Hemos querido confrontar dos posiciones distintas —las de Pedro L. Egea y Héctor Jerez—, sobre los derechos de la propiedad intelectual. De esta forma abrimos un debate que habíamos iniciado entre nosotros. Siéntete libre, querido lector, de participar en comentarios. El texto de Héctor se publicará mañana, 1 de mayo: Internet como aliado de la cultura |
Cuando visité Oslo tuve la suerte de poder ver y fotografiar, en la Galería Nacional, la versión más valorada del famoso cuadro de Edvard Munch, El Grito, poco tiempo después de su recuperación tras el robo en 1994. Mi viaje a Noruega estaba justificado por poder ver El Grito y recorrer los paisajes que habían inspirado a Ibsen y Grieg para crear el Peer Gynt. Aunque parece ser que Ibsen lo escribió mientras viajaba por Italia, algo de influjo tendrían los paisajes de su tierra. El Grito y los paisajes los pude capturar con mi cámara y permanecerán para siempre en mi recuerdo. Pero ni el ingenio de Munch ni el de Grieg ni el de Ibsen me pertenecerán. Es más, tampoco me pertenecerán sus obras, por mucho que, mientras escribo estas líneas, la música pueda hacerme creer que estoy En la gruta del rey de la montaña. Como valoro el ingenio, compré el disco hace tiempo y pagué por él.
Porque de eso va esta entrada, del valor del ingenio. Vivimos en un mundo muy disonante. Un mundo en el que nos quieren hacer creer que existen no sé qué derechos para acceder de forma gratuita a las creaciones de terceros. No he entendido esos derechos ni sé de donde proceden. Es más, esta especie de socialización del ingenio personal para disfrute colectivo, está muy defendida por liberales que creen en los estados mínimos y en que todo debe estar sujeto a la oferta y la demanda. Eso sí, se sienten con la capacidad de disponer qué puede demandarse y qué honorarios deben percibir los oferentes, para de esa forma asegurarse el acceso gratuito a las creaciones de terceros, dado que su ingenio no les da para más. ¿Habéis conocido a Google cuando era gratuito darse de alta en el buscador?, ya no es posible hacerlo, una vez que han monopolizado el mercado con el consentimiento de entendidos y románticos antisistema.
No creo en lo gratuito. Hace tiempo aprendí que, lamentablemente, las prestaciones gratuitas de las administraciones públicas no son valoradas adecuadamente por los usuarios. Y no creo en lo gratuito en la actividad privada porque, normalmente, suele esconder alguna trampa para capturar a los consumidores, de la misma forma que esos liberales de pacotilla gustan de capturar a los reguladores. Como dice el nombre de un blog sobre economía, nada es gratis, a pesar de lo cual algunos de los autores que publican en él consideran que el acceso gratuito a publicaciones es un avance.
Así las cosas y con los cambios tecnológicos que se han venido sucediendo de forma ininterrumpida desde hace años, la gestión de los derechos inherentes a la propiedad intelectual, a la creación, se ha vuelto más difícil. Hace unos días se hacía pública la sentencia del Tribunal Supremo de los EE UU que rechaza que Google haya violado los derechos de autor con el escaneado y digitalización de obras para Google Books. Líbrenme los espíritus de pretender enmendar la plana al citado tribunal o al panel de apelación, formado entre otros por escritores y editores. Pero estoy en desacuerdo. La digitalización de las obras ofrecerá muchas ventajas a investigadores y lectores según dicen estos últimos, pero ninguna a los autores. Luego vuelvo sobre ello.
Me centro en las obras literarias porque son estas las más propensas a sufrir abuso. Es más difícil aprovecharse de las creaciones intelectuales en otros ámbitos. Aunque no podemos menospreciar el tráfico ilegal de programas informáticos copiados irregularmente o el negocio derivado de las copias ilegales de películas. En este último caso la situación causa sonrojo pues la actividad delictiva es vista por muchos colectivos como un acto pleno de heroicidad. Manifestación incomprensible como pocas, dado que los defensores de estos héroes no están dispuestos a cedernos de forma gratuita el uso de sus bienes.
Cuando empecé a ir al cine ya se hablaba de colarse en la sala, pero todo el mundo sabía que era algo irregular. Estábamos hablando de pagar o no pagar, de ahorrarse el precio de la entrada, nadie invocaba supuestos derechos para exigir la gratuidad del acceso. Hoy se pretende que esos extraños derechos existen y ello viene fundamentado en la política desarrollada por muchos interesados operadores desde la red, Internet, del acceso gratuito a todo. Una gran parte de culpa la tienen los medios de comunicación que, a estas alturas de la pelea, se preguntan cómo dar marcha atrás al gratis total que instauraron al comienzo y que a tantos obligó a seguir la estela y que tanto daño hizo. A los que nos movimos profesionalmente en este mundo de la red desde el ya lejano año 2000 y hacíamos advertencias sobre lo irracional de ciertas prácticas, nos resultan muy sorprendentes las actitudes que algunos muestran hoy en día y que se contradicen con las mantenidas entonces. Ahora se quiere recuperar la defensa de los derechos de creación, salvo para ese director de cine español que no hace mucho nos hablaba de las obligaciones de los autores (sic).
Volvamos al asunto Google Books. El monopolista buscador ve su filantrópica creación como una ayuda para investigadores y lectores. Estoy convencido que nadie creerá que han inventado algo, las bibliotecas existen desde hace varios miles de años. Pero vamos a quedarnos en tiempos más recientes, los anteriores al monopolio de facto de Google, y supongamos que de una obra cualquiera una biblioteca adquiere 1 ejemplar para que los lectores puedan consultarla, por un plazo de 15 días, ello significa que el ejemplar podrá ser consultado 24 veces al año. Si hicieran lo mismo otras 1.000 bibliotecas y a lo largo de 10 años, resultarían 240.000 lectores de la obra por la venta de 1.000 ejemplares. Pero si la obra se publica en Google ¿cuántos millones de personas podrían acceder a él en, digamos, por ejemplo, 5 minutos?
Esos millones de lectores gratuitos significan que el autor no verá remunerada su imaginación y, eso sí, habrán conseguido socializar la creación. De esta forma ¿quién nos ofrecerá esa información histórica para conocer el pasado y no repetir los errores en el futuro o querrá crear y contarnos esos relatos cautivadores, sugestivos, desgarradores, tristes, voluptuosos o ilusionantes, si no reciben el oportuno estipendio?
¿Somos conscientes de que hacemos muy difícil que surja en el futuro algún Goya que se decida a crear el Saturno devorando a su hijo o el Duelo a garrotazos?, ¿Podemos esperar que avenga un Velázquez que nos ilumine con Las Meninas?
Si no reconocemos la creación y no la remuneramos no llegarán los futuros Stravinsky, García Lorca, Picasso, Falla, Pissarro o Juan Ramón Jiménez.
Y dicho todo esto, ¿por qué Google no nos deja acceder a su algoritmo de búsqueda o Apple guarda celosamente, hasta para el FBI, el acceso al sistema operativo de su teléfono móvil? No creo ni comparto el acceso gratuito a la creación, salvo que sus autores lo consientan. Internet no es sinónimo de gratuidad, Internet es sinónimo de conexión. No se es más libre por acceder gratuitamente a las creaciones de otros.
Por cierto, ¿sabéis que algunos derechos de propiedad intelectual tienen limitado su ejercicio en el tiempo o que los derechos de patente no son eternos? Entonces ¿por qué la propiedad de los inmuebles se transmite de generación en generación sin límite?
Suelo terminar mis artículos con el enlace a alguna pieza musical que, legalmente, esté en Internet, hoy no podía ser menos, En la gruta del rey de la montaña, Peer Gynt.
salud a tod@s