Hirokazu Kore-Eda: «La realidad es confusa, la verdad nunca es una sola»
No hay intención de ocultar en el planteamiento de Koreeda, la película comienza de forma abrupta, previsible, siguiendo la estela que ofrece el título de la película. Contemplamos la muerte violenta de un hombre a manos de otro, el aseguramiento del resultado, el uso de combustible para desfigurar el cadáver. La noche iluminada por el fuego encubridor mientras el asesino, Misumi, asiste inmóvil al espectáculo de un cuerpo consumiéndose, sin intención de huir, sin voluntad de resistirse, como esperando el momento en que habrá de rendir cuentas de su acción. En ese momento hay algo que no sabemos, pero que no tardará en revelarse, no es la primera vez que Misumi ha matado.
Las circunstancias y las consecuencias fueron diferentes, pero en la mente del asesino hay conexiones que le invitan a favorecer un resultado que concluya con una condena a muerte. La llegada de un nuevo abogado, Shigemori (Masaharu Fukuyama), en busca de, por lo menos, un fallo que evite la pena capital, introduce el elemento de distracción que Koreeda presenta para que el espectador se mantenga en tensión sobre el destino final de quien, pensamos, no sólo es un asesino confeso, sino real. Son las conversaciones, las más de las veces crípticas, entre Shigemori y Misumi (Koji Yakusho) las que consiguen hacer de El tercer asesinato algo más que una rutinaria y deficiente historia de juicio criminal. Quien sostenga que Koreeda se introduce en el cine de género cambiando su línea habitual, o no ha entendido la película, o desconoce lo que es una película de género.
Porque El tercer asesinato puede parecer un drama judicial con abogado empeñado en encontrar la forma de eliminar la doble acusación de asesinato con robo para conseguir, al menos, la cadena perpetua para su cliente, pero en la propuesta del director japonés persisten los mismos motivos y análisis de sus obras precedentes desde que su cine ha conseguido instalarse de manera continua en las pantallas españolas, desde aquella Nadie sabe hasta esta El tercer asesinato, Koreeda mantiene su obsesión por las relaciones entre los progenitores y sus hijos, su inexistencia, sus crisis, sus ausencias, sus silencios.
En el seno de este último relato el panorama se amplía y hay hasta tres padres que sienten el enorme peso de la culpa en sus relaciones con sus hijas, dos lo van supurando y mostrando mientras el proceso judicial continúa en marcha, de otro no sabremos más que ha sido asesinado, o así quiero entenderlo como espectador, precisamente por esa falta imperdonable que comete con su hija Saki (Hirose Suzu, la «hermana pequeña» de la última gran película de Kore eda). Este es el verdadero origen de la trama y del propósito del creador al contarnos una historia en la que, precisamente esa forma de introducir los problemas de comunicación, de abuso, de desprecio de unos padres a sus hijas, contiene su mayor debilidad en el nulo interés del director a la hora de dotar de credibilidad el triángulo que se forma en el pasado entre el asesino Misumi, la joven Saki, y el padre de ésta, a la postre el asesinado.
Como drama judicial la propuesta no funciona, como reflexión sobre la verdad y el proceso el resultado es mayúsculo. Koreeda intenta, y consigue, no sólo hacer dudar al espectador acerca de la verdad, algo muy fácil controlando el devenir de los acontecimientos, sino reflejar cómo el mecanismo judicial resulta implacable cuando tiene una decisión tomada de antemano y su fín no es alcanzar la verdad, sino dejar sentado que la verdad judicial se alcanza a través de unas pruebas que pueden ser erróneas, incompletas, tendenciosas. Misumi desestabiliza a su abogado, y lo hace porque necesita una condena final con la que expiar sus años de errores. En el camino al condenado por asesinato le resulta irrelevante la verdad o mentira del reconocimiento de los hechos de su último juicio porque internamente ha dictado su propia sentencia para la que no quiere apelación ni compasión. Shigemori y Misumi van acercándose en sus conclusiones y en las interpretaciones de lo sucedido, el cristal del locutorio carcelario se transforma en una pantalla que refleja a dos personas corroídas por el sentimiento de culpa, cada uno a su escala, cada uno por sus razones.
El acercamiento que Koreeda propone entre abogado y asesino es visual, el rostro de ambos hombres va superponiéndose en una escena final sobresaliente por su puesta en escena y por el contenido implícito de sus imágenes. La conversación puede ser más o menos relevante, pero cuanto más se superpone el rostro de Shigemori sobre el de Misumi más seguros estamos de que el abogado ha terminado por entender el propósito del juzgado. Cuando están a punto de transformarse en una sola imagen (sin necesidad de efectos digitales como la escena de la reciente Blade Runner 2049) hay un rechazo final que supone la imposibilidad por parte del abogado de asumir que el proceso ha sido una farsa, que Misumi ha conseguido lo que pretendía desde un principio convirtiéndose en un asesino declarado en una sentencia cuando los interrogantes no han disminuido, sino que se han multiplicado desde que el letrado asume la defensa y empieza a llegar a todos los claroscuros de la historia, incluídos los de esa noche inicial cuya versión no es tan concluyente ni tan culpable como se nos ha querido mostrar.
Cuando termine la proyección el espectador no será capaz de afirmar con rotundidad lo sucedido, cualquier opción será posible, de ahí que el juicio se transforme en una parodia de la verdad. Pero al tiempo, esa parodia roza el esperpento por su propia falta de veracidad. Son como dos películas mal engarzadas, que se necesitan pero en la que una funciona como una auténtica obra maestra de sutileza, de proyección de la duda, de cruces de caminos en los que cualquier dirección a seguir es válida, donde unos padres se lamentan por el abandono a sus hijas, y unas hijas lamentan la escasa atención recibida, en la que un preso por asesinato se esfuerza en convencer de una cosa para cambiar de opinión en mitad de un juicio provocando lo que creemos es el efecto contrario al pretendido pero que no deja de reforzar las tesis «oficiales» y más sencillas para alejar cualquier sospecha de quien es la mayor víctima de toda la historia, pero la otra, la judicial, la «genérica» a su pesar, la de investigación, la de revelación de datos que terminan permaneciendo ocultos al juez aunque, de tan evidentes, resultaría imposible que pasaran por alto a nadie mínimamente objetivo, se desmorona y deviene inconsistente, lo que produce una auténtica montaña rusa emocional y de sensaciones viendo la película, de lo sublime a lo mediocre simplemente con cambiar de escenario.
Por eso la película no puede ser perfecta, y quizás haya mucha premeditación en el director a la hora de dejar a la vista su propia incoherencia interna que, eso sí, se relaciona muy bien con la incoherencia del proceso y su resultado, pero al igual que Shigemori va a terminar encontrándose atrapado por la encrucijada de una cruz que simboliza el sacrificio, pero también el castigo, el espectador puede decidir prescindir del relato meramente judicial y centrarse en una historia de sacrificio y venganza redentora, propuesta en la que Koreeda alcanza el sobresaliente. Lástima que esas dos realidades que navegan por la película no encuentren el mismo nivel en ningún momento, la película podría haber sido superlativa y sólo queda en aceptable a ratos y soberbia en otros.
Ficha técnica