit., p. 849. En el fragmento, y en esto estaban de acuerdo Cioran y Jabès, como nos ha recordado Mario Martini[18]MARTINI, Mario. 1989. «Il valore del silenzio in Émile Cioran e in Edmond Jabès», en BALDINI, Massimo, Silvano ZUCAL (eds.). Le forme del silenzio e della parola. Brescia: Morcelliana, pp. 295-318, la palabra es Dios y también su silencio. Progresar en el laconismo, sobresalir en el arte de la concisión, es acercarse hasta Dios mismo, en el más puro ejercicio de modestia posible, pues nos sabemos caídos. Claude Mauriac ha escrito unas palabras bellísimas a este respecto, que reflejan con precisión la relación que Cioran encontraba entre la escritura y la caída. Estamos condenados al lenguaje, del mismo modo que lo estamos a existir en el tiempo, incapaces por tanto de perpetuar el silencio, la medida paliativa que es la escritura –mínima, en su caso- es también un signo de nuestra caída ulterior: «Cioran no se perdona el hecho de continuar escribiendo. Sólo el silencio es grande. Él pertenece a la raza de aquellos que, aun a sabiendas, no pueden renunciar a la palabra, a la escrita sobre todo. Cioran el desesperado es un hombre de letras. Consciente de la contradicción»[19]MAURIAC, Claude. 1972. La Aliteratura contemporánea. Madrid: Guadarrama, pp. 175-176.
Este es un escritor que se preparó, pese a todo, para el silencio.
La evolución de su obra así lo atestigua: «Y, cuando hablamos, ¿no intentamos cubrir con palabras la voz vagamente perceptible en el silencio?» (51). No fue la enfermedad lo que le obligó a dejar la pluma, pues algunos años antes ya había decidido dejar de escribir. Tenía demasiado pavor a la palabra y se sabía víctima de una especie de desgaste, de cansancio. No cabe duda, empero, de que la verdad de Cioran residía en ese silencio, única realidad, forma de expresión cuyo significado metafísico percibió con poco más de veinte años: «Llegar a apreciar sólo el silencio es darse cuenta de la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. Entre los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos. La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio»[20]«En las cimas de la desesperación», Œuvres, Op. Cit., p. 100.
Todo esto lo sabemos, entonces. Deberíamos seguir, pues, esta orientación si queremos leer y comprender –o acaso empezar a hacerlo- a Cioran. Tenemos esta dirección, reconocemos el lugar. Puede que el símbolo de la flecha que reza silencio sea suficiente para ayudarnos a distinguir el camino. Es inscribible y por eso orientarse significará, hic et nunc, no desarrollar jamás las enseñanzas de Cioran como dogma. Es más, no creo que esto sea, siquiera, posible. Sólo puede tenderse a ellas como una orientación, como un camino que, pese al nihilismo del rumano, no desemboca finalmente en la Nada, sino en algo. Por eso he elegido estos setenta fragmentos inéditos, escritos entre 1940 y 1945, toda vez que significan el primero de los silencios de Cioran: una despedida, un sonoro adiós a la lengua materna rumana, para abrazar la francesa que le adoptó (y que él adoptó). Algo paradójico, pues Cioran, al elegir otra patria y otra lengua, eligió también otra apuesta, no menos peligrosa o improbable, la de de salirse del tiempo y abandonar su biografía para refugiarse en la palabra.
Pero esta es, en fin, la dirección. Así que orientarnos no será nunca asumir este postrer Breviario como una recarga del amargo cáliz de Cioran, sino asumir que, aunque simule desmontar las convicciones comunes a los hombres de buena voluntad, sobre todo las autoimpuestas –metafísicas y religiosas-, este es un juego amañado desde el principio mismo, pues terminará por (re)descubrir los símbolos más poderosos del silencio total: el sol, la noche, el mar. La luz plana y sin bordes, la oscuridad compacta e inequívoca, la extensión acuosa y uniforme como un desierto: aquí es donde Cioran se (re)encuentra. Y no sólo eso. Esta nueva aventura tiene también una banda sonora que le acompaña por las calles de París, a veces feliz y a veces deprimido por el anonimato que le acompaña como una sombra: la música del silencio. Luego, de vuelta a casa, en la soledad de su habitación, Cioran, exhausto, reflexiona así en la primera mitad del libro, de este Breviario, en la mitad que conocíamos: «Y al final de todo, he vuelto a encontrarme conmigo mismo […] Cuando el esfuerzo del pensamiento llega a su límite, el hombre se queda más solo que al principio, sonriendo inocentemente a la virtualidad. […] Afronta el instante con valor, sé implacable con tu fatiga, no son los hombres quienes te revelarán los arcanos que yacen en tu ignorancia. Es el mundo el que se esconde en ella. Basta con que escuches en silencio y lo oirás todo. […] Presta oídos al mundo que yace en algún rincón de ti mismo y que no precisa mostrarse para ser. Todo existe en ti, incluso espacio de sobra para los continentes del espíritu»[21]«Breviario de los vencidos», Œuvres, Op. Cit., pp. 528-529.
Aquí está la señal, el hito que avisa del camino, la consistencia neutra y aséptica de un moralista –antiprofeta, le llamará Fabio Rodda[22]RODDA, Fabio. 2006. Cioran, l’antiprofeta. Fisionomia di un fallimento. Milano: Mimesis- de pelo revuelto, cejas alborotadas y ojos melancólicos, que se sentaba durante horas y horas ante su escritorio, rodeado de papeles y pilas de libros, o permanecía de pie junto a la pequeña ventana de su ático en el Barrio Latino de París. El pensamiento trágico, el escándalo del nacimiento, el sinsentido de la existencia, el extravío del humano o el encanto de la muerte se presentan como verdades vivas, extraídas como mena purísima de las minucias de la vida cotidiana y las lecciones de la historia, abismadas, sin otra cosa, en un piélago pascaliano. El estilo, es decir, el trabajo sobre la materia del lenguaje, representa la única aventura que permite apaciguar la obsesión por un otro mundo construyéndolo desde cero. La obra de Cioran es producto de un temperamento tenso y apasionado, incapaz de alcanzar dos objetivos supremos: no esforzarse lo más mínimo y contemplar la vida con serenidad. Sin embargo, la escritura sigue siendo el único compromiso aceptable para un hombre que quiere ser inútil, pero que lleva posponiendo el suicidio desde sus veinte años. Perder la vida, en su caso, ha resultado más difícil de lo que pensaba. La doble huida de la vida cotidiana y de la escritura culmina, en la obra de Cioran, en un recurso constante a la ironía.
Y es quizás este sarcasmo extraño lo que distingue al autor. Tal estado de ánimo sigue siendo fundamental en su obra, cuya escritura se funda en el abismo, en lugar de dejarse caer en él. De hecho, Cioran –que, a pesar de su mencionada fascinación por el suicidio, murió de muerte natural en París en 1995- aparece como un emblema de la modernidad tardía porque, en un clima intelectual que él mismo concebía saturado de negatividad, logró conciliar lucidez y ligereza, vislumbrar los fracasos de la imaginación contemporánea sin dejarse domar por ellos. Así que, ya lo ven, no deberíamos evitar, pues, la lectura concienzuda de esta segunda parte del Breviario de los vencidos, ya que en ella, en un silencio zaherido todo de vocablos, permanece encerrado el pasado juvenil de Cioran, lleno de sombras y luces, su tormento existencial, su huida y el comienzo de una nueva vida en una nueva patria, sobre las trágicas ruinas ideológicas de la Europa del final de la Segunda Guerra Mundial. Hay que admitir que tampoco estamos tan lejos de todo aquello.
Título: Breviario pasional |
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Referencias
↑1 | Esta es, en realidad, la segunda parte, inédita, del Breviario, donada por su esposa Simone Boué. |
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↑2 | CIORAN, Emil. 2022. Breviario pasional. 70 fragmentos inéditos. Madrid: Hermida Editores, p. 88 (en adelante, todas las citas serán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis, aunque he variado, en ocasiones, la traducción) |
↑3 | CIORAN, Emil. 1997. Cahiers. Paris: Gallimard, p. 860 |
↑4 | BOUSQUET, Joë. 2020. Traduit du silence. Paris: Gallimard, p. 167 |
↑5 | CIORAN, Emil. 1995. «La tentación de existir», en Œuvres. Paris: Gallimard, p. 944 |
↑6 | «Breviario de podredumbre», Œuvres., p. 718 |
↑7 | «La caída en el tiempo», Œuvres., p. 1117 |
↑8 | «Breviario de podredumbre», Œuvres., p. 594 |
↑9 | «La tentación de existir», Œuvres., p. 937 |
↑10 | «Del inconveniente de haber nacido», Œuvres., p. 1309 |
↑11 | «Ejercicios de admiración», Œuvres., p. 1567 |
↑12 | «La tentación de existir», Œuvres., p. 882 |
↑13 | «Del inconveniente de haber nacido», Œuvres., p. 1291 |
↑14 | Cioran, Cahiers…, Op. Cit., p. 808 |
↑15 | Ibíd., p. 955 |
↑16 | ARANA, Daniel. 2022. Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos. León: Servicio de Publicaciones, Universidad de León; Valladolid: Ediciones Universidades de Valladolid, p. 198 |
↑17 | Cioran, Cahiers…, Op. Cit., p. 849 |
↑18 | MARTINI, Mario. 1989. «Il valore del silenzio in Émile Cioran e in Edmond Jabès», en BALDINI, Massimo, Silvano ZUCAL (eds.). Le forme del silenzio e della parola. Brescia: Morcelliana, pp. 295-318 |
↑19 | MAURIAC, Claude. 1972. La Aliteratura contemporánea. Madrid: Guadarrama, pp. 175-176 |
↑20 | «En las cimas de la desesperación», Œuvres, Op. Cit., p. 100 |
↑21 | «Breviario de los vencidos», Œuvres, Op. Cit., pp. 528-529 |
↑22 | RODDA, Fabio. 2006. Cioran, l’antiprofeta. Fisionomia di un fallimento. Milano: Mimesis |