Escribe Pierre Boutang, en un pequeño ensayo sobre Supervielle: «el verdadero, pleno lenguaje, es el de la poesía»[1]BOUTANG, Pierre. 1952. «Oublieuse mémoire de Jules Supervielle», en Les Abeilles de Delphes. Paris: La Table Ronde, p. 280. De hecho, si existe una función humilde en el lenguaje es la comunicación, como función elevada en la que el lenguaje se une en cierto modo. Eso también es la poesía. La poesía, de hecho, consagra las palabras.
No crea lenguaje, sino que revive el poder creativo que habita en él. Tanto como el poema, que pertenece enteramente a la tierra. No tiene otro cimiento ni se refiere a ningún fundamento mítico, sino al lenguaje como su única fuente, pero a un lenguaje hendido, al que está resquebrajado y por tanto, no es posible en toda su posibilidad. La palabra poética funda un mundo que no es separable de tal cosa, pero cuya palabra está separada del resto. La parole en archipel.
Corazonar (2019)[2]DURÁN, Verónica. 2019. Corazonar. León: Eolas Ediciones, 80 pp., de Verónica Durán, está enclavado en todo lo anterior. Poeta de la conciencia y la visión, su libro es la reacción física y emocional a lo natural, traducida sencillamente en una codificación ritual que damos en llamar poema: «Quisieran hilar un / negro latido adivinar la hormiguita entre musgos pero no / hay dirección. No hay escritura de haz»[3]Ibíd., p. 21.
Mesurado gesto, amor desesperado, connotado por la aceptación de lo natural, que parece encender imágenes de recogimiento o introspección, incluido el uso recurrente de diminutivos.
Durán, de verso exquisito siempre, parece examinar el camino de las cosas, de principio a fin, en aras de hallar la explicación a las más obscuras preguntas sobre el ser: «Deja incompleto ese absurdo –madeja de medianoche- la vida ampara otro azar»[4]Ibíd., p. 67. Los árboles, cada planta, los animales e insectos, la piedra, el fuego, las casas, la noche, la luz, el hombre, el poeta, o también lo que es propiamente inexplicable, sirven de materia expresa a un tipo de explicación paradójica a lo que, por todo instante, resiste a la definición lógica y a la palabra práctica, actuando como parábola y alegoría potenciadora de una red de indeterminaciones en el más puro estado poético.
Sólo a la manera de un profeta, la escritora explica los enigmas a través de nuevos enigmas que son las palabras atmosféricas. Por eso, entre otras cosas, este libro tiene una poderosa hondura existencial y en más de una ocasión, el tratamiento de cuestiones como la apertura o la muerte hacen imposible su lectura sin tener en cuenta los pensamientos del filósofo Martin Heidegger, así como los ecos nunca lejanos de, digamos, las poéticas de Chantal Maillard o García Valdés.
Pero esta es una poética muy propia, personalísima, hasta el punto de que la escritura de Durán, entrada en sensaciones físicas, sentimientos y situaciones sencillas es viva y sincopada.
Avanza, pues, como si se viera interrumpida por preguntas que llegan al centro mismo de enigmáticas preocupaciones («Quién trepa tu entraña»[5]Ibíd., p. 19; «barros de abeja muerta que el espejo-tiempo no desempaña»[6]Ibíd., p. 43) o quedan paralizadas por las insuficiencias del propio lenguaje («Atraerás la palabra por su álveo diminuto»[7]Ibíd., p. 66).
La respiración parece perderse aunque, enseguida, muy rápidamente, retoma su ritmo, con frases escindidas, minuciosas palabras que nos desafían… En esta escritura y casi a la manera de un Rilke, la poeta observa lo natural habitando lo abierto, y sin embargo, vuelta del revés, para no mirar de frente a la muerte, a la finitud, como si este momento fuese, y no otra cosa, una suspensión en el tiempo sin tiempo.
Lo vivo, frente a lo abierto.
Y en contraposición a la postura de un animal, sabedor de que al humano, desde que es chiquillo, se le enseña a ver de espaldas a lo abierto. En este sentido, la poesía de Durán es pura. La poesía debe ser del Ser.
Y ella abre, así, la posibilidad de acercarnos a la naturaleza que permanece dormida hasta que la poeta, mediante su palabra, la hace despertar. En su actuar se hace presente lo sagrado, esencia de la naturaleza, y es porque la poeta pertenece a ella y habita en ella, que se puede hacer presente. En Durán se da lo sagrado, esa proximidad que es también soledad infinita. Ese darse es ese ser de las cosas, lo que refiere al hombre.
Podríamos utilizar la misma explicación de Heidegger al referirse a un poema de Trakl: «Was es gibt, ist nicht bloß vorhanden; es geht vielmehr den Menschen an»[8]HEIDEGGER, Martin. 2007. Zur Sache des Denkens (GA 14). Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 47 (Lo que se da no está meramente delante del hombre; antes bien, le atañe).
Corazonar es una poética que viene a representar instantáneas metafísicas, una visión distinta y diversa del universo, el secreto de las almas, un ser, una multiplicación de formas y todo eso al mismo tiempo. Sin embargo, lo que la hace sagrada es que, a lo sumo, la acompaña más un silencio que cualquier otra cosa. Existe una palabra, de acuerdo, la Palabra, que es campo de acción, pero la existencia contigua de lugares y términos que escapan a la elección humana coloca el objeto poético como la búsqueda de lo que no es encontrable.
Aquí el lenguaje desempeña un papel capital y activo. No es un mero instrumento que serviría para transcribir, de manera neutral, una experiencia que sería externa a ésta.
Porque, en efecto, la poesía juega con una cierta autonomía del lenguaje: aquel ya no sólo dice lo que el sujeto poético quiere que diga, o lo que la realidad externa requiere que él diga, sino lo que él mismo está dispuesto a decir en virtud de las propiedades de las palabras, de sus ecos recíprocos, su parentesco rítmico o, en fin, sus sedimentos etimológicos.
Estas propiedades no justifican, claro está, un uso puramente lúdico del lenguaje, sino que, en todo caso, facilitan el acceso a otro yo del poeta, dándole la oportunidad de abandonarse –en un sentido casi místico-, de aventurarse más allá de su propia imagen. La poesía proporciona acceso, diríamos, a otra forma de esa relación en la que uno sabe sólo por puro desconocimiento.
Tocada por esta poesía cristalina como una canción de pájaro, Verónica Durán evoca, con imágenes de la tierra y la naturaleza, una suerte de oración que adviene tal que un enigma, en medio de una suspensión que deja al lector esperando una continuación. Así situado en el tiempo, resuena indefinidamente como la promesa de algo mejor y esta obra comienza con un saludo y termina con una despedida: una negativa a interpretar (Obscena te desenroscas / arqueas una despedida[9]Durán, Op. Cit., p. 69).
La legitimidad que deriva de esta singular noche del alma, que ve pasar todo un mundo natural sobre ella, contiene experiencias primeras, preámbulos que la humanidad no puede borrar si quiere seguir siendo ella misma. Así y sólo así se devolverá la Palabra a todos aquellos que, en el corazón del existir mismo, la sintieron germinar en ellos pero no pudieron expresarla.
Es a través de ellos (y para ellos, a través de la noche que los reúne en todo este santuario natural), que la palabra que había sido petrificada, la dificultad de expresar, el lenguaje desgajado, siempre en curso, será restaurada.
Corazonar es, ante todo, un discurso fecundo sobre el sentido mismo de nuestro tiempo, tratando de privar a dicho tiempo de un patrimonio trágico que llegaría si olvidásemos todo lo que nos rodea.
Nuevo día, claridad no estéril, encuentro con lo abierto.
Título: Corazonar |
---|
|
Referencias
↑1 | BOUTANG, Pierre. 1952. «Oublieuse mémoire de Jules Supervielle», en Les Abeilles de Delphes. Paris: La Table Ronde, p. 280 |
---|---|
↑2 | DURÁN, Verónica. 2019. Corazonar. León: Eolas Ediciones, 80 pp. |
↑3 | Ibíd., p. 21 |
↑4 | Ibíd., p. 67 |
↑5 | Ibíd., p. 19 |
↑6 | Ibíd., p. 43 |
↑7 | Ibíd., p. 66 |
↑8 | HEIDEGGER, Martin. 2007. Zur Sache des Denkens (GA 14). Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 47 |
↑9 | Durán, Op. Cit., p. 69 |