«Ningún hombre es una isla». El verso de John Donne que refleja una verdad sempiterna y que indudablemente induce a reflexionar. Obviamente, una de las muchas reflexiones que se pueden hacer a partir de esas palabras ha de ser acerca del amor. Y aunque el libro empieza con otra cita de Donne, es lo que hace C. S. Lewis en su ensayo sobre los amores fundamentales que se dan en los distintos tipos de relaciones humanas: Los cuatro amores. Ese número lo componen el afecto, la amistad, el amor erótico y la caridad, dedicándole un capítulo a cada tipo. Distintos amores que cualquier lector habrá experimentado y con ejemplos que todos hemos vivido ya sea personalmente o como testigos. Alguien podría decir que estos «cuatro amores» en realidad son sentimientos distintos y que algunos ni siquiera los consideraría amor, lo cual sólo demostraría el desconocimiento de la naturaleza de esos sentimientos. Pues amores son los cuatro y son las combinaciones de otros tres subtipos de amor distintos las que originan cada uno de ellos. ¿Más tipos de amor? Sí. Tres tipos que difieren en el nivel de protagonismo del «yo». El primero de ellos es el amor-necesidad, el más básico de todos, el que precisa de lo amado y de ser amado. Un amor que surge de la necesidad que tenemos unos de otros. El segundo sería el amor-dádiva, que se preocupa y se esfuerza por procurar la felicidad y el bienestar del entorno de manera desinteresada. Y en tercer lugar tenemos el amor de apreciación, que se regocija con la contemplación de lo amado sin pretensión alguna y contentándose simplemente con ser testigo de su existencia.
Y en particular por la reflexión que hace C. S. Lewis sobre el amor a la patria. Pues es un amor que se arrogan aquellos que se autoerigen como defensores de unos principios y una moral, esgrimiendo ese supuesto patriotismo para justificar fines nada amorosos. Y no es justo, porque el amor por la patria lo sentimos todos en tanto en cuanto es, como dice el autor, «amor a un modo de vida». Amamos los lugares que hemos sentido como hogares, a las personas que conocemos y con las que compartimos nuestra cultura y estilo de vida y amamos todo aquello que disfrutamos y no encontramos fácilmente más allá de las fronteras de nuestra patria. Todo eso forma parte de cada uno y es inevitable amarlo. Y todos estaríamos dispuestos a defenderlo. Pero los pretendidos defensores de la patria se sirven del miedo que produce pensar lo que aquí refleja Lewis:
Como dice Chesterton, las razones que uno tiene para no querer que su país sea gobernado por extranjeros son parecidos a los que tiene para no desear que su casa se queme; porque «ni siquiera podría empezar» a enumerar las cosas que perdería.
Y a los que utilizan este sentimiento arteramente se les puede reconocer también en estas palabras del autor:
Quienes no aman a quienes viven en el mismo pueblo o son vecinos en una misma ciudad, a quienes «han visto», difícilmente llegarán a amar al «hombre» a quien no han visto.
Y así es como convierten el amor a la patria en un «enemigo del amor espiritual». Un patriotismo que basa su orgullo en un «glorioso pasado» y en los «héroes de nuestra patria», obviando que la historia de cualquier país está plagada de episodios despreciables y que los grandes logros de los imperios iban de la mano de atrocidades igual de grandes. Se debe mirar al pasado sin vergüenza y con la misma cantidad de orgullo. La patria se vive en el presente y es en el presente donde se construyen las bases de lo que queremos que sea en el futuro. Lo que fue, si es que no se trata de mera leyenda, ya no existe y únicamente hemos de quedarnos con la anécdota. Y con el patriotismo nostálgico ocurre lo siguiente:
Lo que da lugar a un patriotismo pernicioso si se perdura en él –aunque no puede durar mucho en un adulto instruido–, es el serio adoctrinamiento a los jóvenes de una historia que se sabe perfectamente falsa o parcial: la leyenda heroica disfrazada como un hecho real en un libro de texto. Con eso se cuela implícitamente la idea de que las otras naciones no tienen, como nosotros, sus héroes, e incluso se llega a creer –son sin duda unos conocimientos biológicos muy deficientes– que hemos «heredado» literalmente una tradición. Y todo esto conduce casi inevitablemente, a una tercera cosa que a veces se llama patriotismo. Esta tercera cosa no es un sentimiento, sino una creencia […]. Puede llegar al demencial extremo de convertirse en racismo popular, prohibido tanto por el Cristianismo como por la ciencia.
Así pues amemos lo nuestro, lo que merece ser amado, y alegrémonos de que en otros sitios sea distinto, pues «no sería un hogar si no fuera diferente». Y hagámoslo siendo conscientes de que este amor, como nos dice C. S. Lewis que ocurre con los amores naturales, no es autosuficiente y es necesario acompañarlo de decencia y sentido común para que no pierda su dulzura. Porque recuerdo que éste es un amor por lo sub-humano. Practiquemos antes el amor por los humanos. Y para eso este libro.
Título: Los cuatro amores |
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