Se fue a comprar tabaco hace tres días y no ha vuelto, saca el tema el mulero tras vaciar la copa de anís de un trago. Conociendo a su señora, no me extraña, bromea el cabo de la Guardia Civil. Los parroquianos festejan con una sonora carcajada el gesto grosero con el que la autoridad acompaña el comentario. Se mofan los hombretones, porque es costumbre siempre que se habla de las mujeres del pueblo en la taberna, cuando alguien recuerda que a la hermana del Emilio le pasó lo mismo. Y vuelven a hacerlo al contar otro, con buena memoria, cómo Antón, el de la vaquería, también plantó a su santa de igual modo. Ríe Tirso, en la mesa coja del rincón, que desconocía que entonces hubo de casarse con el molinero para sacar adelante a sus tres criaturas. Interrumpe la partida para burlarse de la una, de la otra y de la otra el de la cañada y aplaude la hazaña del uno, del otro y del otro el boticario. Y sonríe el viejo que se lleva dos olivas a la boca, celebrando que nunca nadie se haya preguntado por lo que pueda esconderse en el sótano de su estanco.