Páginas en blanco
De niña me gustaba inventar historias que solo me contaba a mí misma. Abrir el antiguo armario de caoba de la habitación de mi madre, rebuscar entre las perchas cargadas de vestidos, trastearlo todo hasta llegar a lo desconocido, a lo más antiguo, no para disfrazarme de ella, la pensaba en otro tiempo, en otro sitio, imaginar su otra vida antes de nosotros y contarme a mí misma la otra historia de mi madre. La que solo existía en mi cabeza pero quizá pudo haber sido. Volver a descubrir su vestido de novia bordado y de mangas abullonadas, verla con él en mi cabeza, rebosante de amor. Me gusta lo viejo porque tiene un pasado que espera ser contado.
Manos de vieja
Muchos años después recordará esas manos. Entenderá entonces que ésas que ahora tanto adora, que le parecen tan bellas, que le encanta tocar y recorrer, jugar con ellas… son manos de vieja. Y reconocerá las manchas oscuras, los surcos profundos, las venas hinchadas y la piel arrugada en el reflejo de sus propias manos.
Amado verano
“Los días largos del verano contienen la promesa de algo”, me dice él. Y yo me aferro a esa promesa, tan presente en la infancia, en la que el verano parece un periodo vasto e insondable, pero que sigue latiendo (menos presente, más bajito) cuando somos adultas.
Angélica
Mariángeles hacía de los domingos una fiesta para dos. El día de las croquetas, de la tortilla de patatas, el día de las conchitas de chocolate y las palomitas con caramelo. La tarde de ensañarle a hacer punto a su nieta, de los llantos compartidos por todos los males que achechaban a Candy-Candy. Para Angélica […]
Portal de Belén. 1987
Vaquero: Pero…¿dónde está mi caballo? ¿y qué hago yo aquí parado? ¿y los indios? Pastorcilla 1: Aquí nos pasamos tres semanas todos parados, hijo. Con suerte nos mueven de una esquina a otra porque se les ocurra que podemos quedar mejor en otro lado, pero en general no te mueves del sitio. Un aburrimiento vaya. […]