¿Hay algo peor que ser turista?
Es la pregunta que me asalta cuando cierro Arde Torrevieja de J. M. Sala. Tal vez sí, más concretamente, ser turista inglés (o en su defecto madrileño) en la costa levantina y para eso da igual el año del que estemos hablando.
Reza en la contraportada de Arde Torrevieja que es una «novela de terror hecha de los miedos que todos conocemos». Después de devorarla, añadiría que recoge de forma maravillosa las tropelías que asolaron a la costa levantina y a sus gentes en plena burbuja inmobiliaria.
La costa se convierte en algo así como un animal mitológico, posee entidad propia, todo lo engulle, todo lo vale. Un minotauro voraz al que ofrecerle sacrificios cada verano para poder resistir el invierno. En este moderno laberinto, los turistas son algo así como zombies ansiosos de servicios, playa y calor.
¿Cómo se vive en una ciudad con estas características? Lo descubrimos de la mano de Juan, Sonia y el Rojo los protagonistas principales, quienes entre ficción y realidad nos desvelan todas las contradicciones de un sistema devorador. Debajo de esa estructura late el peligro de habitar la costa, la precariedad, las malas condiciones laborales, la especulación y la impotencia de que tu ciudad se haya pensado y construido como un objeto de consumo más. A medida que nos adentramos en sus vidas comprobamos cuánto de antropófago posee la turistificación. Cuánto también de absurdo e inmoral tienen las urbanizaciones, las obras ilegales, la adolescencia como carne de cañón.
Por si esto no fuera suficiente, Sala ha conseguido crear una atmósfera de alerta continua en sus páginas, hay algo de peligro contenido, como la llegada de una inminente tormenta de verano, como si la energía que circulase a lo largo de la historia fuera el resultado de un pulso entre capitalismo devorador y tragedia inminente.
No he podido evitar sentirme sumergida de nuevo en mi adolescencia. 68 kilómetros separan mi pueblo de Torrevieja, cuántos lugares comunes dejó la pobreza del boom de la construcción. Esos institutos que crecían a un ritmo vertiginoso, tanto que carecían de nombre, ¿a qué instituto ibas? Al 1, 2 ó 3. Números en lugar de nombres porque los institutos eran algo así como viveros de mano de obra barata.
¿Cuántos años te tocó pasar en un aula prefabricada a la que no le funcionaba el aire acondicionado? Y otro clásico: la violencia de las aulas. Hablamos ahora, por suerte, de acoso escolar, pero es que en los institutos de estas zonas lo que teníamos en 2002 eran auténticas batallas campales: palizas en los pasillos, cabezas abiertas, un profesorado desbordado al que le era muy difícil defender la educación cuando en la obra los chavales ganaban un pastizal con el que era prácticamente imposible de competir.
Recuerdo una clase de ética en 4º de la ESO en la que un compañero que había dejado el curso meses atrás volvió para recordarle a la profesora que ganaba más que ella. Se jactaba de tener aparcado en la puerta un Audi más caro que los coches del profesorado. Finalizó su desafiante visita preguntándole cómo podía ella convencerle de que se quedara sentado ahí, esperando a un futuro que no parecía tan prometedor como su presente. La profe de ética sólo le dijo que no podía convencerle de nada, que era cuestión de tiempo. Que esperara a ver dónde estaba dentro de 10 años. Recuerdo esta conversación leyendo al Rojo decir:
¿Sabéis cuánto gana un funcionario? ¿dos mil euros? Eso como mucho, después de sacarse una carrera y una oposición. Y eso si la convocan. Años estudiando para ganar mil quinientos euros.
Y es que para las que recordamos estos tiempos, algunos diálogos son absolutamente catárquicos. En este sentido, otro de los aciertos de Sala es haber construido personajes muy complejos, es sencillo empatizar con ellos, con sus deseos y frustraciones. Eso sí, sin un ápice de condescencia, ni superioridad. Es otra de las cosas que me fascinan de esta historia haber configurado personajes de gran profundidad que podrían ser conocidos del pueblo, de la obra, del polígono, en definitiva: currelas.
Arde Torrevieja tiene algo de relato generacional es un viaje en el tiempo al boom de la construcción. No estoy segura de si las generaciones más jóvenes entenderán cómo era ese tiempo en el que íbamos a cibercafés para jugar al Counter, charlar en los chats de terra, aprender inglés en Opening, chatear en IRC… y teníamos la firme convicción de querer abandonar la costa o el polígono.
Me gusta pensar que somos lo que le hacemos al paisaje y es que Arde Torrevieja consigue funcionar como una caja de resonancia de esa premisa. Leer esta joya de la colección Argos de Antipersona mientras vemos en las noticias las carreras por alcanzar un sitio en las playas de Torrevieja, nos da pistas de todas las historias que quedan todavía sepultadas bajo la arena y pendientes por escribir sobre nuestras queridas y asoladas costas.
Título: Arde Torrevieja |
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Hace un par de meses, el Ayuntamiento de Torrevieja daba luz verde a la construcción de 9 nueve torres de 23 plantas en primera línea de playa. Los fantasmas de la burbuja, los de los chicos que murieron en obras sin ninguna seguridad, nos siguen acechando https://t.co/lVuUagSi76 pic.twitter.com/P20FX8Xm85
— ANTIPERSONA (@anti_persona) July 12, 2021