La última vez que vi París
Así debo empezar, con una confesión elocuente. La última vez que vi París nadie supo que me había ido . Por supuesto me perdí, con fluidez, en el lugar, con toda la elocuencia a la que acostumbro. Digamos que siempre hay una cierta elocuencia –perderse- en recorrer un lugar. Dos raíces muy parecidas, loqu y […]
A dos amigos que (no) me acompañaban
Nunca conocí a Rainer Maria Rilke. Sólo he cantado a coro sus versos, a veces en mi propia lengua, otras en el exquisito francés en el que Jaccottet lo entendió y, en ocasiones, estas ya muy sumarias, en su propio alemán. Pero nunca pude conocerlo. Sin embargo, si hoy se me pregunta por Rilke o […]
Un lenguaje infinito para el Otro
Una vez soñé que estábamos heridos todos de palabras. Y de eso es de lo que querría hablar aquí. Hablar. Ya estoy mostrando, pues, la herida. Será Lacan quien cincele, en unas pocas palabras (otra vez la herida), eso que intento decir: que el hombre está «hecho de un animal presa del lenguaje»[1]LACAN, Jacques. 2003. […]
Higinio Marín: salvar (con) la mirada
Ahora me importa el verbo «salvar». No sólo es que libros como este del que ahora hablamos salvan a la filosofía, por lo menos al cada vez más difícilmente satisfactorio, ejercicio de leer nuevos títulos y promesas y naderías, sino que el acto filosófico al que nos convocan, tanto Marín como Choza, es al de salvar la realidad, en servir a la verdad de la cosa. Hace años, hablando en particular de Jacinto Choza, un individuo al que no tengo por completamente necio, al menos a la vista de su prosperidad universitaria, me dijo que Choza no le interesaba nada, por tratarse de una filosofía meramente descriptiva. Y esto, que pensar sea efectuar descripciones afortunadas, capaces de salvar el fenómeno mismo, no me parece mayor detrimento. Aunque sí me lleva, claro, a hacer alguna reflexión sobre el significado de la prosperidad académica.
La vi, Malte, la vi: una enseñanza sobre la mirada (Rilke y la imagen II)
Existe, está claro, una relación entre la aparición como una apertura en lo visible y lo que Rilke llama lo Abierto. En este punto, todo Rilke, y para muestra sirven sus Cuadernos de Malte, es una enseñanza sobre la mirada. Así pues, el pasaje sobre la aparición de Ingeborg no es una abdicación ante un misterio insondable ante el cual uno tendría que caer de rodillas. Al contrario, si Malte hace de la escritura de esta historia una especie de ejercicio espiritual, es en el sentido de la disciplina implacable que se impone a sí mismo para aprender a ver. Aprender a escribir. El Otro no es una instancia trascendental que le dictaría algo, o que le daría a una pintura la última pincelada de algún más allá cuya idea Rilke rechaza.