Y si tenemos que empezar a contarnos qué mejor expediente que el de hacerlo a través de la Odisea homérica, verdadera summa de todas las leyendas y cuentos del mundo antiguo. Es lo que propone Paolo Zellini, profesor de análisis matemático en una universidad romana, en este libro que sorprenderá a los matemáticos por una versatilidad cultural digna de Roberto Calasso, pero también lo hará a los lectores de letras por la profundidad y perspicacia de sus indagaciones sobre la ontología de los números. Proteo, nos dice el mito homérico, cuenta las focas de cinco en cinco. No es un detalle baladí. En realidad este ensayo no pequeño, y de poderosa ambición, nos mostrará hasta qué límites insospechados llega la correlación entre la misteriosa palabra «logos» y el echar cuentas o la enumeración. Puesto que, en definitiva, logos es también relación, proporción, entre lo discreto y lo continuo, entre lo finito y lo infinito, del mismo modo que cada número pierde la cabeza cuando se lo enfrenta al continuo numérico, del que sin embargo no puede desembarazarse sin desfallecer de su sentido, dado que «sentido» es otro de los significados de «logos». Porque, dice Zellini, en uno de los principios rectores de esta deslumbrante investigación, «lo incalculable sólo se plantea cuando se calcula.»[1]ZELLINI, Paolo: Número y «logos». Acantilado, Barcelona, 2018, p. 458 Aunque todo empiece con una escrupulosa, y aparentemente anodina, mención a los hábitos de conteo seguidos por Proteo. Es llamativo que el multiforme por excelencia se sirva de una forma recurrente. Como que el algoritmo, lo recursivo, se revelarán característicos de la ambigüedad de eso que se entiende como racional o lógico.
Claro que cuando hablamos de racionalidad, también hemos de tener en cuenta, y de una manera principal, la racionalidad de nuestras acciones. Eso que se estudia a partir de la teoría de juegos o la teoría de la decisión. Con respecto a los juegos y a la decisión, uno de los filósofos más relevantes es el noruego Jon Elster, quien también recurre a Homero para explicar algunas de nuestras elecciones: «Ulises no era por completo racional, pues un ser racional no habría tenido que apelar a este recurso de atarse al mástil, tampoco era, sencillamente, el pasivo e irracional vehículo de sus cambiantes caprichos y deseos, pues era capaz de alcanzar por medios indirectos el mismo fin que una persona racional habría podido alcanzar de manera directa. Su situación -ser débil, y saberlo- señala la necesidad de una teoría de la racionalidad imperfecta que casi ha sido olvidada por filósofos y científicos sociales.”[2]ELSTER, Jon: Ulises y las sirenas. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2014, p. 66 Me pregunto si contar (por ejemplo hasta tres) no es una de las estrategias indirectas característicamente humanas, bien para optimizar una acción, o tal vez para diferirla sin término preciso, como leemos en el evangelio: «Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mt, 18, 21-22) Los logoi de Jesús no son avaros con estos mandatos numéricos, aunque de llamativa sutileza a la vista del público a los que iban dirigidos. Pues o bien tenemos en cuenta la multiplicación, 7×70= 490, cifra que está llena de significado ritual sobre el que no podemos detenernos ahora, o bien nos referimos a una base 7 elevada a una potencia con exponente 70, lo que nos da tal cantidad fabulosa de veces en la que hemos de perdonar, que tendríamos ya dificultad no solo para escribir sino hasta para contar en una vida. Y de la mano de Elster y de Zellini, me pregunto si lo más lógico no es dejar nunca de dar por sentada la imperfección de nuestra lógica. No es solo que demos dos pasos atrás para poder dar uno hacia adelante, sino que también seamos capaces de prohibirnos saltar siempre y en cualquier circunstancia, que es la inversión estratégica del tabú o, en su forma más adelgazada, del imperativo categórico.
Es obvio que la palabra «logos», al menos desde el evangelio de Juan, posee un contenido todavía más abarcador, que produce aún cierto efecto hipnótico por lo menos en la esfera de influencia del cristianismo, toda vez que la helenización judía, con Filón de Alejandría, restó sin descendientes. La encarnación del logos lo cambia todo, aunque el cambio tiene que ver con la plenitud de significado que le acontece a todo, y no con ninguna suerte de activismo, que no podemos esperar de Juan, porque como escribe Agustín Andreu en uno de sus memorables seminarios teológicos, «las miradas no se pueden organizar, como tampoco se organiza la palabra que sabe de silencios»[3]ANDREU, Agustín: El Logos alejandrino. Siruela, Madrid, 2009, p. 59.
Una presencia constante en el libro de Zellini es la de Simone Weil, algo que se entiende bastante bien, puesto que nadie como ella, sobre todo en sus cuadernos póstumos, hizo tanto para mostrar qué puede significar seguir siendo pitagórico hoy en día, claro que la inclinación matemática en su caso es casi una cuestión de familia. Es verdad que Zellini explora prácticamente todos los aspectos de la pertinencia de la filosofía weiliana, hasta el punto que tengo este libro como una propedéutica bastante útil para reconstruir la metafísica de la pensadora, ya sea con la figura del metaxy, la armonía entre diversos o el sacrificio.
La forma contemporánea del logos es el algoritmo, incluso si tal cosa supone una renuncia a los fundamentos. Porque lo que cuenta es la acumulación, la repetición y la recursión. Eso es lo que significa vivir en una edad informática. Por más que los filósofos o los matemáticos más conscientes hagamos bien en no perder de vista las paradojas y accidentes que nos llevaron a esta situación: «El proyecto destinado a demostrar que era posible reducir las matemáticas a la lógica se ha revelado finalmente imposible, como demostró Kurt Gödel a principios de la década de 1930. Pero su fracaso fue también contemporáneo al desarrollo de una ciencia del cálculo en la que el logos pudo encontrar su antigua afinidad con los números y los algoritmos. Por una ironía de la historia, las funciones recursivas definidas por Gödel en su ensayo fundamental de 1931, titulado «Sobre sentencias formalmente indecidibles de los Principia Mathematica y sistemas afines», servirán para construir un cálculo lógico basado en la idea de algoritmo, y las mismas funciones se harán más tarde imprescindibles para la informática y para las aplicaciones de las matemáticas. En síntesis, el significado originario del logos no es el objeto de estudio de la lógica, sino más específicamente de la teoría de la computación.»[4]ZELLINI: ob.cit., pp. 363-364
Las páginas de este ensayo fulgurante, del que apenas he podido dar cuenta en estas pocas líneas, dado el permanente derroche cultural que exhibe, se cierran con una interesante reflexión moral, que tal vez daría para un ensayo por lo menos tan largo como el que acabamos de concluir. Parte de la ambigüedad, de la ambivalencia que atraviesa de parte a parte la historia y la genealogía del logos. Hay enumeraciones purificadoras pero también hay enumeraciones satánicas. Ni siquiera es seguro que una ciencia que se plantee exclusivamente la búsqueda del bien no concluya por eso mismo en los efectos más perversos, por no mencionar siquiera el hecho casi banal de que más de lo bueno no significa nunca, ni sin límite, lo mejor. En términos de Elster y de la teoría de la decisión racional, diríamos que más de lo bueno es, en el mejor de los casos, una estrategia de optimización local y responsiva, pero que la optimización global propositiva, esa que puede distinguir nuestros cursos de acción de los del resto del mundo animal, requiere también de su porción de mal. Confío en que por el camino, al igual que Ulises, nos hayamos ganado el derecho a la ventura y al conocimiento.
Título: Número y «logos» |
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