Las personas tendemos a clasificarlo todo, haciendo y deshaciendo categorías, etiquetando lo asible y lo etéreo, en un sinfín de colores, texturas, volúmenes, fechas, territorios y otros niveles o géneros. Esto ayuda al aprendizaje y a la formación de estructuras de conocimiento, aunque también implique la formulación de prejuicios y estereotipos muy difíciles de desanclar. Para todo existen definiciones, incluso para el amor. La Real Academia Española –en una de sus múltiples acepciones- nos lo enuncia como «sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con el otro ser». También existen teorías que lo desmenuzan, según su naturaleza; no sé si para advertirnos o para atraparlo en alguna botella de cristal. Hablan del «amor romántico» como aquel que está formado por la mezcla de intimidad y pasión; del «amor compañero», en el que la intimidad y el compromiso adquieren una importancia vital. Por supuesto, incluyen el «amor fatuo», hecho materia en aquellos desconocidos que deciden comprometerse siendo aún un par de extraños. Y, en fin, el «amor consumado», que aúna intimidad, pasión y compromiso. ¡Qué exactas las sumas y las restas de elementos!
Puede que la poesía y el poeta –mientras ejerce de poeta y no de hombre- sean los más respetuosos y verdaderamente conscientes de la imposibilidad de acordonar este sentimiento. Hablar de amor es hablar del universo, y a éste no lo conocemos por el hecho de haber llegado a la luna o haber inventado satélites artificiales que nos envían señales interpretables de una realidad tan infinita. Por eso, Pedro Salinas –un amante de los sueños- nunca osó encriptarlo en sus versos, sino darle alas y volar junto a él. En La Voz a ti Debida expresa el nacimiento de éste, desembocando en la despedida; mientras que en Razón de Amor –sin rencor- recuerda y examina lo que ha quedado del todo que fue.
En ambos poemarios el amor asciende al culmen, a la cima más alta, logrando hallar una felicidad tan satisfactoria y consciente como fugaz. En ellos no hay ninfas sobrenaturales y exóticas, sino mujeres reales mitificadas por el embrujo y la fascinación inherentes al amor. Salinas describe amores de ferrocarril, marcados por las agujas de un reloj implacable y tenaz. El lector, poco a poco, intuye que hay un final; se pregunta si esa intensidad y esa magnificencia pueden ser eternas, aguantar la levedad del humano y la inoportunidad de las circunstancias: «Menudos granos de tiempo, / que un día se llevó el aire. / Alfabetos de la espuma, / que un día se llevó el mar»[1]SALINAS, Pedro. 1989. La voz a ti debida y Razón de amor. Madrid: Castalia, p. 58.
Al parecer y según se publicó en 2002, Katherine Whitmore fue la protagonista y la inspiradora de estas obras. La relación entre ellos sólo duró dos veranos y un curso académico; tiempo suficiente, eso sí, para que el recuerdo y la memoria no se conformaran con haber vivido, necesitando el autor el amparo de las palabras para consolar una pena honda, «sin que nunca se quiebren / los cristales sutiles / de distancia y ensueño / de que está hecha su ausencia»[2]Ibíd., p. 190. ¿Cómo leer El Dolor y permanecer impertérrito, sin que una sacudida interior nos remueva todo aquello que algún día doblegamos o desterramos a un oscuro rincón? Aquí, la inteligencia emocional de Salinas va más allá de la empatía, plasmando una vivencia que quema. No tiene miedo de desnudarse y admitir que las heridas abiertas claman, que el dolor es un verdugo cruel; elige a víctimas concretas. «Te cubro con mi vida y aquí en mi amor te escondo. Para que no te vea»[3]Ibíd., p. 190; pues si te encuentra, te despedaza y tienes que reconstruirte, buscando trozos de ti mismo durante una temporada.
El poeta madrileño huye de lo superficial y demanda a la amada una autenticidad que va más allá de los precios, los inventarios y los océanos, asumiendo que es ilimitada e imposible de descubrir por completo, pues «¿quién te va a ti a conocer / en lo que callas, o en esas / palabras con que lo callas? / El que te busque en la vida / que estás viviendo, no sabe / más que alusiones de ti, / pretextos donde te escondes?»[4]Ibíd., p. 61. Así la quiere: libre, genuina, sin disfraces que la maquillen con una moda o una norma. Por ello, acepta el vértigo que supone enfrentarse al abismo y anudarse una venda, saltando e ignorando la caída. Incluso, «lo que queremos nos quiere, / aunque no quiera querernos»[5]Ibíd., p. 142 y el cariño no correspondido puede tornar mañana, cambiar de opinión y fijarse en aquel que lo espera. Al menos, ésa es la sustancia alucinógena que mueve al amante a no rendirse, a soñar con lo prohibido.
Puede que los aspectos bucólicos sean fieles aliados de otros autores, pero Salinas no obvia el desamor, la oscuridad de la ausencia y el amargo poso de la nostalgia. No hay conformidad en estos sentimientos, que nos exigen más y más, sin tregua, ni escape. Escuece cada recuerdo y, al mismo tiempo, pareciera que calmase rememorar fuegos artificiales, el perfume de su sonrisa, su respiración pausada cuando se concentraba o descansaba. Puede que este regocijo sea común y universal, aunque no lo admitamos.
Sin embargo, no encontraremos ni un atisbo de reproche en estos versos. Es un amor maduro e íntegro, sin que ello signifique la pérdida de su esencia más pura. De esta manera, conserva la esperanza y reitera la omnipresencia del amor en el ser humano: «Que en algo, sí, y en alguien / se tiene que cumplir / este amor que inventamos / sin tierra ni sin fecha / donde posarse ahora: / el gran amor en vilo»[6]Ibíd., p. 120.
Título: La voz a ti debida y Razón de amor |
---|
|