Al otro lado de la pantalla de la caja tonta solo salía gente que no paraba de hablar, hasta que el abuelo −que hay que ver el mal genio que tiene y cómo se las gasta−, un buen día que tanta verborrea gratuita no le dejaba escuchar el transistor la descerrajó en mil añicos de un perdigonazo; pero fue peor el remedio que la enfermedad. Ahora en la cocina hay una señora que se sienta a comer el potaje con nosotros mientras nos dice las noticias, y el comedor, con la excusa de los programas de debates, se ha vuelto una batalla campal; incluso hay algún “tronista” descarado que le ha tirado los trastos a mamá. El caso es que no hay día que asome alguien a ofrecernos, entre otros, dentífricos, detergentes, coches, latas de espárragos rebajados, relojes y colonias. Yo sigo esperando que repongan aquella serie del Superagente86 a ver si en un descuido del prota consigo hacerme con su zapatófono, que mañana es Nochebuena y estas Navidades aún no sé qué regalarle a papá.