A Walk Among the Tombstones (2014) ha concurrido casi desapercibida por el pésimo marketing que la ha acompañado a su paso por las salas. Eso le ha dado un aura de malditismo, pero también una cierta necesidad de visionado. El resultado es contradictorio, pues si bien estamos ante un film que se mueve por terrenos de sobra conocidos para el espectador (el thriller y el fantaterrorífico son dos de los géneros más apasionantes de la Historia del Cine, pero precisamente por eso participan de tan trillados argumentos), no es menos cierto decir que sobresale entre la media sin apenas titubeo.
El film del competente Scott Frank resulta, al final, satisfactorio, recuperando el anhelado sabor a nicotina y whisky barato que dejaban aquellos viejos noir. Aquí, Sam Spade/Philip Marlowe está anclado en un feísta 1999, y recibe el nombre de Matt Scudder (impagable e inapagable Liam Neeson, para variar, volviendo a un rol similar de detective privado sin licencia y ex policía que desempeñara en El silencio de la sospecha, de 1991).
Scudder, personaje del novelista Lawrence Block, se ha retirado de la policía por sus problemas con el alcoholismo y el disparo fácil, y, en pleno proceso de desintoxicación, recibe la propuesta para investigar un caso extraño, de pesarosa sordidez, dados los orígenes de este: la esposa de un traficante de droga ha sido secuestrada, mutilada y asesinada brutalmente.
El detective deberá investigar y seguir las pistas de dos repulsivos asesinos (David Harbour y Adam David Thompson), que andan dejando alegremente un reguero de sufrimiento, a través de la violación de muchachas jóvenes y mujeres inocentes, y grabando en vídeo el horror, para pedir más tarde un rescate sustancial a sus familias respectivas. Sí, es evidente que reúne los clichés básicos de todo thriller que se precie, pero de nuevo, entre tanta oscuridad (y eso que 2014 ha sido un año más que interesante para el género) se hace la luz, como por arte de birlibirloque. Scott Frank, también guionista, opta por la parte más analítica del thriller, convirtiendo una posible película de acción en un drama de tendencias calvinistas, en el que Neeson no es Harry Callahan, no lleva trajes caros, ni sobresale por su físico bien cuidado. Frank nos devuelve una de esas historias de supervivientes, tan del agrado de quien suscribe, de supervivientes, decía, de la podredumbre moral de una sociedad que se corroe con cada pecado consumado.
Tombstone fue, a finales del siglo XIX, la “ciudad demasiado dura para morir”, aquella donde tuvo lugar el tiroteo en OK Corral. Una ciudad manchada de sangre y resulta curioso ver cómo el título original del film de Scudder remueve ciertas cenizas al respecto. La ciudad donde transcurre el argumento es una ciudad dura, casi anónima, ensuciada por el pecado de todos y cada uno de sus habitantes: allí los criminales son repugnantes, pero los supuestos salvadores son miembros de alcohólicos anónimos y los que contratan a los salvadores son narcotraficantes.
Es una ciudad sin esperanza, donde la única luz la aporta un niño que, en su inocencia, decide ayudar a Scudder. Ciudad irreal, a la manera de Eliot el poeta, extraño paisaje urbano éste y lo mismo humano, próximo al año 2000, cuando se nos anunciaba el parón electrónico del fin de siècle.
El mal no se ataja terminando con las vidas de los dos psicópatas de marras, Scudder lo sabe. Pero sabe también que tiene un caso por delante, y que el mal no tiene solución, inherente como es a la existencia humana. A Walk Among… es más que un paseo entre las lápidas, es acaso asistir a la lenta combustión del ser mismo, es el temor y el dolor de vivir en un mundo en el que nadie querría hacerlo, si se le diera a elegir.
Calvinista como así parece, Scott Frank lo ha logrado: aún creemos en el thriller.