No, no, a mí no ve a a pasar, siempre he sido fuerte, lo soy y lo seguiré fuerte, he superado ya muchas cosas en la vida que me han hecho curtirme bien, y además mi vida es plena. Tengo un trabajo que me llena, una familia completa y unos amigos que siempre están ahí. Decía Mercedes, siempre positiva, miraba a las personas que estaban a su alrededor afectadas por la situación que estaban viviendo y ella estaba ahí ayudando, siempre participando, y de alguna manera autoconvenciendo de que su vida siempre sería así, plena, completa y feliz.
Se volcaba con la familia, los amigos, los compañeros del trabajo, incluso con los vecinos. Nunca tenía un no por respuesta ante una petición de solidaridad y de empatía, incluso sin que se lo reclamasen. Si ella veía alguien bajo de moral se volcaba. Siempre con una mirada atenta, con una mano tendida y una palabra de alivio. Ella, en su inocencia, creía que todas las personas eran iguales, que siempre los que se encontraban mal hallarían un hombro ajeno donde apoyarse y secar las lágrimas del desahogo.
Con el tiempo ella no cambió, seguía al pie del cañón para los demás, pero su torre de cristal se quebró, su mundo se desmoronó, y Mercedes pensó: ¿Cuántas veces habré dicho, no, no, a mí no? y ahora lo que me nace decir es ¡Sálvese quien pueda!