Es un verdadero quid qué publicar en estas páginas tras escribir una reseña de la versión cinematográfica de Ulysses. Esta elección no debe interpretarse como una reivindicación de la variedad, del cine de género, ni como un diálogo con las elecciones de algunos de mis compañeros, que representan un cine más arriesgado y alternativo, y que son elecciones que verdaderamente me satisfacen y me hacen estar orgulloso de la heterogeneidad de este grupo salvaje. Una heterogeneidad que realmente no está buscada, porque mis elecciones vienen como vienen y caen como caen, y si fundamentalmente muchas pertenecen al reciente cine USA es una simple cuestión de oportunidad, casualidad e inspiración.
Spectre está en estas páginas representándose a sí misma, para lo bueno y para lo malo, con sus virtudes y sus evidentes defectos. Está aquí no necesitándome en absoluto, seis meses después de su estreno, ya de pleno en el mercado doméstico, está aquí con sus obscenos 272 millones de euros de presupuesto y está aquí un poco porque sí.
Díptico testamentario
Si bien toda la serie con Daniel Craig puede ser interpretada en clave de relectura y de reformulación, fue un impacto y una verdadera sorpresa la llegada del atípico e insólito Sam Mendes a la serie como director. En el año 2012 estrena Skyfall, probablemente la mejor película de la saga, un fastuoso y fascinante blockbuster, primorosamente escrito y rodado, probablemente la mejor película de acción y aventuras del siglo, una indagación en las heridas emocionales de Bond y un entretenimiento de primerísimo orden.
Es evidente que Mendes posee una inteligencia y una cultura mucho mayores que el manufacturador de turno que se precie, una inteligencia y una cultura que tampoco llegaron a ahogar al ahora sombrío Bond en la ruidosa rimbombancia en la que Nolan ha ahogado a la serie Batman.
Pero las buenas noticias no terminaban ahí. Mendes iba a hacer una película más, con el mismo trío de guionistas, Neal Purvis, Robert Wade (unidos a la franquicia Bond) y John Logan (Gladiator, El aviador), añadiéndose Jezz Butterworth, pero sin la participación del maestro de la fotografía Roger Deakins, aquí sustituido por Hoyte Von Hoytema (con las interesantes credenciales visuales de Interstellar o Her)
Ya la tenemos aquí y podemos hacer dos lecturas de ella. La primera opción es que evidentemente no es Skyfall. Creo que equivocan en el guión, que contiene algunos diálogos, chistes y réplicas verdaderamente chuscos, y esencialmente se equivocan en poco más, pero carece del nivel de sublime inspiración de aquella.
También puede plantearse como un complemento, un espejo, una pareja o una continuación coherente. Incluso, y eso es lo más determinante que se puede decir de ella, la única conclusión posible.
Parece poco probable que nadie renuncie a los réditos de la franquicia, pero Spectre —acertadísimo título— es la película final más perfecta que pueda imaginarse de James Bond.
Comienza con un excelente plano secuencia, de esos que apetece volver a ver cuando acaba la película en casa. Un plano punteado con la gran banda sonora de Thomas Newman.
A partir de ahí comienza un recorrido, o mejor dicho, una profundización por los espectros del personaje, si en la película anterior se aludía a su traumática infancia ahora se alude al destino de sus mujeres, a la huella de un historial de pérdidas mientras se atisba en el horizonte una última oportunidad, en la figura de la omnipresente Léa Seydoux, la Mathieu Amalric del cine francés, ahora un poco menos visible que hace un par o tres de años.
La película es un viaje espiritual y físico. Cae el mundo profesional, el sentido de la vida de Bond, en plena globalización y fin de un contraespionaje puesto al servicio de los poderes tétricos de siempre. Caen las costras de las heridas y se dispone el escenario de la catarsis definitiva.
Mendes filma el viaje físico de forma extraordinaria, en pocos o en casi ningún director de acción veo planos que funcionen por sí mismos, que estén trabajados y diseñados para actuar en la mente del espectador antes de perderse en la vorágine de eso que algunos llaman falsamente montaje, o traducido de la terminología del cine de acción del siglo XXI, lo que vendría a ser “no ver nada”.
En Mendes veo a los personajes, veo el escenario en el que enmarcan —jugando al delicioso principio de Hitchcock de explotar las particularidades de cada lugar—, sus imposibles vestidos, incluso veo espejos en escena —se va perdiendo la saludable costumbre de jugar con ellos en los planos—.
Es verdad que preferiría no escuchar algunas tonterías que se dicen, tópicos e ideas archimanidas, pero sigo la película con verdadero deleite, intriga, tensión, inventiva y necesaria suspensión de la incredulidad. Entiendo qué me quiere contar y cómo se relaciona con Skyfall.
Creo que con los años tendrá con su antecesora la relación hermana pobre necesariamente reivindicada, de narrativa más irregular y escarpada, menos acabada, menos redonda, pero altísimamente sugestiva y seductora.
Que sea incluso capaz de dotar de sentido a la repetitiva interpretación de un actor tan cargante como Christoph Waltz es un mérito añadido, y lo peor es y seguirá siendo lo ya dicho: que no sea la última. Como mínimo el careto de Daniel Craig debería desaparecer de escena para que otras incursiones tengan sentido después de lo ya explicado y recapitulado.
Ficha técnica