Hay directores que van perdiendo calidad con el tiempo y van enredando y deteriorando su carrera por múltiples motivos. Hay directores que simplemente a veces se equivocan. Hay directores cuyas películas fetiche vemos a una edad fetiche y cuya evolución nos acaba siendo muy difícil, imposible de calibrar, porque ya no estamos en esa edad fetiche ni nunca volveremos a ella.
Hay directores bendecidos por críticos verdaderamente brillantes y valiosos en su profesión que saben leer esa evolución desde el primer minuto sin necesidad de que pasen las décadas y se revaloricen esas etapas menos tocadas por el dedo amoroso pero a veces tan arbitrario del análisis fílmico. Hay incluso directores con quienes no desarrollamos esa filiación clave con sus películas fetiche, que nos son más ajenos, pero que en un determinado momento de sus películas postreras nos deslumbran y eso nos permite ir entrando en sus películas clave anteriormente realizadas.
Sírvase cada cual a su gusto para explicar el extraño motivo por el que una película como Sunset Song, del otrora alabadísimo Terence Davies parece haber tenido una recepción tan fría. Incluso en este buffet libre puede encontrarse el motivo por el cual, sin haberme sentido nunca muy cercano al universo Davis, cada vez me interesa más y Sunset Song me ha parecido un film sobrecogedoramente hermoso, uno de los más bellos del año y de la década.
No es momento de hacer consideraciones sobre esas posiciones críticas porque ello derivaría por fuerza en juicios sobre gustos ajenos, absurdos e injustos (los juicios, no los gustos), intentemos pues decir algo de la película un poco en función de si misma, no de la carrera de Davies o no en función de nuestras apreciaciones o depreciaciones.
Basada en la novela de Lewis Grassic Gibbon, publicada en 1932, y que yo hubiera jurado que está escrita en verso a tenor de la cadencia de la prosa de la voz en off, Sunset song se inscribe en ese selecto club de películas de época que trasciende sobradamente las cualidades recreativas del vestuario, el paisaje y la fotografía y entra de lleno en el trabajo puramente cinematográfico.
Es precisamente el origen literario, el pulso de las palabras el que ajusta un determinado y buscado tempo en el montaje, lleno de asombrosas transiciones (en las que Davies es un experto), elipsis, numerosos y detenidos travellings que encierran películas enteras en sí mismos y un progreso narrativo basado en escenas compuestas de forma exquisita pero a la vez puestas al servicio de ese progreso.
A todo este respecto no hay que dejar de citar la luz del operador Michael McDonough, esa fotografía en 70mm cuyas espigas y atardeceres dicen tanto como el texto, esa luz capaz de captar el brillo en los poros de Agyness Deyn. Una luz dotada de una espectralidad y una artificiosidad que también está trabajando para la cadencia poética del texto.
Terence Davies es un adaptador literario nato, alguien capaz de unir al cine y la literatura, alguien que no está ilustrando una novela sino haciendo verdadero cine de esa novela (mmm, no me gusta el adjetivo «verdadero» y el fundamentalismo que implica), dejémoslo en que está haciendo cine.
Su película es un retrato de la condición femenina circunscrito a un medio rural pero atemporal y polivalente en tanto a cómo las sombras masculinas, primero del padre y después del marido se interponen contra la fuerza y la ferocidad de su tenaz carácter, vinculado a la tierra como la irlandesa Scarlett O’Hara en un drama de similar sentido y contraspuestas formas. Una identidad femenina que opera por contraste con la pusilánime identidad del hermano, que desaparece de escena a la velocidad del rayo.
La peluquería y el maquillaje saben hacer encajar las magulladuras del tiempo a Agyness Deyn, aunque hubiera sido deseable que Davies no borrara tanto los contornos de una interpretación dramática al uso con una figura que es todo cuerpo, o que hubiese hecho una elección mucho más osada, incluso para lo sobreactuado como la de Rachel Weisz en The deep blue sea. Me decepciona su interpretación en el sentido más convencional del término aunque creo intuir qué es lo que Davies buscaba como figura en lucha contra ese patriarcado, siempre perdiendo y siempre volviendo a resucitar.
Un patriarcado curiosamente representado por un padre interpretado por Peter Mullan con su habitual sobreactuación y un marido interpretado por Kevin Guthrie en un perfil muy bajo, similar al de su compañera de reparto.
Afectada por las reglas de la verosimilitud, castigada por lo discutible de su casting, los espectadores decidirán si son sus formas las que explican una historia o si la debilidad de su historia hace imposible que sus formas la mantengan viva. Yo opto por la primera opción porque no veo en el panorama actual narradores con la autoridad visual que Terence Davies impone en Sunset song ni veía esa autoridad en esas coordenadas al menos desde La hija de Ryan. De todas formas me parece imprescindible contrastar este relato de rendida admiración con un relato de decepción. Ambos relatos configuran el preciso entendimiento de la compleja construcción de la película.
Ficha técnica
[…] A FAVOR: Sunset song (Terence Davies, 2015) […]
creia encontrarme sola con mi entusiasmo por esta pelicula y ha sido una agradable sorpresa leerte. Feliz año!!
No, hay mucho entusiasmo y mucha división de opiniones también. Feliz año!!