Año 1997. Teatro Calderón. Sala abarrotada. Anfiteatro. 20:00 h.
Mi hermano Amando me llevaba por primera vez al Calderón a ver una película de la Sección Oficial de la Seminci…y yo, sencillamente, no sabía que se proyectaban películas así en el festival.
El film en cuestión se titulaba Affliction (1997 Paul Schrader).
Para un chico de Las Delicias, sin libros en casa y sin un acceso sencillo a la cultura (gracias Bibliotecas Públicas), ver Affliction en una sala de cine era algo impensable. El hecho mismo de ir a “La Seminci” era algo de “raros”. Fue algo impactante, y sucedió algo que me cambió.
Sucedió viendo la escena de la película en la que el personaje de Nick Nolte se arranca un diente en directo y sin anestesia, y es justo en ese instante cuando yo tengo una “revelación” y lloro… lágrimas de alegría por entender que no estoy solo en el mundo.
Al finalizar la proyección, me levanté entusiasmado a aplaudir y mi hermano me miró extrañado a la vez que emocionado. Desde entonces, siempre que puede, en todas la reuniones familiares me lo recuerda.
Pero ¿quién cojones era ese Paul Schrader?
Pues era, ni más ni menos, que el personaje que interpretaba Robert De Niro en Taxi Driver.
Y para explicar quiénes eran los Schrader nos basta con conocer una pequeña historia sobre su niñez contada por el hermano mayor Leonard:
“…te portaras como te portaras, siempre hacías demasiado ruido en la iglesia y recibías un codazo en las costillas. El tercer codazo significaba que te iban a azotar. A mí me azotaban seis o siete veces por semana. Simplemente ser una persona normal las 24 horas, respirar, comer, ir al lavabo, tener una vida normal, suponía tener que violar veinte reglas al día, y tres de ellas merecían paliza. Yo me quitaba la camisa de los Domingos, mi padre me hacía inclinar sobre la mesa de la cocina, sacaba el cable de su afeitadora eléctrica y me daba en la espalda con el enchufe, a mí me quedaba todo el lomo salpicado de puntitos de sangre, un bonito estampado de motas rojas por toda la espalda. Como si hubiera ido al médico a hacerme unas pruebas de alergia”. Mientras el padre les educaba en los valores cristianos progresistas la madre cogía la mano de Paul y le pinchaba con una aguja gritándole “¿recuerdas lo que sentiste cuando la aguja te atravesó el pulgar? Bueno, así es el infierno, pero sin parar”.
Para entendernos, unos padres “modelo”.
Toda esa introducción nos sirve para ilustrar que es realmente difícil encontrar cine que te haga sentir algo así. Es muy complicado en el mundo que vivimos hoy en día (saturado de imágenes) descubrir esa sensación primigenia de estar ante algo grande.
Y en esta edición de la Seminci, por fin, después de muchos años hemos vuelto a ver una absoluta obra maestra en el Calderón.
Por desgracia NO hablo de la ganadora de la Espiga de Oro.
Estoy hablando de The Card Counter de Paul Schrader.
Esta obra maestra nos cuenta la historia de William Tell (Oscar Isaac), un ex-soldado de operaciones especiales en Irak. Este personaje lleva sobre sus hombros “la culpa”. La misma culpa que llevan Travis (Robert De Niro) en Taxi Driver o el Reverendo Toller’s (Ethan Hawke) en First Reformed. La culpa por sus actos (torturas en Abu Ghraib) hace que no sepan cómo continuar viviendo después de cometer tremendas atrocidades. En el caso que nos ocupa, Tell-Travis-Toller´s después de cumplir una condena en prisión, se reinventa a sí mismo como un jugador profesional en el circuito del póquer estadounidense, pero sus acciones pasadas lo persiguen. Solo el amor puede redimirle, el amor como creador de significados: el amor es lo que hace que la vida tenga sentido, que las parejas tengan sentido, que las ideologías permanezcan.
Pero en la vida real las cosas no funcionan de esa manera…
Esta fascinante película tiene unos de los más bellos finales que ha escrito Paul Schrader, a la altura de otra de sus obras maestras Light Sleeper (1992).
Respecto al palmarés, la ganadora ha sido en esta edición The last film show. Un film que se pretende conmovedor, pero no lo es; es aburrido. Cine que llega desde la India de la mano de Pan Nalin, y que no partía entre las favoritas. Si alguien quiere ver cine realmente conmovedor con proyeccionistas y niños tiene la eterna Cinema Paradiso siempre disponible en YouTube.
En cambio, del palmarés sí que destaco la Espiga de Plata para Neus Ballús y sus Sis dies corrents, que también se ha hecho con el Premio del Público.
Sis dies corrents, que ya se llevó un premio en Locarno, es un delicioso experimento de cine realidad. Ballús buscó en una escuela de lampistería de Barcelona a sus protagonistas. Y dio con tres fontaneros maravillosos que representan el pasado, el presente y el futuro de la fontanería, de la sociedad y del cine.
De lo que yo he visto en esta edición poco más puedo destacar. El festival ha recibido a la “nueva” normalidad con los brazos abiertos y la sección oficial de este año ha tenido un buen nivel si lo comparamos con ediciones pasadas. Seguimos echando en falta unos ciclos más potentes y atractivos.