El sentido común no existe. Y si existiese sería irremediablemente feminista.
Entender el mundo poniendo la vida en el centro es lo único que tiene sentido. Lo demás es especulación, negocio y ruina. ¿Qué vidas vivimos cuando la prioridad es la acumulación? ¿Quiénes pierden? ¿Quiénes ganan? ¿Cómo han conseguido que asumamos determinadas barbaridades como lógicas? Blanca Gutiérrez, de col·lectiu punt 6, afirmaba en un artículo “que el diseño de nuestras ciudades no ha sido neutro, se ha hecho para promover el beneficio capitalista y los privilegios patriarcales”. Y es que, esta lógica parece haberlo impregnado (casi) todo.
Le llevo dando vueltas al tema más de lo normal desde que me mudé hace unos meses. Especialmente cada vez que trato de salir del coche. Optimizar el espacio en las plazas de garaje y vender cuantas más plazas mejor, parece que fue la prioridad cuando construyeron el edificio. Mi vecina y yo hacemos malabares para aparcar, si yo me paso un poco ella no puede salir de su coche y si ella se pega un poco a mi plaza yo tampoco logro salir.
Pienso en mi propio cuerpo como obstáculo, ¿cómo saldré si un día me duele la espalda? ¿Cómo saldría mi vecina si estuviera embarazada? ¿Pensaron que estaban haciendo plazas de garaje para gente delgada? ¿cómo podría salir de aquí mi abuela de 89 años?¿Alguien pensó que tal vez una embarazada nunca podría aparcar su coche aquí?
Nuestra “incomodidad” resulta leve en comparación a la de otras vecinas. ¿Cómo subir seis escalones con una silla de ruedas? ¿A quién se le ocurrió que una cuesta con tanto desnivel sería de ayuda?
Sillas de ruedas, carritos de bebés y carros de la compra le plantan cara a esta rampa diariamente ¿Quién puede subir y bajar por ahí? En su mayoría son mujeres quienes están detrás de esas ruedas. Los cuidados se deslizan con toda la dignidad del mundo por este y tantos otros portales, ya sea en forma de compra para la abuela, pasar una tarde con lxs nietxs, ayudar a la vecina a subir al ascensor, pasear con la Mari un rato, ir al centro de salud, al cine, a la estación de tren, al centro de mayores…
Pero… ¿Qué hacer cuando bajar a comprar el pan se convierte en una carrera de obstáculos?
Me gustaría saber cómo organizar alternativas, cómo resistir, cómo inventarnos piruetas contra las barreras que no sean (necesariamente) trincheras. Dónde y cómo podemos enseñar(nos) que somos vulnerables, que necesitamos cuidarnos y que precisamos de espacios que hagan que la vida transcurra sin barreras. Acabar con la ilusión de la autonomía, porque si hay algo que nos caracterice, es nuestra profunda dependencia.
Y en eso seguimos, peleándonos con asfalto, farolas, muros y ciudades pensadas desde un despacho donde una persona posiblemente blanca, varón, heterosexual, con un cuerpo normativo, joven y de clase media-alta se encarga de diseñar la gymkana de nuestra vida.
Rodeándonos de construcciones que se alejan de nuestras necesidades reales, que no tienen en cuenta el bienestar de sus habitantes, pero en las que somos capaces de dibujar portales amables.
Ojalá consigamos que los feminismos logren mostrar otras miradas en todo, en absolutamente todo, es la única forma en la que tal vez la diferencia pueda poco a poco colarse en el sentido común.